Por
Mauricio A. Jiménez
Terminé mis comentarios acerca de la «analogía del pozo» de Roger Olson,
diciendo que analizaríamos otra ilustración más que, en lo medular, se asemeja bastante
a la suya. Se trata, pues, de una ilustración, conocida también como la analogía
o el «modelo de la ambulancia», por medio de la cual el Dr. Richard Cross intenta
argumentar un modelo no sinergista de la salvación, en donde Dios obra
monérgicamente (i.e., completamente Él) sin necesidad de que la gracia de Dios sea
irresistible, y que a su vez escape de la acusación de pelagianismo o
semipelagianismo. Por supuesto, no es el propósito ni del alcance de este excurso
dedicar espacio a responder a todo el artículo del Dr. Cross y a comentar cada
uno de los siete puntos de vista u opciones anti-pelagianas (también llamadas
por él «estrategias anti-pelagianas») que él pone sobre la mesa como alternativas
a la gracia irresistible—y que Cross analiza para ver si pueden evitar el
pelagianismo y el semipelagianismo—, ya que lo que nos interesa en lo particular
es ver si acaso esta otra ilustración—junto con su desarrollo explicativo—cae o
no en el mismo problema en que tropieza la ilustración de Olson.
La ilustración es como sigue:
Supongamos que… (tomando un ejemplo burdo) me despierto y me encuentro
viajando en una ambulancia. Supongamos también que tengo, todo el tiempo que soy
consciente de estar en la ambulancia, la opción de no estar allí. Tal vez pueda
simplemente pedir al conductor que se detenga y me deje salir. Si no lo hago, entonces
no impido la acción que se me hace—que me lleven al hospital o lo que sea. Pero—del
mismo modo—no contribuyo causalmente a ello, más que contrafactualmente (i.e.,
no impidiéndolo). ¿No impedir a equivale a querer o hacer a? En
general, no, dada la coherencia de la noción de acto interior de la voluntad,
pues dado esto es posible aceptar que hay muchas cosas que yo, por ejemplo, no
impido ni quiero, incluso en el caso de que pueda impedirlas. Si no hago algo,
me quedo en la ambulancia. Pero sería extraño describir esto como un caso en el
que yo voy [estoy llevándome] al hospital (en lugar de ser llevado allí).
Como ya dijimos, lo que esta analogía intenta demostrar es
que es posible sostener una doctrina de la gracia en que no exista ninguna
cooperación humana natural activa, pero que al mismo tiempo no requiera que admitamos
la irresistibilidad de la gracia. Como dice Cross un poco antes: «Me parece que
es posible sostener tanto que no se requiere ningún acto de aceptación causado
naturalmente para que la gracia divina sea recibida por la persona que va a ser
justificada, como que la gracia puede, no obstante, ser resistida. La idea básica
es que, en el caso de alguien a quien Dios ha escogido para la justificación,
la recepción de la gracia es, por así decirlo, la posición por defecto; la
gracia se recibe automáticamente a menos que la persona coloque algún obstáculo
o bloqueo activo a la recepción de la gracia—es decir, a menos que la persona
se resista activamente a la gracia.» Con esto en mente, lo que se quiere entonces probar es
que no hay nada positivo que en realidad el hombre haga—un acto de la voluntad—para
que la gracia de Dios le lleve finalmente a la salvación. La persona que está
siendo salvada, utilizando la propia ilustración, no está positivamente
deseando o escogiendo que la ambulancia la lleve al hospital, tampoco lo está impidiendo,
simplemente es indiferente a la acción que se le hace. En otras palabras,
no desea a ni no-a, sino simplemente permanece indiferente a a.
Y mientras permanezca indiferente—i.e., no queriendo a (esto es, no
aceptando la gracia en un acto propio de la voluntad de causación natural),
pero tampoco queriendo no-a (esto es, rechazando la gracia)—el propósito
salvífico de Dios será cumplido exitosamente. Y, en todo caso, si a es
la aceptación de la gracia, no debe pensarse en esta aceptación como algo originado
causalmente en nosotros, sino que Dios mismo es quien produce en nosotros a.
Cross lo explica de esta manera antes de pasar a su ilustración:
el acto mismo a es simplemente provocado por Dios, sin ningún origen
causal en la persona, ni tampoco algún acto interno de la voluntad para a.
La persona creada no quiere ni a ni no-a: la voluntad de la
persona es simplemente indiferente a a.
Según este punto de vista, continúa Cross,
Dios mueve a la persona como una marioneta: Dios provoca los movimientos corporales en los que consiste un acto a.
[…] la persona así movida no tiene ningún acto propio de voluntad. Esto evita
la afirmación de que la acción es en absoluto una acción de la criatura. Pero el
movimiento divino puede ser suficiente a menos que sea impedido. Pues, antes
de a, la criatura puede desear, elegir, o hacer no-a.»
Así entonces, la salvación sigue siendo una obra enteramente Divina, y el
hombre es enteramente pasivo en lo que a ella respecta, dado que no hacer no-a
no significa querer (o hacer) a; pues no existe aquí un acto positivo de
la voluntad hacia a, todo lo que la persona hace es nada más permanecer
indiferente a a no haciendo no-a (pudiendo en todo tiempo hacerlo).
Este modelo, dice Jeremy Evans, «soluciona muchas de las preocupaciones
tradicionalmente atribuidas al sinergismo.» «Si la única contribución que los
humanos hacen en la salvación es negativa»—continúa Evans—«entonces esta
contribución apenas puede considerarse un acto digno de alabanza, en realidad,
entorpece la actividad de Dios de traer a los humanos a una relación correcta
con Él. Más bien, los creyentes no reciben ningún crédito personal, porque en y
a través de la obra de Dios, las personas vienen al arrepentimiento y a la fe.» Pero, con justa razón, uno podría preguntarse si acaso
esto no hace que la salvación, después de todo, dependa finalmente de la persona.
Porque, aunque no hagamos nada—nada tanto como para merecer la gracia
como para que ella obre en nosotros a fin de llevarnos a la salvación—todavía
depende de que no la rechacemos teniendo en todo momento la posibilidad de
hacerlo. Si todo depende de que el individuo no haga no-a, entonces la
salvación sigue, de alguna forma, estando en sus manos. Pero Cross es consciente
de esta objeción, así que antes de ir a la ilustración también nos dice:
Podría pensarse que
la concesión de que una persona puede impedir que Dios produzca a en
ella haciendo preventivamente no-a, de alguna manera hace que su
salvación dependa totalmente de ella después de todo, ya que el hecho de que
Dios haga a sigue dependiendo de que ella no haga no-a.
Pero Cross no se queda allí:
Mi propuesta, sin
embargo, es que el hecho de que ella haga no-a en un momento t
simplemente evita que Dios produzca a en ella en t, siempre y
cuando Dios no le impida coercitivamente hacer no-a. Esto equivale a una
especie de agustinismo: la condenación es, y la salvación no es, algo provocado
por la criatura. Dios puede, por supuesto, dificultar que ella no haga no-a
(quizás dándole una inclinación a no hacer no-a). Pero esa es otra
cuestión.
¿Es la opinión de
que una persona puede impedir la acción de Dios «llegando primero» una visión
plausible de la resistencia? Lo es, en el sentido de que no hacer no-a
es necesario para que Dios haga a; y lo que es necesario en este caso es
simplemente que la criatura se abstenga de actuar.
Así entonces, y
volviendo al ejemplo de la ambulancia, todo lo que la persona que es llevada puede
positivamente hacer por su propia cuenta es, de hecho, un acto negativo: resistirse
a ser llevada y pedir que la bajen. Esto, desde luego, estaría lejos de ser una
contribución de tipo sinergista. Como dijo Evans (citado más atrás), esto «apenas
puede considerarse un acto digno de alabanza.» Para que la ambulancia le lleve hacia donde sea que
le lleva, todo lo que la persona tiene que hacer es más bien no hacer nada;
en otras palabras, tiene que abstenerse de realizar cualquier acción causal—en
este caso, una acción de resistencia. Y así es como también, según este modelo
de Cross, Dios ha determinado obrar su gracia salvífica en las personas; esto
es, salvaguardando la libertad de la criatura para que pueda escoger
resistírsele, a la vez que esta no hace ninguna acción que pueda considerarse
como acto propio de la voluntad de causación natural.
Lo que esta idea tiene en común con la anterior analogía
del pozo de Roger Olson, es que en ambos casos las personas aparentemente no
contribuyen de manera activa a la acción que se les hace, y la gracia
representada por medio del agua o la ambulancia actúa eficazmente—irresistiblemente—salvo
en el caso de que la persona se resista a ella, pudiendo en todo momento hacerlo.Esta es precisamente
la idea básica de lo que los arminianos quieren significar con la gracia
preveniente; como dijo Picirilli: «La gracia pre-regeneradora está tan relacionada
a la regeneración que conduce inevitablemente a la regeneración, si no es
resistida.» Pero no resistirse
a la gracia divina (no hacer no-a) no debe significar que la criatura
salvada haya ayudado o cooperado con la gracia, porque no haber hecho algo (no haberse
resistido) no es hacer algo (digamos, lo contrario). La jactancia y el
enorgullecimiento quedan, pues anulados, y la salvación sigue siendo una obra
enteramente de Dios. Ahora,
mi opinión con respecto a este modelo que propone Cross, es que no hace verdadera
justicia al papel que la fe juega en todo esto. Él reconoce que la gracia y la
aceptación de la misma «están estrechamente ligadas a la noción de fe», y como
la aceptación misma de la gracia «consiste en la ejecución corporal de algún
acto fáctico o contrafáctico bueno», va a suponer entonces que la gracia consiste
en una fe de origen divino; y como se supone que la gracia es resistible, va a
requerir también que esa fe sea «un asunto voluntario» y que «consiste en, o
resulta de, algún tipo de acto interior de la voluntad distinto a
cualquier acto exterior—distinto, en otras palabras, de cualquier ejecución
corporal de un acto.» Y para ello propone dos maneras de abordar estos
presupuestos: Dios da a la persona una inclinación al acto de fe, de manera tal
que la inclinación es suficiente, a menos que sea impedida para el acto
interior de fe; o la acción directa de Dios es suficiente, a menos que sea impedida
para el acto interior de fe.
Y aunque no desarrolla un argumento para el significado de la fe que tiene aquí
en mente, él encuentra más probable que esta deba definirse en términos de una
fe fiducial, más bien que assensus.
Pues bien, hay
varias cosas que decir aquí como respuesta a todo lo dicho hasta ahora.
Primero, dije que el modelo propuesto por Cross
no hace verdadera justicia al papel que la fe juega en todo esto. Creer siempre
es una acción—y Cross lo reconoce. Pero distinguir la fe de cualquier acto externo
de la voluntad no creo que ayude mucho en realidad, pues la fe salvífica sigue
siendo, para todos los casos, una acción por medio de la cual no sólo el agente
que cree confía en Aquel en quien ha depositado la fe para salvación (fidem
fiduciam; esto es, confianza plena en las promesas de Dios y entrega confiada
al Dios de las promesas), sino que asiente también (assensus) a las
verdades concernientes a Aquella persona a quien ha reconocido como su Salvador;
en otras palabras, hay también un compromiso intelectual, un consentimiento de
la voluntad y un asentimiento o aceptación del intelecto respecto de aquellas
verdades tocantes a Dios y a su Hijo Jesucristo. La fe salvífica—y, por
consiguiente, creer para salvación—es, como decía Murray, «un movimiento del
alma entera en entrega propia a Cristo para salvación del pecado y de sus
consecuencias.»
La fe no consiste simplemente de quedarse quieto—o no hacer nada (o
abstenerse de hacer algo)—y permanecer indiferente a los movimientos causados
por Dios con arreglo a la concesión de su gracia—no es simplemente quedar «indiferente
a a» y/o «no hacer no-a». Cross sabe esto, y es por ello que necesita
hacer de la fe algo más bien interno de la voluntad, distinto de cualquier
movimiento o acto exterior de ella, para así evitar lo obvio: que, si la fe es
la aceptación misma de la gracia, entonces se caería en una forma de sinergismo;
a menos, claro está, que la gracia de Dios sea irresistible para sus escogidos—pero
eso es precisamente lo que Cross quiere evitar (recordemos que él ha construido
todo su modelo dando por cierto que la gracia es resistible).
Ahora
bien, en cuanto a la gracia misma de la regeneración—i.e., la gracia eficaz o irresistible—,
el punto de vista reformado no es que nosotros debamos aceptar la gracia
o no rechazarla. Más bien, nuestra doctrina a este respecto es que la gracia es
la que produce en nosotros los movimientos de fe que son necesarios para
aceptar el evangelio y recibir de ese modo la promesa de salvación. La gracia
eficaz no es algo que se acepta, ni tampoco algo que puede ser resistido;
no depende de ningún ejercicio de la voluntad humana, porque consiste de la
realización en el tiempo del propósito soberano de Dios en la convocatoria de
sus escogidos, para que vengan al encuentro salvador con Jesucristo. Y Dios
llama eficazmente a sus escogidos, dotándoles de la voluntad para poder hacer Su
voluntad.
Estoy de acuerdo con
Cross en que, ante la acción de la gracia salvífica de Dios, todo lo que
tenemos que hacer es abstenernos de actuar (no hacer ninguna acción);
incluso puedo afirmar junto con él que «en el caso de alguien a quien
Dios ha escogido para la justificación, la recepción de la gracia es, por así
decirlo, la posición por defecto; la gracia se recibe automáticamente a
menos que la persona coloque algún obstáculo o bloqueo activo a la recepción de
la gracia—es decir, a menos que la persona se resista activamente a la gracia»; sin embargo, dada la naturaleza de
esta gracia que estamos aquí considerando, la persona a quien Dios ha tenido a
bien regalar salvación y salvar, ¡no puede más que abstenerse de actuar!; la gracia
le llevará a ese punto de inflexión en que la voluntad de fe no sólo se
transforma en una posibilidad, sino que se hace cierta. Ese es precisamente
el significado de las palabras del Señor a los judíos incrédulos: «todo lo que
el Padre me da, vendrá a mí» (Jn. 6:37). En
segundo lugar, consideremos
los pasajes de Juan 6 que analizamos en el capítulo anterior. En ninguna parte
se dice—o se infiere—que las personas vienen a Cristo nada más porque no se lo
impiden al Padre (o porque no se resisten); más bien se dice y afirma
que las personas van a Cristo porque el Padre es quien las lleva a Cristo, no
por la colaboración—o, más bien, la permisión—de las personas de dejarse
llevar—o su no resistencia a ser llevadas—, sino porque la gracia de
Dios es más poderosa que toda resistencia posible e imaginable. La pasividad,
en este sentido, no consiste nada más de que el hombre se deje llevar o sea
indiferente a la acción que se le hace,
sino en que no hace nada que se le cuente como colaboración para poder ir, pues
el ir requiere de un poder sobrenatural que no posee dada sus inclinaciones
naturales. De hecho, como ya hemos dicho con anterioridad, si del hombre
dependiera el ir, ¡no iría! Su resistencia a ir es absoluta y en todos
los casos positiva en ese mismo sentido mientras sea gobernado por sus deseos
depravados.
Dios
tiene que cambiar sus deseos naturales, para que el ir—i.e., creer—sea
tanto una acción voluntaria como una obra Divina de su sola gracia. Y esto
es lo que—y todo lo que—nosotros queremos significar por monergismo, el cual
debe implicar la gracia eficaz para ser verdaderamente monergismo—esto es, para
que sea una obra completamente de Dios, de principio a fin. Como expliqué en el
capítulo anterior, Dios transforma
el corazón de una persona que está muerta en sus delitos y pecados; creemos
y obedecemos al evangelio de Cristo por la suficiencia de la gracia de Dios que
actúa eficazmente en nuestros corazones recalcitrantes, quebrantando toda resistencia,
e infundiendo en la voluntad criterios correctos que nos guían hacia nuevos motivos, nuevos ideales, nuevas reglas y nuevos deseos. Por la asistencia persistente de su gracia Dios nos concede la voluntad para poder hacer Su voluntad, mediante la poderosa acción e influencia de su Espíritu vivificador.
Tercero, que no impedir a
(o no hacer no-a) no equivale a querer (o hacer) a; no es
necesariamente cierto—o cierto para todos los casos. Se supone que, según este planteamiento
de Cross, al no existir un acto positivo de la voluntad hacia a, todo lo
que la persona hace entonces es nada más permanecer indiferente a a. Pero
¿es realmente así como en verdad suceden las cosas en lo tocante a la gracia
salvífica de Dios y la fe? Si, según la propia analogía de la ambulancia, todo
el tiempo que permanezco ahí tengo la opción de no estar ahí y de pedirle al
conductor que se detenga y me deje salir, eso debe significar entonces que tengo
la posibilidad real de elegir no estar ahí, de manera que si permanezco ahí no se
debe necesariamente a porque soy indiferente a salir o a desear permanecer, es
porque en verdad lo prefiero. Hay la voluntad de quedarse en la
ambulancia y de ser pasivo en cuanto a dejar que ella me siga llevando hacia
donde quiera, sin resistirme a ello. Al parecer, para Cross esta idea es inconcebible
dada la definición de sinergismo semipelagiano sobre la cual trabaja—y él
quiere evitar la acusación de pelagianismo o semipelagianismo. Sin embargo, no
existe sinergismo si mi voluntad de permanecer en la ambulancia es el resultado
de una compulsión interna producida extra nos. Me parece que eso es
precisamente lo que quiere Cross decir cuando explica:
el acto mismo a es simplemente provocado por Dios, sin ningún origen
causal en la persona, ni tampoco algún acto interno de la voluntad para a.
La persona creada no quiere ni a ni no-a: la voluntad de la
persona es simplemente indiferente a a.
Sin embargo, desde mi punto de vista de la cuestión, la persona creada sí
quiere a, pero no en la forma de un deseo de origen causal en la persona—esto
es, la persona en su condición caída—, sino como respuesta a la acción causal
de Dios en ella, que obra en la voluntad para el acto de la fe. Como expliqué hace un momento, Dios
tiene que cambiar sus deseos naturales, para que el ir—y el querer ir—sea
tanto una acción voluntaria como una obra Divina de su sola gracia.
Finalmente, la debilidad
mayor que encuentro en este modelo propuesto por el Dr. Cross, es que permite
la posibilidad de que los creyentes caigan de la gracia en cualquier momento y
se pierdan así para siempre. Si, según su analogía, puede darse el caso de que
me resista a a, ¿qué impide que, una vez recibida la gracia salvífica,
pueda voluntariamente querer rechazarla en algún otro momento? Llevemos esto a
la esfera de la vida cristiana: ¿qué impide que yo, en algún determinado minuto,
escoja rechazar a Dios y apostate así de la fe? Lamentablemente, Cross no nos
deja sus impresiones a este respecto, pero si queremos ser consecuentes con su
intento—llamémosle—libertario de la libertad, ¿por qué no podría darse
el caso de que alguien que ha sido—vuelvo a usar su analogía—trasladado
eficazmente por la ambulancia, de pronto escoja volver al punto anterior a
cuando fue introducido en ella? O Cross no debe creer en la seguridad de la
salvación—lo que implicaría que, después de todo, la salvación no es obra de
Dios de principio a fin, y cae entonces en el dilema que quiere evitar (que el
hombre tenga alguna parte en su propia salvación)—, o bien él sí cree en la seguridad
de la salvación y entonces su modelo cae en ese mismo punto. Si no es Dios
quien nos preserva poderosamente, obrando en nosotros la capacidad de
perseverar en la fe hasta el final, entonces inevitablemente la salvación
depende también de nosotros—en que nosotros nos esforcemos por perseverar en ella.
No necesito argumentar ahora acerca de la doctrina de la seguridad de la
salvación y sus implicaciones para una correcta soteriología, porque no es el
tema de este libro,
pero remito al lector interesado en abordar esta cuestión de la libertad y la seguridad
de la salvación, a todo mi argumento anterior en los últimos párrafos del
capítulo 5, en donde me refiero a nuestra libertad en el estado eterno, cuya
lógica es también aplicable a este otro asunto.
(Tomado
del libro por el mismo autor La Predestinación de los Santos: Explorando los contornos de la elección
eterna [Monte Alto Editorial, 2022], 258-66.
Disponible en:
https://www.amazon.com/-/es/Mauricio-Jimenez/dp/9584961993/ref=tmm_pap_swatch_0?_encoding=UTF8&qid=1656470316&sr=8-1)
NOTAS:
Para el artículo completo, véase en Richard Cross
(2005) “Anti-Pelagianism and The Resistibility of Grace”, Faith And Philosophy:
Journal of Society of Christian Philosophers: Vol. 22: Núm 2, Artículo 5. Disponible en https://place.asburyseminary.edu/faithandphilosophy/vol22/iss2/5/
Cross, “Anti-Pelagianism and The
Resistibility of Grace”, 207. Corchete añadido
Robert E.
Picirilli, Gracia, fe y Libre Albedrío, 144. Cursivas añadidas. Sin embargo, hay que señalar
aquí que Cross no está diciendo, como los arminianos y wesleyanos, que Dios les
imparte gracia (gracia preveniente) a todos los hombres, pero tampoco lo
descarta; en su propuesta él nos dice: «Tampoco tenemos que comprometernos con la
posición de que Dios ofrece la gracia a todos—aunque por supuesto tal posición
es ciertamente posible.» (p. 207)