Mi hijo David a los dos días de nacido
Una de las discusiones que más a
menudo he leído entre cristianos por redes sociales, es si acaso los bebés son
pecadores al nacer. Parece un tema trivial, pero sin duda se trata de un asunto
que no pocos se han preguntado a la hora de estudiar la doctrina bíblica del
hombre y su relación con el pecado. Entonces, ¿cómo respondemos a la pregunta
de si los niños nacen pecadores? Los que somos padres y hemos tenido la dicha
de sostener a nuestros bebés en los brazos, podemos ser rápidamente tentados a
pensar en términos de la inocencia de nuestros hijos a edades tan tempranas, y
es que nos parece impensable que tal criatura que irradia ternura pueda en
verdad ser pecadora y merecedora del juicio de Dios.
Para
aclarar mi punto de vista a esta cuestión, debo comenzar afirmando que los bebés
no son conscientes de pecado, ni tampoco son capaces de cometerlos en
forma pensada y responsable―no pueden distinguir entre lo bueno y lo malo, dado
que no saben lo que es bueno y lo que es malo (cf. Dt. 1:39; Ro. 9:11). En
otras palabras, los niños en edad más tierna no tienen responsabilidad moral, y por lo tanto no son pecadores en
cuanto a que cometan pecados voluntarios y conscientes. No obstante aquello, y
como reformado, afirmo que todos los seres humanos nacemos corrompidos (corrupción
original), lo que implica: negativamente, la privación de la justicia original
(incapaces e impedidos de hacer el bien); y positivamente, una
disposición inherente hacia el mal―o una inclinación natural hacia el pecado.
En este sentido afirmo también, junto con todos los teólogos reformados,
que los niños en edad tierna también son pecadores, pero significando con ello
que portan una naturaleza depravada (corrompida), que llegada la edad de la responsabilidad
moral se manifestará en pensamientos y actos de pecado y desobediencia. Como
dice la Escritura: "el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud" (Gn. 8:21; o "desde
su niñez", BJ). ¿Puede negarse el hecho de que todo niño de la Tierra es
un potencial pecador que, tarde o temprano―y mientras viva―va a cometer pecados
conscientes y a voluntad? Nadie cuya opinión sea bíblica puede negar eso―todos cometemos
pecados (1R. 8:46; Sal. 14:3; Ecl. 7:20; Mr. 10:18; Ro 3:9).
Ahora
bien, decimos también que los infantes son responsables
de pecado y pecadores en un
sentido que no concierne a los actos individuales cometidos en forma voluntaria
y en el transcurso de cada vida, sino en cuanto a su filiación con Adán como
cabeza representativa de la raza humana. Cuando Adán pecó, toda la humanidad
pecó en él, de manera que su
transgresión es considerada como la transgresión de toda la humanidad (Ro. 5:12,
19a). Su pecado (esto es, la culpa de su iniquidad) nos fue imputado a todos los hombres bajo el mismo principio en
que nuestros pecados le fueron imputados a Cristo en la cruz, y su justicia
imputada a nosotros por la fe (el principio de representatividad federal o
pactual). Cuando Adán cayó, toda la
humanidad cayó con él. Y dado que el "pecado original" (peccatum originale, esto es, las consecuencias de este primer pecado) no sólo implicó
la transmisión de la corrupción original a toda la humanidad representada entonces
en Adán, sino también la "culpa original" (esto es, reatus poenae o "deuda penal")
y la condenación subsiguiente (Ro. 5:18a); el hombre entonces es pecador tanto
en el sentido de que hereda la culpa, como en el sentido de que la culpa y la
corrupción original son consideradas pecado como tal. Es así entonces que
decimos que los infantes son también pecadores, aun cuando ellos mismos no han
cometido pecados conscientes y voluntarios.
Es
entonces sobre la base de todo lo anterior que decimos y declaramos que los
niños también necesitan ser salvados, y que la base de la salvación de ellos es
la misma que la nuestra: La obra graciosa de Jesucristo en la cruz para
remisión de nuestros pecados y justificación ante Dios el Padre. Debemos, pues,
orar por nuestros hijos, para que Dios tenga misericordia de ellos y obre su
redención también en sus vidas según las promesas de su pacto de gracia.
Mauricio A. Jiménez