Un espacio para la reflexión filosófica y teológica

domingo, 3 de abril de 2016

LA PALABRA DE LA CRUZ


Un comentario expositivo a 1Corintios 1:17-2:5

Mauricio A. Jiménez


TEXTO (RV60)

     “(1:17) Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo.
      (18) Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. (19) Pues está escrito:
      Destruiré la sabiduría de los sabios,
      Y desecharé el entendimiento de los entendidos.
      (20) ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? (21) Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. (22) Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; (23) pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; (24) mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios.
     (25) Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. (26) Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; (27) sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; (28) y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.
    (29) Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; (30) para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.
     (2:1) Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. (2) Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. (3) Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; (4) y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, (5) para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.”


     Antes de pasar a comentar los pasajes citados, es necesario responder a la pregunta de: ¿cómo es que Pablo llegó hasta aquí, i.e. a razón de qué el apóstol comienza a escribir a los hermanos de Corinto las palabras citadas en el cuadro anterior?
     Los versículos 10 al 12 del primer capítulo nos cuentan acerca de una disputa que había surgido al interior de la iglesia corintia, respecto de la cual Pablo había sido informado “por los de Cloé” (v. 11). Se trataba de una diferencia de opiniones surgidas por una suerte de ánimo partidista entre los que habían sido instruidos inicialmente por Pablo y los que, al parecer, habían venido a la fe por boca de Apolos y de Pedro (véase 3:5). Esta situación había generado cierta tensión y división entre los hermanos, razón por la cual Pablo sale al paso y exhorta, con la autoridad de Jesucristo, a los que así habían incurrido, a que estuvieran “perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” (v. 10).
     El verso 13, que introducirá a Pablo a lo que sigue desde el verso 17, es una pregunta retórica que utiliza para probar lo necia de esta actitud partidista. “¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” La respuesta esperada a estas tres preguntas era sin duda una triple negación (no, no y no). Si Cristo estaba dividido, entonces era lógico pensar que la Iglesia también lo estuviera, pues que para Pablo la Iglesia no era sino el Cuerpo de Cristo (12:12-27). Sin embargo, eso no era realmente posible (que Cristo estuviera dividido), por tanto la Iglesia, como Cuerpo de Cristo, debía permanecer en completa unidad. Por otra parte, si no fue Pablo (o Apolos; o Pedro) el que murió en una cruz para perdón de los pecados de ellos, ni tampoco fue en su nombre que estos recibieron el bautismo en agua, entonces tal disputa que entre ellos se había generado era un sin sentido; algo por lo cual merecían el adjetivo de “carnales” (3:1-3).
     Los versos 14 al 16 son una elaboración argumentativa a propósito de la última pregunta retórica del versículo 13 y que darán pie a lo que será una larga exposición acerca de “la palabra de la cruz” y “la sabiduría de Dios”, como si se tratase de un amplio paréntesis que se cierra al final de 2:5, aunque no lo es.
   

El COMENTARIO

1:17  Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo [—"no me envió Cristo a bautizar". No es que el bautismo en sí mismo careciera de importancia, sino que Pablo entiende que su llamado apostólico era a predicar el evangelio. El bautismo era un asunto a posteriori y generalmente de responsabilidad de los diáconos (aunque no de exclusividad de ellos, como se lee en la gran comisión de Mateo 28:19). Por otra parte, el apóstol Pablo ve como un alivio el hecho de no haber bautizado a los creyentes de Corinto (sino sólo a unos pocos, vv. 14-16), ya que eso hubiera incrementado todavía más las disensiones y la rivalidad que ya se había instaurado en la iglesia (vv. 11-12). Pablo se reconoce como únicamente un portavoz de un mensaje, no como el objeto de ese mensaje, de modo de evitar que algunos inmaduros en la iglesia exaltaran su imagen, perdiéndose así el verdadero enfoque que es Cristo.  
               "sino a predicar el evangelio". Pablo se ve a sí mismo como un enviado a pregonar no un mensaje de buena nueva (como si hubiesen otros más), sino que EL mensaje de buena nueva. De otro modo: para el apóstol Pablo no había sino un único mensaje de buena nueva, el evangelio de la cruz. Para Pablo, la cruz de Cristo lo inunda todo y todo sucumbe ante el poder del Cristo de la cruz. No hay evangelio sin la cruz. Y es que sólo cuando nuestras miradas son dirigidas con discernimiento del cielo a mirar al crucificado, es que somos capaces de comprender nuestro pecado y la urgente necesidad de un salvador. Sólo cuando le miramos clavado en ese madero astillado y ensangrentado es que el amor de Dios impacta realmente nuestros corazones, nos compunge y amonesta (cf. Hch 2:37). Pero la buena nueva no consiste en que en esa cruz el Hijo de Dios murió como un malhechor; el evangelio es esa buena nueva que, juntamente con anunciar la venida del reino mesiánico de Dios, tiene como centro y fundamento de verdadero gozo el hecho histórico de la victoria de Dios sobre los poderes del mundo por la muerte redentora y expiatoria de Cristo en la cruz para perdón de nuestros pecados (cf. Col 2:13-15), y su resurrección en victoria de entre los muertos (Mr 10:45; Hch 10:37-43; 13:27-37; 26:22-23; Ro 1:4; 1Co 15:3-4; 2Ti 2:8).
     Pablo sabe que Dios le ha encomendado la ardua, pero bendita tarea, de predicar ese no tan agraciado mensaje a los gentiles, entre los cuales estaban estos corintios a quienes les escribe.
               "para que no se haga vana", lit. "no sea vaciada de su contenido" (gr. kenóo, como en Filipenses 2:7), i.e. para que no sea quitada su sustancia que es Cristo, ni se le reste valor al sacrificio de la cruz haciendo que este pierda su eficacia. El mensaje debe llevar las miradas a la cruz de Cristo, no al predicador que con su elocuencia y alardes de sabiduría ("excelencia de palabras", cf. 2:1) pudiera captar las miradas de su audiencia hacia sí mismo, haciendo que las personas presten más atención al lenguaje que al mensaje. El poder transformador mana de la cruz de Jesús, y nos llega en la forma de un mensaje en donde Cristo es el objeto de toda la atención, no las palabras persuasivas del predicador. Quien quiera procurarse seguidores personales en su rol de evangelista, está lejos de haber entendido que el único centro de atención debe ser Cristo. Él es el objeto de nuestra predicación, es a Él a quien debemos procurar que los pecadores sigan con fiel devoción, no a nosotros].
1:18  Porque la palabra de la cruz [esto es, la cruz de Cristo, v. 17] es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. [Recuérdese este contraste que hace Pablo entre las dos clases de personas según captan el evangelio: -locura, a los que se pierden-, -poder de Dios, a los que se salvan].
1:19  Pues está escrito:
 Destruiré la sabiduría de los sabios,
 Y desecharé el entendimiento de los entendidos.
1:20  ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? [¿Dónde está "el sabio"; "el escriba" y "el disputador de esta edad presente"?, todos términos muy similares para referirse a aquellas personas ilustres y letradas que podían llegar a ser consideradas como dignas de admiración y respeto, pero que ante la sabiduría de Dios son nada más que necedad. Todos estos descriptivos —presentados aquí en la forma de preguntas retóricas— el apóstol Pablo los encasilla bajo el nombre: "la sabiduría del mundo", lo cual guarda relación con la "sabiduría de palabras" que él mismo ha procurado evitar "para no hacer vana la cruz de Cristo" (v. 17). Esta idea se sigue de una lectura especial que Pablo hizo de Isaías 29:14, en donde Dios es presentado ahora como la causa que vuelve en necia esta sabiduría (aunque en el texto hebreo no se dice que Dios sea la causa de ello, pero suponemos que Pablo no se equivocó al entenderlo de esta otra manera); idea que es ratificada con la última pregunta retórica que cierra el versículo 20: "¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?", esto es, para que se haga necio el entendimiento de aquellos que se pierden confiados en sus propios razonamientos y en su propia sabiduría].
1:21  Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría [del mundo], agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación [locura para los que se pierden, v. 18].
1:22  Porque los judíos piden señales [posiblemente “señal del cielo”, cf. Mt 12:38; 16:1-4; Lc 11:16; Jn 2:18, más precisamente hechos extraordinarios a vista de todos los hombres, señales portentosas en donde Dios hiciera gala de su poder liberando a su pueblo del yugo opresor], y los griegos buscan sabiduría [“sabiduría de palabras” (v. 17); "sabiduría de este mundo" (v. 20), elocuencia de labios que capturaran la atención hacia la forma más que hacia al fondo del mensaje];
1:23  pero nosotros [los que se salvan, v. 18] predicamos a Cristo crucificado [la palabra de la cruz, v.18], para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura [Es clara la antítesis que presenta aquí Pablo entre la "sabiduría" del mundo y el mensaje de la cruz. Este mensaje contrasta de lo que podría considerarse un discurso atractivo. El mensaje de la cruz no sólo era ridículo para la cosmovisión griega, era también una piedra de tropiezo para los judíos. Para los gentiles (principalmente griegos), la cruz de Cristo era una locura, un absurdo, una bobería (Gr. moría, i.e. todos los demás descriptivos), pues lo que enseñaba era algo tan risible como que Dios se había compadecido de los humanos, se hizo hombre para morir en una cruz por amor a los hombres, y por si eso no bastare, después resucitó de entre los muertos, primicia de los que en Él han de resucitar en el día postrero. Tales afirmaciones (Dios se apiadó de los hombres, se hizo hombre para morir, lo hizo por amor, resucitó al tercer día) eran algo que no se parecía a nada de lo que ellos estaban acostumbrados a escuchar; aquello distaba mucho de su propia cosmovisión. Los griegos veían a sus dioses como seres faltos de interés y de empatía por los asuntos humanos. A decir verdad, eran incapaces de sentir dolor por la miseria humana. Ante la menor provocación estos se enojaban y traían calamidades. Además los dioses no morían y menos aún en sacrificio por amor a la humanidad. Tampoco creían los griegos en la resurrección corporal, de manera que todo este cúmulo de enseñanzas cristianas simplemente rayaba en lo absurdo (cf. Hch 17:32). Pero si para los gentiles la palabra de la cruz era locura, para los judíos era tropezadero (lit. "causa de tropiezo"), ya que desafiaba todo lo que ellos hubieran esperado de un Mesías Rey y Libertador. ¿Cómo era posible que el Mesías, el hijo de David, ese Rey profetizado que devolvería a Israel su gloria y esplendor, que restablecería el trono de David perpetuamente, muriera en una cruz como un malhechor? Además, ni siquiera es que sólo murió como un malhechor, para ser más precisos murió en una cruz (colgado en un madero), lo cual ya era para la conciencia judía una señal de maldición y reprobación (Dt 21:23), y por tanto una barrera infranqueable para creer que este Jesús de Nazaret fuera en realidad el Cristo, el Mesías prometido. No era verdaderamente posible que este fuera el Ungido de Dios, aquello debía ser un error.
      Pero hemos de notar que la palabra de la cruz no sólo resulta ser un mensaje carente de atractivo para una sociedad tan lejana a la nuestra como lo era la Roma de hace dos milenos, pues si de algo podemos estar seguros, es de que aún hoy la cruz sigue siendo motivo de burla para los que se pierden. No tenemos razón para pensar ingenuamente que el evangelio represente hoy un logro del intelecto humano secular, pues que todavía desafía las convenciones humanas tocante a asuntos como el bien y la capacidad inherente del hombre por hacer lo que es espiritualmente correcto para lograr la comunión con Dios mediante el ejercicio de la sola voluntad. Pero eso es sólo la parte menos repulsiva del evangelio. En lo medular, el evangelio es un mensaje que humilla al hombre que confía en su propia justicia, es, si me permiten la expresión, una bofetada a la dignidad del hombre, porque le dice que está perdido; que es un vil pecador que nada puede hacer por sí mismo; que ninguna de sus buenas obras puede salvarle, porque todas ellas son como trapo de inmundicia para Dios (cf. Is 64:6); y que si no se humilla y doblega sus rodillas ante la cruz de Jesús, nunca será salvo. El evangelio nos exhorta a la santidad y nos invita al camino de la renuncia a la autosuficiencia; es la dependencia absoluta en Dios y su gracia, a cambio no de una vida de abundancia de placeres y deleites materiales, sino que de padecimientos y persecuciones por causa del nombre de Jesús. El mensaje del evangelio no es un mensaje atractivo para el hombre con una mentalidad secular. Jesús mismo dijo: “seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre” (Mateo 10:22). En otra oportunidad dijo: “Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os aparten de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre” (Lucas 6:22). Pablo exhorta a Timoteo: “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo” (2Timoteo 2:3). Pedro también les escribe a los hermanos: “si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello” (1Pedro 4:16); y Juan dice: “Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece” (1Juan 3:13). ¡Y es que el mensaje de la cruz no consiste en la autosatisfacción y la autocomplacencia, es  auto negación! ¿Es ese el mensaje que a la gente le agrada escuchar? Ciertamente no, pero no tenemos otro mensaje que ese];
1:24  mas para los llamados [nosotros, los que se salvan, los llamados según el propósito de Dios (cf. Ro 8:28, 30), i.e. no los que son llamados de manera general al arrepentimiento —según la invitación a todo el mundo que es por el evangelio—, sino aquellos en quienes Dios obra por su Espíritu, llamándoles eficazmente al encuentro espiritual con el amado salvador], así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. [El mensaje de la cruz pone a Cristo como el centro de la predicación. Él y sólo Él es la suma y la sustancia del evangelio. Aunque este mensaje, esta palabra, es locura para los que se pierden (esto es, para los que han rechazado la sabiduría de Dios, v. 18) Cristo mismo viene a materializar lo que antes se dijo acerca de "la palabra de la cruz". Es sobre Él, finalmente, que los conceptos de "poder" y "sabiduría de Dios" toman su forma más perfecta. Por tanto, aunque es cierto que el evangelio es poder de Dios ("poder de Dios para salvación", cf. Ro 1:16), este no es poderoso por sí sólo, sino por cuanto su centralidad se basa en una Persona que en sí misma expresa y da forma al poder de Dios. Quizás convenga decir, llegados a este punto, que el evangelio no solo nos habla de Cristo, el evangelio es Cristo, el Cristo de la cruz. Es, por tanto, en Él que la palabra de la cruz viene a ser el instrumento poderoso de Dios para vencer al pecado y a la muerte y salvar a los perdidos pecadores].
1:25  Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. [Dos frases adjetivas en nominativo neutro y grado comparativo: “lo insensato… es más sabio”; “lo débil… es más fuerte”. Esto se dice no de Dios, sino de aquello que para los hombres era “insensato” y “débil”. No obstante para Dios, lo que era tenido por insensato y por débil, era más sabio y más fuerte que lo que el juicio humano hubiera estimado jamás].
1:26  Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles;
1:27  sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte;
1:28  y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es,
1:29  a fin de que nadie se jacte en su presencia. [En su sabio albedrío, Dios había determinado salvar a aquellos que, socialmente hablando, eran tenidos por poca cosa por aquellos que ostentaban el poder, los cargos y los privilegios en medio de la sociedad corrompida de Corinto. No debe esto conducirnos a la idea errónea de que Dios, en todo lugar de la tierra, sólo habría de escoger a hombres y mujeres despreciados por la sociedad y desechado a los más influyentes o que tuvieran cargos importantes, pues que tal caso queda demostrado como inválido cuando leemos acerca de creyentes como el centurión romano Cornelio; el etíope eunuco funcionario de Candace; o Gallo el hospedador de Pablo "y de toda la iglesia" (Ro 16:23); entre otros (y aún podríamos enumerar casos conocidos dentro de nuestra propia historia contemporánea), quienes, aunque mantenían cargos de autoridad o gozaban de una buena posición social, Dios les llamó a la fe y al encuentro espiritual. De manera que lo que se dice aquí debe ser entendido dentro del propio contexto de la carta, de la comunidad corintia, de entre los cuales Dios se plació salvar a aquellos que no eran tenidos por sabios o poderosos (y así también en otras partes del mundo). Es necesario recordar que si algo caracterizaba a la sociedad corintia (y de los alrededores) era esa constante búsqueda por la “sabiduría del mundo” y por quienes eran tenidos por “sabios” y “poderosos”. Estos, por su parte, habían de confiar tanto en su propia habilidad reflexiva y capacidad de oratoria, que en su necedad habían sido rechazados por Dios, lo cual quedaba de manifiesto en el rechazado histórico de estos a la sabiduría de Dios que era por el evangelio.
              Esta elección de Dios tenía como propósito que “nadie se jacte en su presencia”, lo cual abunda de sentido lógico, pues si hubiera Él escogido precisamente a los que se tenían por sabios y poderosos, difícil hubiera sido quitar de las gentes esa impresión errónea de que estos fueron escogidos por su sabiduría y virtudes propias. Pero Dios, quien se reserva toda la gloria y el derecho de admisión, abría de escoger precisamente a los impensablemente escogidos según la mente secular, esto para que en todo quedara de manifiesto la gracia soberana de Dios en la salvación de los hombres.
     Como ya se habrá podido notar, los pasajes no se refieren a un llamado al servicio de la iglesia local, sino más bien al llamado a la salvación. No es un llamado ministerial, es elección para vida eterna.]
1:30  Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención [Diferentes estados de la gracia de los que hemos sido hechos partícipes, por cuanto hemos sido incorporados a Cristo (de quien manan estas bendiciones) mediante la fe. Esta unión (“unión mística” como le llamaron los padres reformadores) nos asegura una posición de victoria, en donde la “justicia”; la “santificación” y la “redención” son para el creyente tanto una realidad que en el presente puede disfrutar, como una esperanza escatológica asegurada por la obra de Cristo en la cruz];
1:31  para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor. [Nótense las dos expresiones que el apóstol Pablo utiliza para explicar nuestra relación con Cristo en el asunto de la salvación: "estáis vosotros en Cristo Jesús"; "El que se gloría, gloríese en el Señor". Dios no nos coloca al lado de Jesús para así nosotros poder recibir las bendiciones de su gracia, nos coloca en Él. Como también en otro lugar lo he expresado al referirme a la justificación del creyente:

«Así también, cuando Pablo dice que no hay condenación alguna para los que están en Cristo Jesús (Ro 8:1), no quiere con ello significar los que están "al lado" de Cristo Jesús, sino los que están en Él. Quiero insistir en lo último que acabo de decir: No es por estar cerca de Cristo que somos salvos, no es ni siquiera por estar muy cerca de él que logramos alcanzar la justificación y la vida eterna. ¡Somos salvos por estar en Él! [...] Hemos de insistir en que "todos los que hemos sido bautizados en Cristo, de Cristo estamos revestidos" (Gál 3:27), de manera que Dios nos ve no a nosotros pecadores, sino a Cristo, de quien estamos revestidos. De otra manera: No es una posición de justos delante de Dios lo que finalmente garantiza nuestra justificación, es nuestra posición en Cristo, unidos a Él, participando con Él de su muerte y resurrección en la que somos hechos la justicia de Dios, la justicia de Dios en Cristo. Es su vida en resurrección la que comunica vida al Cuerpo (la Iglesia) y a cada creyente individual, y es en su justicia que la Novia está revestida de justicia, de manera que puede ella presentarse delante del trono de Dios, del Juez de todo el universo, y recibir de parte de Él la declaración de justicia y la aceptación a su Reino. No vendremos a condenación, más hemos pasado de muerte a vida (Jn 5:24).
»    Podemos entender ahora a Pablo y a qué se estaba refiriendo cuando escribió respecto de Cristo y de "ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que es de Dios por la fe" (Fil 3:9). "Ser hallado en Él" es un concepto que cada uno de nosotros necesita comprender en su totalidad. Se trata de la posición en la que hemos sido colocados por designio divino, sobre la base de su propósito eterno, y es donde esperamos en esperanza ser hallados en el día final. "Ser hallado en Él" es el anhelo ferviente de quien ha comprendido que su propia justicia no tiene valor alguno delante del trono de Dios; es la renuncia al propio esfuerzo y a los méritos humanos; es la plena confianza de que Dios puede proveer, en Cristo y por Él, el don de la justicia, de modo que puede el creyente descansar ya no en las obras suyas, sino en la cruz de Jesucristo y en las promesas de Dios en Cristo, aplicadas al creyente por las operaciones del Espíritu Santo».

“El que se gloría, gloríese en el Señor”. Hemos sido colocados en Cristo, en quien nos gloriamos. De otra manera: De nada tenemos derecho a la jactancia, sino sólo en el Señor. Descansamos en Aquel que ha hecho por nosotros lo que nosotros mismos jamás hubiéramos podido conseguir mediante nuestra inventiva y esfuerzo personal. La referencia a lo “que está escrito” es una lectura libre que Pablo hace de Jeremías 9:23-24, en donde leemos al profeta reproduciendo la exhortación divina a no gloriarse en las cosas humanas (sabiduría, poder y riqueza), sino que en el conocimiento y comprensión de Dios. Nada sino el conocimiento experimental de cuál sea la voluntad de Dios, es lo que podía salvar a la nación del inminente juicio divino. Pero en el uso de Pablo de la cita, lo que se está significando es que si alguien quiere gloriarse, que no sea en los méritos propios y virtudes propias, sino que en Dios, quien es el autor y consumador de toda nuestra salvación].

2:1  Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría [sabiduría de palabras, v. 1:17. De otra manera: "No fui a ustedes con un discurso grandilocuente, que maravillara e impresionara en su forma"].
2:2  Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado [cf. 1:23] [Antes que sorprender con su gran elocuencia y sabiduría, que ciertamente poseía, Pablo había decidido que su mensaje fuera sólo la cruz de Cristo. Era pertinente que los corintios fueran confrontados con la cruz del Señor, no simplemente impresionados con palabras bien articuladas. Esto también debiera aplicar a nuestro propio contexto y cultura. Los hombres deben escucharnos hablar de la cruz de Cristo. Lo que los incrédulos necesitan no es un argumento bien elaborado acerca de las verdades eternas, ellos necesitan ser confrontados con la cruz de Jesucristo. La cruz de Cristo debe ser el asiento de toda nuestra predicación, la protagonista sobre el púlpito de las iglesias locales. Jesucristo, su cruz y resurrección, deben ser el mensaje que inunde cada sermón en cada púlpito de cada iglesia cristiana. Una iglesia donde no se predica a Cristo a los inconversos y a los hermanos; en donde el mensaje sólo se reduce a una charla motivacional; en donde no hay exhortación a dejar el pecado y a mirar al Cristo de la cruz, es una iglesia camino a la quiebra espiritual. Jesucristo debe ser la razón de cada culto, el motivo de cada reunión. Es sobre Él de quien debe la Iglesia y el mundo escuchar, pues que no se trata de mirarnos a nosotros, se trata de mirarlo a Él y aprender de Él. ¡Todo se trata de Él!].
2:3  Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor [no miedo o vergüenza, sino más bien temor reverente por cumplir con su tarea de predicar el evangelio en medio de una sociedad tan echada a la idolatría y la inmoralidad];
2:4  y ni mi palabra ni mi predicación [esto es, ni su lenguaje (su forma de hablar) ni su mensaje (el contenido de lo hablado)] fue con palabras persuasivas de [“humana”, omitido del texto crítico por no contar con el respaldo de manuscritos fidedignos] sabiduría [que aunque hubieran capturado la admiración y adulación de su audiencia, no habrían tenido poder para transformar, pues que las miradas y el oído habrían sido puestas en la persona del predicador y no en la cruz de Aquel único que tiene el poder para salvar], sino con demostración del Espíritu y de poder, [“sino con demostración del poder del Espíritu” (BTX3). ¿Se estaría refiriendo Pablo a la obra de Dios externalizada por medio de milagros y prodigios (incluidos el repartimiento de dones a los creyentes), o más bien a la obra interna —regeneradora— en el corazón del creyente? En mi opinión, no hay necesidad de escoger entre una opción u otra, ya que ambas cosas pertenecen a lo que había estado haciendo Dios por su Espíritu en la labor evangelística por medio de los apóstoles (cf. Hch 3:1-10; 5:12-16; 9:32-42; 13:8-12; 16:18; 2Co 12:12; 1Ts 1:5). El propio Pablo escribió a los hermanos de Roma con las siguientes palabras: “No me atreveré a hablar de nada sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para que los gentiles lleguen a obedecer a Dios. Lo ha hecho con palabras y obras, mediante poderosas señales y milagros, por el poder del Espíritu de Dios. Así que, habiendo comenzado en Jerusalén, he completado la proclamación del evangelio de Cristo por todas partes, hasta la región de Iliria” (Ro 15:18-19, NVI). Por su parte, hablando acerca de la salvación (“una salvación tan grande”), el autor de la carta a los Hebreos señala: “la cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del espíritu Santo según su voluntad” (He 2:3-4). En esta misma epístola, el autor, usando la expresión “la palabra de Dios” en referencia clara al evangelio (ver He 4:2, “la buena nueva,… oír la palabra”) y no sólo a la palabra escrita en la Escritura (para aquel entonces la Tanaj), dice que esta “es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (He 4:12). Esto que se dice acerca de “la palabra de Dios” demuestra, por medio de una metáfora, cómo es que el mensaje es capaz no sólo de revelarnos al Salvador del mundo, sino también de confrontarnos con Dios mismo (por ella somos confrontados por Dios), introduciéndose en las mismas fibras del corazón del hombre, sacando hacia afuera todo lo que allí hay. Esta palabra es poderosa para transformar el carácter y desnudar el corazón del hombre al punto del arrepentimiento y la conversión. Esta palabra es viva y eficaz porque logra el propósito para el cual es enviada, y aunque eso no quiera significar que siempre habrá conversión, sí asegura que ante la majestad de Dios todos los corazones quedan expuestos y desnudos, abiertos a la vista de Aquel a quien tenemos que dar cuenta (He 4:13). Ahora bien, en vista de que el evangelio tiene el poder de cambiar vidas, transformándolas y disponiéndolas en obediencia a Dios, es pues evidente que tales “demostraciones del Espíritu y de poder” de las que habló Pablo debían apuntar principalmente a esa obra interna manifestada en novedad de vida. Como sea, lo importante que hay que destacar aquí es el hecho de que para Pablo el sentido de todas estas señales era magnificar a Dios mediante esas señales, haciendo que los ojos de los hombres se elevaran al cielo, no a su persona].
2:5  para que vuestra fe no esté [“fundada”, omitido del texto crítico por no contar con el respaldo de manuscritos fidedignos] en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios [Poder de Dios para salvar y transformar.
     Creer en algo implica fiarse de que ese algo es cierto, no una mera fábula artificiosa, sino una cosa verídica respecto de la cual hay evidencia. Por lo tanto, creer el evangelio es fiarse de su contenido, es dar fe a lo que este nos comunica (tanto de la Persona que es comunicada, como de los hechos tocantes a esa Persona). Para al apóstol Pablo era, pues, importante que la fe de los corintios no estuviera puesta tanto en las palabras persuasivas o impresionantes de su boca, sino en el poder de Dios expresado mediante su obrar portentoso (tanto externamente como internamente) en la vida de los que habrían de ser objetos de su misericordia (ya sea para salvación de sus almas, ya sea sólo para sanidad y/o liberación de espíritus inmundos). Los griegos podían llegar a ser fácilmente impresionables cuando se trataba de asuntos filosóficos. Una persona con buena capacidad oratoria podía persuadirles sin mucha dificultad acerca de sus propias ideas, aun cuando su oratoria no fuera más que palabrerías sin sentido. Y no es que los griegos fueran ingenuos o estúpidos, sino que lo que muchos de ellos buscaba era la exploración de nuevas ideas; les fascinaba escuchar a quienes venían de lejos con alguna nueva filosofía (cf. lo que se dice de los atenienses y demás residentes en Hechos 17:19-21). Pues bien, cuando Pablo fue a los corintios con el evangelio, procuró no acudir a ese viejo recurso retórico típico de los que se mostraban como sabios ante su audiencia, sino que presentó el evangelio de la cruz acompañándose del poder de Dios, evidencia palpable de que lo que venía hablando no era mera palabrería sin contenido. Ahora bien, aunque la alusión al poder de Dios no excluye las demostraciones mencionadas más arriba, con todo, es importante señalar que el poder de Dios, en lo tocante a la obra de la cruz, encuentra su forma más sublime en el acto de vencer al pecado, a Satanás y a la muerte. Quien padeció por los pecados en esa cruz, fue también levantado con poder de entre los muertos por la mano poderosa de Dios (cf. Hch 2:33).
     Mientras algunos afanosamente buscan “fórmulas” y “estrategias” para “evangelizar con poder”, nosotros no debemos perder de vista el hecho indudable de que el evangelio de Cristo es, en sí mismo, poder de Dios para salvación (Ro 1:16). Es el evangelio el que cambia a las personas, es su mensaje el que transforma y trae novedad de vida. No es nuestra retórica, ni cuánto alzamos la voz; no consiste en la belleza del mensaje, ni en lo adornado que lo presentemos. Es la potencia de su contenido la clave para su eficacia en los corazones y su impacto permanente en la vida de los escogidos. Como diría Dwight L. Moody, el evangelio es como un león. Lo único que el predicador tiene que hacer es abrir la jaula y quitarse del medio.
     Debemos predicar el evangelio sin los atavíos de la mente mundanal, pues que no hay poder en ello. Me uno a las palabras del difunto teólogo alemán Wolfhart Pannenberg, cuando dijo: “Mi preocupación más grande por la Iglesia es que siga predicando el Evangelio y que no se conforme a los estándares seculares. Algunas iglesias y muchos ministros piensan que tienen que asimilar las inquietudes seculares para poder alcanzar a las personas. Yo creo lo contrario. […] La Iglesia tiene que proclamar algo diferente: la esperanza de vida eterna”.

     Mientras algunos predicadores y líderes de iglesia en Chile y Latinoamérica han exhortado durante años confundiendo "avivamiento" con "manifestaciones espirituales", temo porque se pierda de vista que lo que la Iglesia del Señor necesita, hoy más que nada, es un avivamiento, pero un avivamiento por el evangelio, que es donde está el poder de Dios para transformación y salvación de las vidas. No existe verdadero avivamiento sin el evangelio de Jesucristo, así cómo no existe manifestación del Espíritu Santo si Cristo, y sólo Cristo, no es exaltado por sobre todas las cosas.
     ¡Cuán importante es que tomemos en serio el mensaje de la cruz y lo expongamos en todas sus letras, aunque este moleste y resulte en el rechazo de los hombres! El éxito de la predicación evangelística no consiste en llevar la mayor cantidad de almas a Jesús, pues Dios es quien traerá consigo a los que han de creer, cautivando sus mentes y disponiendo sus corazones a la fe y a la verdad. Nuestra labor en el reino no es llenar nuestras iglesias de gente vacía creyendo ser salva, sino predicar el mensaje de la cruz y dejar que sea el impacto de la gracia y el arribo del Espíritu Santo lo que sacuda el corazón de los que han de ser salvos.




Sólo de Dios es la Gloria