Por
Mauricio A. Jiménez
Aún recuerdo cuando hace algunos años, en una
muy concurrida conferencia en Temuco de Chile en que participaron conocidos
expositores de fuera del país, uno de los invitados citó ese conocido pasaje de
Isaías 45:21, en donde leemos:
“Y no hay más Dios que yo; Dios
Justo y Salvador; ningún otro fuera de mí.”
«Nuestro Dios es Justo y Salvador», repitió
el expositor enseguida, y añadió:
«¿Ustedes no ven ningún
problema en ese texto? Porque hay un problema en ese texto. ¿Cómo puede ser
Dios Justo y Salvador al mismo tiempo? O es Justo y nos condena; o es amoroso y
nos salva; pero ¿Cómo se puede ser justo y salvador a la vez? … Mis hermanos, ¿Cómo resolvemos ese problema?» (énfasis mío)
Para ser justos con el expositor, sus
palabras estaban insertas en el contexto de su muy bien abordada exposición acerca
del evangelio y la doctrina de la justificación. La pregunta de fondo que
aparentemente tenía él en mente era: ¿Cómo puede Dios ser Justo y Salvador a la
vez, si partimos desde la base de que todos los hombres son unos pecadores culpables
que no merecen salvación, sino precisamente que Dios les juzgue y condene, como
el Juez Justo que es? Obviamente, nuestro hermano expositor estaba pensando en
la justicia retributiva de Dios, lo que podríamos también denominar la «justicia punitiva» y
«la justicia del juez». Bajo esa concepción, si Dios es Justo (lo dice
el versículo), se sigue entonces que debe castigar al pecador y no simplemente eximirlo
de su merecido castigo.
En mi libro sobre la
doctrina de la justificación yo mismo afirmo sin tapujos: «la conciencia humana estará de acuerdo con la
idea de que un Juez justo es el que condena al malvado, y que condenar al
malvado es una cosa justa. Porque, ¿Qué otra cosa sino castigar al malvado es
lo que corresponde hacer? ¡Es lo justo, es lo que corresponde!» (La justicia de Dios revelada: Hacia una
teología de la justificación, 2017:103-04). En este mismo libro hablo también acerca
este aspecto de la justicia de Dios; allí explico que en las Escrituras hay también
ese sentido en el que podemos hablar de Dios como un Juez que juzga las
acciones de los impíos, por la sencilla razón de que Él es un Dios Justo (y
Santo), y se espera que, como tal—esto es, como Juez que es—, juzgue la maldad
y condene al malvado. Dice, pues, el salmista: «Dios es juez justo, y Dios está
airado contra el impío todos los días» (Sal 7:11) —«… Es un Dios que sentencia
cada día», dice incluso otra versión. Esto se hace evidentemente claro también
en Pablo, cuando alude al justo juicio de Dios, al escatológico evento del
juicio final en el que Él pagará a cada hombre de este mundo conforme hayan
sido sus obras (Ro 2: 5 y ss.).
Ahora bien, ¿era acaso respecto
de esta clase de atributo de justicia de lo que hablaba Isaías en la cita del
inicio? Nuestro expositor vio una aparente paradoja
en ese texto en que se afirma tanto que Dios es Justo como que es Salvador, y esto
debido a que de inmediato asumió que Isaías se estaba refiriendo al atributo de
Dios de ser Justo en un sentido judicial y retributivo; esto es, la justicia en
virtud de la cual Dios es Justo en sí mismo (como pensaba al principio Martín Lutero
acerca de Romanos 1:17). Asumió que aquí «ser Justo» significaba aquella
facultad en virtud de la cual Dios juzga las acciones justamente, como el Juez
Justo que es. De ahí entonces que él pregunta desconcertado: ¿Cómo puede Dios
ser Justo y Salvador al mismo tiempo?
Pero Isaías
no estaba hablando acerca de eso. No estaba utilizando el adjetivo «Justo» (el
hebreo tsaddíq) significando lo anterior. Y es que es habitual,
incluso entre los predicadores más experimentados, a
veces leer conceptos en la Biblia y entenderlos
desde una óptica diferente a la propia del autor; a menudo influenciada por las
propias ideas con las que uno va al texto bíblico, o porque simplemente se desconoce
el uso de las terminologías dentro de ciertos contextos semánticos distintos al
nuestro.
Pero, de
nuevo, el uso que hace Isaías del término «Justo» (lo mismo que hace con
«Justicia»—los sustantivos hebreos tsaddíq y Ṣeḏāqâ—prácticamente todas las veces que aparece el
término a lo largo de los capítulos 40-66), no tiene aquí el sentido de rectitud
retributiva; tampoco el de ser equitativo o ser una persona ética o moralmente
recta, ni menos un sentido forense (como cuando se dice del que ha obedecido la
ley de Dios y cumplido sus mandamientos), todos diferentes usos del término en
otros contextos y lugares de la Biblia. Más bien es un adjetivo que alude a la
fidelidad pactual de Dios. La idea aquí, en este
versículo y en el contexto de este capítulo, no es que Dios es Justo y también Salvador, sino más bien la de
que Dios es Justo y, por consiguiente,
Salvador. De otro modo: Dios es Salvador por
cuanto es Justo, significando con ello que es Misericordioso y Fiel a su
pacto. Su justicia—ahora como sustantivo— se interpreta entonces por su
actividad redentora, no solo en el sentido de que va en liberación de su pueblo
y/o sus siervos cada vez que sufren a causa de sus enemigos, sino también, en
varios otros casos, en un sentido escatológico, como apuntando hacia su
vindicación futura por medio del Mesías (Is. 46:13; 59:17ss; Jer. 23:6). Es el
Dios del pacto que, fiel a sus promesas y a la palabra de su pacto, rescata a su
pueblo y trae salvación. Es, en otras palabras, el Justo Dios de la gracia y la
misericordia; como también se dice de Él en otro lugar: «Justo es Yahvé en
todos sus caminos, Y misericordioso en todas sus obras» (Sal 145:17, cf. Sal
36:5-6; 103:17). Y lo es no únicamente porque rescata a su pueblo, sino también
porque lo preserva aun a pesar de sus pecados y del juicio que Él ha hecho venir
sobre ellos (ver, p. ej., Lm 3:22-23).
Por supuesto que el
contexto del capítulo 45 de Isaías respalda toda esta significación. Dios había
anunciado la restauración nacional de Israel (cap. 40-44) y presagiado el
levantamiento de Ciro de Persia (41:2, 25), a quien llamó «mi pastor» (44:28)
y «ungido»
(45:1), para que por medio de él se cumpliera su promesa de restaurar, por amor
a su pueblo (45:4), a la nación de Jacob, tras haber sido arrasada por los
babilonios (y antes por los asirios en el norte). En un contexto como este,
Dios mismo actúa como garante de que cumplirá lo anunciado, porque Él es «Dios Justo y Salvador»,
es un Dios fiel a su palabra; un Dios que no ha olvidado al pueblo de su
heredad, ni desechado a los objetos de su pacto (41:8-10), sino que hará
aquello que se ha propuesto (46:10, ss.); no fallará, sino que, por medio de su
siervo Ciro, hará reconstruir su ciudad desde las ruinas (la Jerusalén
destruida por los babilonios) y pondrá en libertad a los desterrados de Judá
(45:13, 44:26-28). Es «Dios Justo y Salvador», porque hará lo que ha prometido por amor a su
pueblo; salvará a Israel con salvación eterna (45:17) y vindicará a su
descendencia para que toda ella se gloríe en Él (45:25, cf. 46:13).
Ante un escenario como
este, ¿debemos ver entonces algún problema en que Dios sea Justo y Salvador al
mismo tiempo? ¡De ninguna manera! Por el contrario, su salvación es una cosa
cierta precisamente por el hecho de que Dios es Justo;
significándose con eso que es un Dios que cumple su pacto y la palabra de su
consejo. Podía su pueblo estar confiado en Él, porque Él es Justo; Dios Justo y
Salvador. Como dijo Nehemías tiempo después: «y cumpliste tu palabra, porque
eres Justo» (Neh. 9:8).
Dicho lo anterior, es
importante entonces entender que las misericordias de Dios son también una
expresión de su justicia fiel y redentora, como se lee en el Salmo 40:10: «No encubrí tu justicia
dentro de mi corazón; He publicado tu fidelidad y tu salvación; No oculté tu
misericordia y tu verdad en grande asamblea» (cf. Is 11:5, «Y
será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura»). Para los antiguos israelitas, la justicia de Dios era, en determinados
contextos, todo lo contrario de una justicia que sentenciara o castigara. Era más
bien la intervención redentora de Dios en la historia, en el cumplimiento de
sus promesas y como prueba de su fidelidad pactual; era su justicia como actos
de salvación y vindicación de su pueblo frente a sus enemigos nacionales. En
tales contextos, la justicia de Dios, contrariamente a la idea de que fuera
algo amenazante, era aquello en lo que los israelitas podían regocijarse y descansar
confiadamente. Esta correspondencia entre la justicia de Dios y sus actos de
salvación es especialmente notoria en aquellos pasajes cuyo sentido depende de
ese paralelismo, ya sea en contextos muy específicos en donde se clama por su
intervención, ya sea en el contexto de su propia fidelidad y compromiso con el
pacto, como se puede apreciar en los siguientes ejemplos:
«Con tremendas cosas nos responderás tú en justicia,
Oh Dios de
nuestra salvación,
Esperanza
de todos los términos de la tierra,
Y de los
más remotos confines del mar.» (Salmos
65:5)
«En ti, oh Yahvé, me he refugiado;
No sea yo
avergonzado jamás.
Socórreme y
líbrame en tu justicia;
Inclina tu
oído y sálvame.
[…]
Mi boca
publicará tu justicia
Y tus hechos
de salvación todo el día,
Aunque no
sé su número.
Vendré a los
hechos poderosos de Yahvé el Señor;
Haré
memoria de tu justicia, de la tuya sola.» (Salmos 71:1-2,
15-16)
«Yahvé ha hecho notoria su salvación;
A vista de
las naciones ha descubierto su justicia.» (Salmos 98:2)
«Rociad, cielos, de arriba, y las nubes
destilen la justicia; ábrase la tierra, y prodúzcanse la salvación y la
justicia; háganse brotar juntamente. Yo Yahvé lo he creado.» (Isaías 45:8)
«Haré que se acerque mi justicia; no se
alejará, y mi salvación no se detendrá. Y pondré salvación en Sion, y mi gloria
en Israel.» (Isaías 46:13)
«Cercana está mi justicia, ha salido mi
salvación, y mis brazos juzgarán a los pueblos; a mí me esperan los de la
costa, y en mi brazo ponen su esperanza. Alzad a los cielos vuestros ojos, y
mirad abajo a la tierra; porque los cielos serán deshechos como humo, y la
tierra se envejecerá como ropa de vestir, y de la misma manera perecerán sus
moradores; pero mi salvación será para siempre, mi justicia no perecerá. Oídme,
los que conocéis justicia, pueblo en cuyo corazón está mi ley. No temáis
afrenta de hombre, ni desmayéis por sus ultrajes. Porque como a vestidura los
comerá polilla, como a lana los comerá gusano; pero mi justicia permanecerá
perpetuamente, y mi salvación por siglos de siglos.» (Isaías 51:5-8)
«En gran manera me gozaré en Yahvé, mi alma se alegrará en mi Dios;
porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia,
como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas.» (Isaías 61:10)
«Por amor de Sion no callaré, y por amor de
Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su
salvación se encienda como una antorcha. Entonces verán las gentes tu justicia,
y todos los reyes tu gloria; y te será puesto un nombre nuevo, que la boca de Yahvé nombrará. Y serás corona de gloria en
la mano de Yahvé, y diadema de reino en la
mano del Dios tuyo.» (Isaías 62:1-3)
Y no es que en el trasfondo veterotestamentario deban entenderse las palabras «justicia» y «salvación» como palabras sinónimas, sino que, dentro de la amplia gama de significados que tiene el término (ver excurso al final), esta relación en paralelo es una de las más comunes y más abundantes, en especial en los textos que están revestidos de ese lenguaje escatológico que tiene carácter redentor. Y es que, en momentos de gran aflicción, la esperanza judía reposaba sobre esta actividad divina a la que ellos se referían a menudo como «la justicia de Dios» o simplemente «su justicia». En lo escatológico, ellos confiaban que llegaría ese día en que el Dios Omnipotente sacaría a relucir Su justicia, lo que era, por antonomasia, el día en que Su salvación sería manifestada en la liberación y vindicación de su pueblo y en la victoria definitiva sobre los enemigos de Israel (cf. Sal 97:1-3; Is 59:17-20). Sería el día en que la gloria de Dios se posaría nuevamente sobre Sión y Su salvación vendría a ellos para siempre (p. ej. Is 46:13[1]; 51:5-8). Y si bien los israelitas ya habían sido testigos de un cumplimiento parcial de esta esperanza en tiempos de Nehemías, su cumplimiento pleno aún esperaría hasta la llegada del Mesías y el establecimiento del Reino escatológico de Dios (cf. Dn 7:13-14), cuando la justicia de Dios sería perfectamente revelada (Ro 1:17; 3:21-22).
EXCURSO: EL USO DE «JUSTICIA» EN LA BIBLIA
Cuando la Biblia habla de
la «justicia de Dios» (o de «su justicia», en donde Dios es el antecedente) o
simplemente de la «justicia» en general, tenemos siempre que tener en cuenta
que la «justicia» funciona como un término polivalente (tiene varios
significados), por lo que cobra generalmente alguno de los siguientes
significados según su uso y contexto en que aparezca (los siguientes casos
corresponden únicamente a los usos del hebreo Ṣeḏeq y Ṣeḏāqâ, y del griego dikaiosúne):
1. La justicia de Dios en cuanto atributo
suyo (y de aquí: 1.A: Su fidelidad a sus promesas y al pacto [en este mismo
sentido se dice que Dios es justo, significando que es fiel al pacto, como en
Is. 45:21]; 1.B: Su integridad y rectitud moral. Ambos en la forma de un
genitivo posesivo). Ej. 1.A: Salmo 40:10; ej. 1.B: Deuteronomio 32:4 (aquí
expresada su justicia como adjetivo).
2. La justicia de Dios como acto
retributivo/punitivo (la justicia de Dios en cuanto Juez de cielos y tierra.
Siempre vinculado a la idea de juicio y de la mano con 1.B.). Ej. Isaías
10:22-23.
3. La justicia de Dios como acto salvífico,
redentor y vindicativo (siempre de la mano con 1.A. y en la forma de un
genitivo subjetivo. Muy abundante en los Salmos y en Isaías, principalmente.
[Este es también el sentido favorito dentro de la literatura de Qumrán]). Ej.:
Salmo 98:2; Isaías 51:5-8.
4. La justicia de Dios en el sentido de un
ablativo de origen (la justicia que proviene de Dios para justificarnos, como
un don que Él nos concede para ese fin. Aquí, es la justicia que Dios regala e
imputa a los que creen, y, a ese mismo respecto, es también justicia forense).
Ej.: Filipenses 3:9b y, probablemente en parte, Romanos 1:17; 3:21-22.
5. La justicia en un sentido social/servicial
(preocupación por los débiles, por el menesteroso, el extranjero, el huérfano y
la viuda; actos diligentes de ayuda hacia los más necesitados. Una justicia que
es también justicia de Dios y que Dios demanda que las personas practiquen, y
en ese sentido es también la justicia del Reino). Ej.: Deuteronomio 10:18-19.
6. La justicia como acción vindicativa: ir en
socorro del desprovisto, corregir el abuso de los opresores y suplir las
necesidades de quienes sufren injusticia (aquí la justicia va muy de la mano
con la acepción 5). Ej.: Isaías 1:17.
7. La justicia como conducta y actos de
rectitud que los hombres de Dios deben manifestar en su anhelo por agradarle y
obedecerle (aquí la justicia generalmente toma la forma de un genitivo
objetivo, y es justicia relacional; es la justicia de los justos en uno de
estos dos sentidos [aunque no de una forma necesariamente excluyente]: 7.A:
justicia en un sentido ético-moral; 7.B: justicia como sinónimo de la propia
Ley de Dios a la que los actos de rectitud deben su obediencia; de ahí una
justicia forense). Ej.: 7.A: Isaías 33:15; ej. 7.B: Romanos 10:5.
8. La justicia como expresión de lo que es
recto, imparcial y ajustado a la verdad (vinculado al rol del juez que debe
administrar e impartir la justicia). Ej.: Levítico 19:15.
9. La justicia en cuanto a virtud o
disposición habitual de hacer el bien o lo que es correcto en un sentido cívico
(parecido a la idea grecorromana de la justicia). Este concepto es menos
habitual por sí solo, pero suele encontrarse integrado dentro de alguna de las
otras acepciones (principalmente en 5 y 7).
[1] Aunque en el pasaje citado se contrapone la justicia de Dios a la
justicia de la cual los hombres se encuentran distantes, por lo que la «justicia»
de Dios que se acerca, se refiere también al juicio divino en contra de los
tales, los que según el contexto son los idólatras de quienes habla el profeta
en los versos anteriores. Por tanto, hay un doble sentido en esta acción de
Dios; por un lado, el juicio ya mencionado; y por otro lado, la salvación de
quienes esperaban en Él.
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