Es posible que Juan 5:39 sea uno de los versículos más
conocidos por los cristianos, pues es al que más a menudo se recurre cuando se
quiere exhortar a otros creyentes a estudiar las Escrituras. El texto dice:
«Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros
os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan
testimonio de mí;»
O, más bien, así es como lo traduce la versión Reina
Valera 1960. Sin embargo, no todas las versiones de la Biblia en español
traducen el versículo de ese modo. Por ejemplo:
«Examináis las Escrituras porque vosotros
pensáis que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de
mí;» (Biblia de las Américas)
«Ustedes estudian con diligencia las
Escrituras porque piensan que en ellas hallan la vida eterna. ¡Y son ellas las
que dan testimonio en mi favor!» (Nueva Versión Internacional 1999)
«Escudriñáis las Escrituras, porque os parece
que en ellas tenéis vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de mí.» (Biblia
Textual 3 edición)
«Vosotros investigáis las Escrituras, ya que
creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí;» (Biblia
de Jerusalén, ed. 2001)
«Estudiáis las Escrituras con toda atención
porque esperáis encontrar en ellas la vida eterna; y precisamente las Escrituras
dan testimonio de mí.» (Dios Habla Hoy, ed. 2002)
«Ustedes estudian las Escrituras con mucho
cuidado porque piensan que las Escrituras les darán vida eterna. Pues esas
mismas Escrituras son las que hablan de mí.» (La Palabra de Dios para todos)
«Ustedes estudian las Escrituras a fondo
porque piensan que ellas les dan vida eterna. ¡Pero las Escrituras me señalan a
mí!» (Nueva Traducción Viviente)
Entonces, ¿cuál es la forma
correcta: escudriñad o escudriñáis? ¿Imperativo o indicativo, respectivamente?
La porción que nos interesa posee la siguiente construcción en el texto griego:
ἐραυνᾶτε τὰς γραφάς (así en NA28, Tischendorf y WH), en donde ἐραυνᾶτε (o ἐρευνᾶτε, como en el Textus Receptus, ver imagen de más arriba)
ha sido traducido como un imperativo (escudriñad) o como un indicativo (escudriñáis).
La mayoría de las versiones de la serie Reina Valera—con la excepción de RVC—traducen
en modo imperativo (también la Versión Moderna, Nacar-Colunga, Mundo hispano,
entre otras más); otras traducciones en cambio (ver más atrás) traducen en modo
indicativo.
A
diferencia de otros casos conocidos, en los que existe más de una alternativa
de traducción por la existencia de variantes textuales entre los manuscritos
disponibles, aquí no es necesario recurrir a la crítica textual, por las mismas
razones—no es una cuestión de variantes textuales. Aquí el asunto es solamente una
cuestión gramatical o sintáctica, pero que debe resolverse nada más que desde
la exégesis. Y lo que sucede es que la desinencia de la segunda persona del
plural, en ambas voces—activa y pasiva—es la misma en el modo imperativo que en
el presente del modo indicativo, y esto ocurre no sólo con el presente (que es
nuestro caso) sino también en el aoristo y en el perfecto. En otras palabras,
la construcción de este verbo—en el tiempo, voz, persona y número en que
aparece en el versículo—es la misma para el caso de que fuera un indicativo o
un imperativo; por consiguiente, la identificación del modo de un verbo
conjugado en esta persona dependerá del contexto inmediato.
A este
respecto, como explicaré a continuación, creo que un análisis del contexto inmediato nos debe llevar a inclinarnos
por el modo indicativo: «ustedes escudriñan» o «escudriñáis».
Jesús había
acabado de sanar a un hombre enfermo postrado en una camilla (Juan 5:1-9); y lo
hizo en día de reposo (o Sabbat judío), lo cual trajo la indignación de las
autoridades religiosas de Jerusalén (v. 16, llamadas aquí con el genérico «los judíos»).
Los vv. 19 al 47 son la respuesta de Jesús a las acusaciones de estos judíos furiosos
que querían matarle (v. 18), pero deben captar especialmente nuestra atención
los vv. 31 al 37. Allí Jesús hace referencia al testimonio de Juan el
bautista respecto del Cristo que había de venir y ya había venido (1:19-34), y
al testimonio que es por las propias obras realizadas hasta aquí por Jesús. Este último
tiene más peso y, por consiguiente, es mayor que el de Juan (v. 36). Pero todavía
hay espacio en su discurso para un testimonio más: el del Padre (v. 37, «El
Padre que me envió, Él ha dado testimonio acerca de mí»). Podría decirse que
este «testimonio» hace referencia a la escena del bautismo (Mt. 3:17; Mr. 1:11;
Lc. 3:22), pero es más probable que tenga en vista al testimonio de toda la
Tanaj (nuestro Antiguo Testamento), como lo dejan entrever los dos versículos
que siguen. Jesús acusa a estos judíos de no tener la palabra de Dios morando
en ellos, porque no creían en Aquel a quien Dios envió (v. 38). Este testimonio
del Padre por las Escrituras Veterotestamentarias era conocido por ellos, pero
en su incredulidad se habían vuelto ciegos espirituales de aquello que
procuraban custodiar con celo religioso, pues no veían a Jesús a quien
claramente las Escrituras anunciaban (cf. Lc. 24:27, 44). Entonces Jesús les
reconviene nuevamente diciéndoles: «ustedes escudriñan las Escrituras, porque
les parece que en ellas tienen la vida eterna, ¡y ellas son las que testifican
de mí!». Es decir, estos judíos estudiaban la Torah y a los profetas, porque
creían que por medio de ellas se les anunciaba la salvación de Dios que consiste
en la vida eterna; sin embargo, no se daban cuenta de que estas Escrituras eran
las que precisamente daban testimonio de Jesús (vv. 46-47), el único en quien está la vida
eterna y a quien estos judíos no querían acudir para ello (v. 40).
De
nuevo entonces. Tres testimonios son los que han legitimado a Jesús como el
Hijo de Dios: el de Juan el bautista (vv. 33-35), el de las propias obras
realizadas hasta allí por el propio Jesús (v. 36), y el testimonio de Dios mismo que es
por las Escrituras (vv. 37, 39). Estos tres testimonios eran sabidos por estos
judíos incrédulos, y no obstante, no les fue suficiente para entender y aceptar
el hecho de que estaban frente al Cristo de Dios, el Hijo eterno a quien el
Padre había enviado. Jesús no les manda a estos judíos a escudriñar las
Escrituras para que vieran que ellas daban testimonio de Él, más bien les reprende
por el hecho de que escudriñaban las Escrituras con la esperanza de encontrar
en ellas la vida eterna, pero no eran capaces de verle a Él allí. Estos judíos tienen en contra suya la acusación de Moisés, a quien han leído y en quien han puesto su esperanza (v. 45) y; no obstante y para perdición de ellos, no le han creído (v. 46).
Mauricio A. Jiménez