Un espacio para la reflexión filosófica y teológica

domingo, 3 de abril de 2016

LA PALABRA DE LA CRUZ


Un comentario expositivo a 1Corintios 1:17-2:5

Mauricio A. Jiménez


TEXTO (RV60)

     “(1:17) Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo.
      (18) Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. (19) Pues está escrito:
      Destruiré la sabiduría de los sabios,
      Y desecharé el entendimiento de los entendidos.
      (20) ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? (21) Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. (22) Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; (23) pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; (24) mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios.
     (25) Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. (26) Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; (27) sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; (28) y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.
    (29) Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; (30) para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.
     (2:1) Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. (2) Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. (3) Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; (4) y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, (5) para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.”


     Antes de pasar a comentar los pasajes citados, es necesario responder a la pregunta de: ¿cómo es que Pablo llegó hasta aquí, i.e. a razón de qué el apóstol comienza a escribir a los hermanos de Corinto las palabras citadas en el cuadro anterior?
     Los versículos 10 al 12 del primer capítulo nos cuentan acerca de una disputa que había surgido al interior de la iglesia corintia, respecto de la cual Pablo había sido informado “por los de Cloé” (v. 11). Se trataba de una diferencia de opiniones surgidas por una suerte de ánimo partidista entre los que habían sido instruidos inicialmente por Pablo y los que, al parecer, habían venido a la fe por boca de Apolos y de Pedro (véase 3:5). Esta situación había generado cierta tensión y división entre los hermanos, razón por la cual Pablo sale al paso y exhorta, con la autoridad de Jesucristo, a los que así habían incurrido, a que estuvieran “perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” (v. 10).
     El verso 13, que introducirá a Pablo a lo que sigue desde el verso 17, es una pregunta retórica que utiliza para probar lo necia de esta actitud partidista. “¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” La respuesta esperada a estas tres preguntas era sin duda una triple negación (no, no y no). Si Cristo estaba dividido, entonces era lógico pensar que la Iglesia también lo estuviera, pues que para Pablo la Iglesia no era sino el Cuerpo de Cristo (12:12-27). Sin embargo, eso no era realmente posible (que Cristo estuviera dividido), por tanto la Iglesia, como Cuerpo de Cristo, debía permanecer en completa unidad. Por otra parte, si no fue Pablo (o Apolos; o Pedro) el que murió en una cruz para perdón de los pecados de ellos, ni tampoco fue en su nombre que estos recibieron el bautismo en agua, entonces tal disputa que entre ellos se había generado era un sin sentido; algo por lo cual merecían el adjetivo de “carnales” (3:1-3).
     Los versos 14 al 16 son una elaboración argumentativa a propósito de la última pregunta retórica del versículo 13 y que darán pie a lo que será una larga exposición acerca de “la palabra de la cruz” y “la sabiduría de Dios”, como si se tratase de un amplio paréntesis que se cierra al final de 2:5, aunque no lo es.
   

El COMENTARIO

1:17  Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo [—"no me envió Cristo a bautizar". No es que el bautismo en sí mismo careciera de importancia, sino que Pablo entiende que su llamado apostólico era a predicar el evangelio. El bautismo era un asunto a posteriori y generalmente de responsabilidad de los diáconos (aunque no de exclusividad de ellos, como se lee en la gran comisión de Mateo 28:19). Por otra parte, el apóstol Pablo ve como un alivio el hecho de no haber bautizado a los creyentes de Corinto (sino sólo a unos pocos, vv. 14-16), ya que eso hubiera incrementado todavía más las disensiones y la rivalidad que ya se había instaurado en la iglesia (vv. 11-12). Pablo se reconoce como únicamente un portavoz de un mensaje, no como el objeto de ese mensaje, de modo de evitar que algunos inmaduros en la iglesia exaltaran su imagen, perdiéndose así el verdadero enfoque que es Cristo.  
               "sino a predicar el evangelio". Pablo se ve a sí mismo como un enviado a pregonar no un mensaje de buena nueva (como si hubiesen otros más), sino que EL mensaje de buena nueva. De otro modo: para el apóstol Pablo no había sino un único mensaje de buena nueva, el evangelio de la cruz. Para Pablo, la cruz de Cristo lo inunda todo y todo sucumbe ante el poder del Cristo de la cruz. No hay evangelio sin la cruz. Y es que sólo cuando nuestras miradas son dirigidas con discernimiento del cielo a mirar al crucificado, es que somos capaces de comprender nuestro pecado y la urgente necesidad de un salvador. Sólo cuando le miramos clavado en ese madero astillado y ensangrentado es que el amor de Dios impacta realmente nuestros corazones, nos compunge y amonesta (cf. Hch 2:37). Pero la buena nueva no consiste en que en esa cruz el Hijo de Dios murió como un malhechor; el evangelio es esa buena nueva que, juntamente con anunciar la venida del reino mesiánico de Dios, tiene como centro y fundamento de verdadero gozo el hecho histórico de la victoria de Dios sobre los poderes del mundo por la muerte redentora y expiatoria de Cristo en la cruz para perdón de nuestros pecados (cf. Col 2:13-15), y su resurrección en victoria de entre los muertos (Mr 10:45; Hch 10:37-43; 13:27-37; 26:22-23; Ro 1:4; 1Co 15:3-4; 2Ti 2:8).
     Pablo sabe que Dios le ha encomendado la ardua, pero bendita tarea, de predicar ese no tan agraciado mensaje a los gentiles, entre los cuales estaban estos corintios a quienes les escribe.
               "para que no se haga vana", lit. "no sea vaciada de su contenido" (gr. kenóo, como en Filipenses 2:7), i.e. para que no sea quitada su sustancia que es Cristo, ni se le reste valor al sacrificio de la cruz haciendo que este pierda su eficacia. El mensaje debe llevar las miradas a la cruz de Cristo, no al predicador que con su elocuencia y alardes de sabiduría ("excelencia de palabras", cf. 2:1) pudiera captar las miradas de su audiencia hacia sí mismo, haciendo que las personas presten más atención al lenguaje que al mensaje. El poder transformador mana de la cruz de Jesús, y nos llega en la forma de un mensaje en donde Cristo es el objeto de toda la atención, no las palabras persuasivas del predicador. Quien quiera procurarse seguidores personales en su rol de evangelista, está lejos de haber entendido que el único centro de atención debe ser Cristo. Él es el objeto de nuestra predicación, es a Él a quien debemos procurar que los pecadores sigan con fiel devoción, no a nosotros].
1:18  Porque la palabra de la cruz [esto es, la cruz de Cristo, v. 17] es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. [Recuérdese este contraste que hace Pablo entre las dos clases de personas según captan el evangelio: -locura, a los que se pierden-, -poder de Dios, a los que se salvan].
1:19  Pues está escrito:
 Destruiré la sabiduría de los sabios,
 Y desecharé el entendimiento de los entendidos.
1:20  ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? [¿Dónde está "el sabio"; "el escriba" y "el disputador de esta edad presente"?, todos términos muy similares para referirse a aquellas personas ilustres y letradas que podían llegar a ser consideradas como dignas de admiración y respeto, pero que ante la sabiduría de Dios son nada más que necedad. Todos estos descriptivos —presentados aquí en la forma de preguntas retóricas— el apóstol Pablo los encasilla bajo el nombre: "la sabiduría del mundo", lo cual guarda relación con la "sabiduría de palabras" que él mismo ha procurado evitar "para no hacer vana la cruz de Cristo" (v. 17). Esta idea se sigue de una lectura especial que Pablo hizo de Isaías 29:14, en donde Dios es presentado ahora como la causa que vuelve en necia esta sabiduría (aunque en el texto hebreo no se dice que Dios sea la causa de ello, pero suponemos que Pablo no se equivocó al entenderlo de esta otra manera); idea que es ratificada con la última pregunta retórica que cierra el versículo 20: "¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?", esto es, para que se haga necio el entendimiento de aquellos que se pierden confiados en sus propios razonamientos y en su propia sabiduría].
1:21  Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría [del mundo], agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación [locura para los que se pierden, v. 18].
1:22  Porque los judíos piden señales [posiblemente “señal del cielo”, cf. Mt 12:38; 16:1-4; Lc 11:16; Jn 2:18, más precisamente hechos extraordinarios a vista de todos los hombres, señales portentosas en donde Dios hiciera gala de su poder liberando a su pueblo del yugo opresor], y los griegos buscan sabiduría [“sabiduría de palabras” (v. 17); "sabiduría de este mundo" (v. 20), elocuencia de labios que capturaran la atención hacia la forma más que hacia al fondo del mensaje];
1:23  pero nosotros [los que se salvan, v. 18] predicamos a Cristo crucificado [la palabra de la cruz, v.18], para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura [Es clara la antítesis que presenta aquí Pablo entre la "sabiduría" del mundo y el mensaje de la cruz. Este mensaje contrasta de lo que podría considerarse un discurso atractivo. El mensaje de la cruz no sólo era ridículo para la cosmovisión griega, era también una piedra de tropiezo para los judíos. Para los gentiles (principalmente griegos), la cruz de Cristo era una locura, un absurdo, una bobería (Gr. moría, i.e. todos los demás descriptivos), pues lo que enseñaba era algo tan risible como que Dios se había compadecido de los humanos, se hizo hombre para morir en una cruz por amor a los hombres, y por si eso no bastare, después resucitó de entre los muertos, primicia de los que en Él han de resucitar en el día postrero. Tales afirmaciones (Dios se apiadó de los hombres, se hizo hombre para morir, lo hizo por amor, resucitó al tercer día) eran algo que no se parecía a nada de lo que ellos estaban acostumbrados a escuchar; aquello distaba mucho de su propia cosmovisión. Los griegos veían a sus dioses como seres faltos de interés y de empatía por los asuntos humanos. A decir verdad, eran incapaces de sentir dolor por la miseria humana. Ante la menor provocación estos se enojaban y traían calamidades. Además los dioses no morían y menos aún en sacrificio por amor a la humanidad. Tampoco creían los griegos en la resurrección corporal, de manera que todo este cúmulo de enseñanzas cristianas simplemente rayaba en lo absurdo (cf. Hch 17:32). Pero si para los gentiles la palabra de la cruz era locura, para los judíos era tropezadero (lit. "causa de tropiezo"), ya que desafiaba todo lo que ellos hubieran esperado de un Mesías Rey y Libertador. ¿Cómo era posible que el Mesías, el hijo de David, ese Rey profetizado que devolvería a Israel su gloria y esplendor, que restablecería el trono de David perpetuamente, muriera en una cruz como un malhechor? Además, ni siquiera es que sólo murió como un malhechor, para ser más precisos murió en una cruz (colgado en un madero), lo cual ya era para la conciencia judía una señal de maldición y reprobación (Dt 21:23), y por tanto una barrera infranqueable para creer que este Jesús de Nazaret fuera en realidad el Cristo, el Mesías prometido. No era verdaderamente posible que este fuera el Ungido de Dios, aquello debía ser un error.
      Pero hemos de notar que la palabra de la cruz no sólo resulta ser un mensaje carente de atractivo para una sociedad tan lejana a la nuestra como lo era la Roma de hace dos milenos, pues si de algo podemos estar seguros, es de que aún hoy la cruz sigue siendo motivo de burla para los que se pierden. No tenemos razón para pensar ingenuamente que el evangelio represente hoy un logro del intelecto humano secular, pues que todavía desafía las convenciones humanas tocante a asuntos como el bien y la capacidad inherente del hombre por hacer lo que es espiritualmente correcto para lograr la comunión con Dios mediante el ejercicio de la sola voluntad. Pero eso es sólo la parte menos repulsiva del evangelio. En lo medular, el evangelio es un mensaje que humilla al hombre que confía en su propia justicia, es, si me permiten la expresión, una bofetada a la dignidad del hombre, porque le dice que está perdido; que es un vil pecador que nada puede hacer por sí mismo; que ninguna de sus buenas obras puede salvarle, porque todas ellas son como trapo de inmundicia para Dios (cf. Is 64:6); y que si no se humilla y doblega sus rodillas ante la cruz de Jesús, nunca será salvo. El evangelio nos exhorta a la santidad y nos invita al camino de la renuncia a la autosuficiencia; es la dependencia absoluta en Dios y su gracia, a cambio no de una vida de abundancia de placeres y deleites materiales, sino que de padecimientos y persecuciones por causa del nombre de Jesús. El mensaje del evangelio no es un mensaje atractivo para el hombre con una mentalidad secular. Jesús mismo dijo: “seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre” (Mateo 10:22). En otra oportunidad dijo: “Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os aparten de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre” (Lucas 6:22). Pablo exhorta a Timoteo: “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo” (2Timoteo 2:3). Pedro también les escribe a los hermanos: “si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello” (1Pedro 4:16); y Juan dice: “Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece” (1Juan 3:13). ¡Y es que el mensaje de la cruz no consiste en la autosatisfacción y la autocomplacencia, es  auto negación! ¿Es ese el mensaje que a la gente le agrada escuchar? Ciertamente no, pero no tenemos otro mensaje que ese];
1:24  mas para los llamados [nosotros, los que se salvan, los llamados según el propósito de Dios (cf. Ro 8:28, 30), i.e. no los que son llamados de manera general al arrepentimiento —según la invitación a todo el mundo que es por el evangelio—, sino aquellos en quienes Dios obra por su Espíritu, llamándoles eficazmente al encuentro espiritual con el amado salvador], así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. [El mensaje de la cruz pone a Cristo como el centro de la predicación. Él y sólo Él es la suma y la sustancia del evangelio. Aunque este mensaje, esta palabra, es locura para los que se pierden (esto es, para los que han rechazado la sabiduría de Dios, v. 18) Cristo mismo viene a materializar lo que antes se dijo acerca de "la palabra de la cruz". Es sobre Él, finalmente, que los conceptos de "poder" y "sabiduría de Dios" toman su forma más perfecta. Por tanto, aunque es cierto que el evangelio es poder de Dios ("poder de Dios para salvación", cf. Ro 1:16), este no es poderoso por sí sólo, sino por cuanto su centralidad se basa en una Persona que en sí misma expresa y da forma al poder de Dios. Quizás convenga decir, llegados a este punto, que el evangelio no solo nos habla de Cristo, el evangelio es Cristo, el Cristo de la cruz. Es, por tanto, en Él que la palabra de la cruz viene a ser el instrumento poderoso de Dios para vencer al pecado y a la muerte y salvar a los perdidos pecadores].
1:25  Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. [Dos frases adjetivas en nominativo neutro y grado comparativo: “lo insensato… es más sabio”; “lo débil… es más fuerte”. Esto se dice no de Dios, sino de aquello que para los hombres era “insensato” y “débil”. No obstante para Dios, lo que era tenido por insensato y por débil, era más sabio y más fuerte que lo que el juicio humano hubiera estimado jamás].
1:26  Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles;
1:27  sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte;
1:28  y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es,
1:29  a fin de que nadie se jacte en su presencia. [En su sabio albedrío, Dios había determinado salvar a aquellos que, socialmente hablando, eran tenidos por poca cosa por aquellos que ostentaban el poder, los cargos y los privilegios en medio de la sociedad corrompida de Corinto. No debe esto conducirnos a la idea errónea de que Dios, en todo lugar de la tierra, sólo habría de escoger a hombres y mujeres despreciados por la sociedad y desechado a los más influyentes o que tuvieran cargos importantes, pues que tal caso queda demostrado como inválido cuando leemos acerca de creyentes como el centurión romano Cornelio; el etíope eunuco funcionario de Candace; o Gallo el hospedador de Pablo "y de toda la iglesia" (Ro 16:23); entre otros (y aún podríamos enumerar casos conocidos dentro de nuestra propia historia contemporánea), quienes, aunque mantenían cargos de autoridad o gozaban de una buena posición social, Dios les llamó a la fe y al encuentro espiritual. De manera que lo que se dice aquí debe ser entendido dentro del propio contexto de la carta, de la comunidad corintia, de entre los cuales Dios se plació salvar a aquellos que no eran tenidos por sabios o poderosos (y así también en otras partes del mundo). Es necesario recordar que si algo caracterizaba a la sociedad corintia (y de los alrededores) era esa constante búsqueda por la “sabiduría del mundo” y por quienes eran tenidos por “sabios” y “poderosos”. Estos, por su parte, habían de confiar tanto en su propia habilidad reflexiva y capacidad de oratoria, que en su necedad habían sido rechazados por Dios, lo cual quedaba de manifiesto en el rechazado histórico de estos a la sabiduría de Dios que era por el evangelio.
              Esta elección de Dios tenía como propósito que “nadie se jacte en su presencia”, lo cual abunda de sentido lógico, pues si hubiera Él escogido precisamente a los que se tenían por sabios y poderosos, difícil hubiera sido quitar de las gentes esa impresión errónea de que estos fueron escogidos por su sabiduría y virtudes propias. Pero Dios, quien se reserva toda la gloria y el derecho de admisión, abría de escoger precisamente a los impensablemente escogidos según la mente secular, esto para que en todo quedara de manifiesto la gracia soberana de Dios en la salvación de los hombres.
     Como ya se habrá podido notar, los pasajes no se refieren a un llamado al servicio de la iglesia local, sino más bien al llamado a la salvación. No es un llamado ministerial, es elección para vida eterna.]
1:30  Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención [Diferentes estados de la gracia de los que hemos sido hechos partícipes, por cuanto hemos sido incorporados a Cristo (de quien manan estas bendiciones) mediante la fe. Esta unión (“unión mística” como le llamaron los padres reformadores) nos asegura una posición de victoria, en donde la “justicia”; la “santificación” y la “redención” son para el creyente tanto una realidad que en el presente puede disfrutar, como una esperanza escatológica asegurada por la obra de Cristo en la cruz];
1:31  para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor. [Nótense las dos expresiones que el apóstol Pablo utiliza para explicar nuestra relación con Cristo en el asunto de la salvación: "estáis vosotros en Cristo Jesús"; "El que se gloría, gloríese en el Señor". Dios no nos coloca al lado de Jesús para así nosotros poder recibir las bendiciones de su gracia, nos coloca en Él. Como también en otro lugar lo he expresado al referirme a la justificación del creyente:

«Así también, cuando Pablo dice que no hay condenación alguna para los que están en Cristo Jesús (Ro 8:1), no quiere con ello significar los que están "al lado" de Cristo Jesús, sino los que están en Él. Quiero insistir en lo último que acabo de decir: No es por estar cerca de Cristo que somos salvos, no es ni siquiera por estar muy cerca de él que logramos alcanzar la justificación y la vida eterna. ¡Somos salvos por estar en Él! [...] Hemos de insistir en que "todos los que hemos sido bautizados en Cristo, de Cristo estamos revestidos" (Gál 3:27), de manera que Dios nos ve no a nosotros pecadores, sino a Cristo, de quien estamos revestidos. De otra manera: No es una posición de justos delante de Dios lo que finalmente garantiza nuestra justificación, es nuestra posición en Cristo, unidos a Él, participando con Él de su muerte y resurrección en la que somos hechos la justicia de Dios, la justicia de Dios en Cristo. Es su vida en resurrección la que comunica vida al Cuerpo (la Iglesia) y a cada creyente individual, y es en su justicia que la Novia está revestida de justicia, de manera que puede ella presentarse delante del trono de Dios, del Juez de todo el universo, y recibir de parte de Él la declaración de justicia y la aceptación a su Reino. No vendremos a condenación, más hemos pasado de muerte a vida (Jn 5:24).
»    Podemos entender ahora a Pablo y a qué se estaba refiriendo cuando escribió respecto de Cristo y de "ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que es de Dios por la fe" (Fil 3:9). "Ser hallado en Él" es un concepto que cada uno de nosotros necesita comprender en su totalidad. Se trata de la posición en la que hemos sido colocados por designio divino, sobre la base de su propósito eterno, y es donde esperamos en esperanza ser hallados en el día final. "Ser hallado en Él" es el anhelo ferviente de quien ha comprendido que su propia justicia no tiene valor alguno delante del trono de Dios; es la renuncia al propio esfuerzo y a los méritos humanos; es la plena confianza de que Dios puede proveer, en Cristo y por Él, el don de la justicia, de modo que puede el creyente descansar ya no en las obras suyas, sino en la cruz de Jesucristo y en las promesas de Dios en Cristo, aplicadas al creyente por las operaciones del Espíritu Santo».

“El que se gloría, gloríese en el Señor”. Hemos sido colocados en Cristo, en quien nos gloriamos. De otra manera: De nada tenemos derecho a la jactancia, sino sólo en el Señor. Descansamos en Aquel que ha hecho por nosotros lo que nosotros mismos jamás hubiéramos podido conseguir mediante nuestra inventiva y esfuerzo personal. La referencia a lo “que está escrito” es una lectura libre que Pablo hace de Jeremías 9:23-24, en donde leemos al profeta reproduciendo la exhortación divina a no gloriarse en las cosas humanas (sabiduría, poder y riqueza), sino que en el conocimiento y comprensión de Dios. Nada sino el conocimiento experimental de cuál sea la voluntad de Dios, es lo que podía salvar a la nación del inminente juicio divino. Pero en el uso de Pablo de la cita, lo que se está significando es que si alguien quiere gloriarse, que no sea en los méritos propios y virtudes propias, sino que en Dios, quien es el autor y consumador de toda nuestra salvación].

2:1  Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría [sabiduría de palabras, v. 1:17. De otra manera: "No fui a ustedes con un discurso grandilocuente, que maravillara e impresionara en su forma"].
2:2  Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado [cf. 1:23] [Antes que sorprender con su gran elocuencia y sabiduría, que ciertamente poseía, Pablo había decidido que su mensaje fuera sólo la cruz de Cristo. Era pertinente que los corintios fueran confrontados con la cruz del Señor, no simplemente impresionados con palabras bien articuladas. Esto también debiera aplicar a nuestro propio contexto y cultura. Los hombres deben escucharnos hablar de la cruz de Cristo. Lo que los incrédulos necesitan no es un argumento bien elaborado acerca de las verdades eternas, ellos necesitan ser confrontados con la cruz de Jesucristo. La cruz de Cristo debe ser el asiento de toda nuestra predicación, la protagonista sobre el púlpito de las iglesias locales. Jesucristo, su cruz y resurrección, deben ser el mensaje que inunde cada sermón en cada púlpito de cada iglesia cristiana. Una iglesia donde no se predica a Cristo a los inconversos y a los hermanos; en donde el mensaje sólo se reduce a una charla motivacional; en donde no hay exhortación a dejar el pecado y a mirar al Cristo de la cruz, es una iglesia camino a la quiebra espiritual. Jesucristo debe ser la razón de cada culto, el motivo de cada reunión. Es sobre Él de quien debe la Iglesia y el mundo escuchar, pues que no se trata de mirarnos a nosotros, se trata de mirarlo a Él y aprender de Él. ¡Todo se trata de Él!].
2:3  Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor [no miedo o vergüenza, sino más bien temor reverente por cumplir con su tarea de predicar el evangelio en medio de una sociedad tan echada a la idolatría y la inmoralidad];
2:4  y ni mi palabra ni mi predicación [esto es, ni su lenguaje (su forma de hablar) ni su mensaje (el contenido de lo hablado)] fue con palabras persuasivas de [“humana”, omitido del texto crítico por no contar con el respaldo de manuscritos fidedignos] sabiduría [que aunque hubieran capturado la admiración y adulación de su audiencia, no habrían tenido poder para transformar, pues que las miradas y el oído habrían sido puestas en la persona del predicador y no en la cruz de Aquel único que tiene el poder para salvar], sino con demostración del Espíritu y de poder, [“sino con demostración del poder del Espíritu” (BTX3). ¿Se estaría refiriendo Pablo a la obra de Dios externalizada por medio de milagros y prodigios (incluidos el repartimiento de dones a los creyentes), o más bien a la obra interna —regeneradora— en el corazón del creyente? En mi opinión, no hay necesidad de escoger entre una opción u otra, ya que ambas cosas pertenecen a lo que había estado haciendo Dios por su Espíritu en la labor evangelística por medio de los apóstoles (cf. Hch 3:1-10; 5:12-16; 9:32-42; 13:8-12; 16:18; 2Co 12:12; 1Ts 1:5). El propio Pablo escribió a los hermanos de Roma con las siguientes palabras: “No me atreveré a hablar de nada sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para que los gentiles lleguen a obedecer a Dios. Lo ha hecho con palabras y obras, mediante poderosas señales y milagros, por el poder del Espíritu de Dios. Así que, habiendo comenzado en Jerusalén, he completado la proclamación del evangelio de Cristo por todas partes, hasta la región de Iliria” (Ro 15:18-19, NVI). Por su parte, hablando acerca de la salvación (“una salvación tan grande”), el autor de la carta a los Hebreos señala: “la cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del espíritu Santo según su voluntad” (He 2:3-4). En esta misma epístola, el autor, usando la expresión “la palabra de Dios” en referencia clara al evangelio (ver He 4:2, “la buena nueva,… oír la palabra”) y no sólo a la palabra escrita en la Escritura (para aquel entonces la Tanaj), dice que esta “es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (He 4:12). Esto que se dice acerca de “la palabra de Dios” demuestra, por medio de una metáfora, cómo es que el mensaje es capaz no sólo de revelarnos al Salvador del mundo, sino también de confrontarnos con Dios mismo (por ella somos confrontados por Dios), introduciéndose en las mismas fibras del corazón del hombre, sacando hacia afuera todo lo que allí hay. Esta palabra es poderosa para transformar el carácter y desnudar el corazón del hombre al punto del arrepentimiento y la conversión. Esta palabra es viva y eficaz porque logra el propósito para el cual es enviada, y aunque eso no quiera significar que siempre habrá conversión, sí asegura que ante la majestad de Dios todos los corazones quedan expuestos y desnudos, abiertos a la vista de Aquel a quien tenemos que dar cuenta (He 4:13). Ahora bien, en vista de que el evangelio tiene el poder de cambiar vidas, transformándolas y disponiéndolas en obediencia a Dios, es pues evidente que tales “demostraciones del Espíritu y de poder” de las que habló Pablo debían apuntar principalmente a esa obra interna manifestada en novedad de vida. Como sea, lo importante que hay que destacar aquí es el hecho de que para Pablo el sentido de todas estas señales era magnificar a Dios mediante esas señales, haciendo que los ojos de los hombres se elevaran al cielo, no a su persona].
2:5  para que vuestra fe no esté [“fundada”, omitido del texto crítico por no contar con el respaldo de manuscritos fidedignos] en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios [Poder de Dios para salvar y transformar.
     Creer en algo implica fiarse de que ese algo es cierto, no una mera fábula artificiosa, sino una cosa verídica respecto de la cual hay evidencia. Por lo tanto, creer el evangelio es fiarse de su contenido, es dar fe a lo que este nos comunica (tanto de la Persona que es comunicada, como de los hechos tocantes a esa Persona). Para al apóstol Pablo era, pues, importante que la fe de los corintios no estuviera puesta tanto en las palabras persuasivas o impresionantes de su boca, sino en el poder de Dios expresado mediante su obrar portentoso (tanto externamente como internamente) en la vida de los que habrían de ser objetos de su misericordia (ya sea para salvación de sus almas, ya sea sólo para sanidad y/o liberación de espíritus inmundos). Los griegos podían llegar a ser fácilmente impresionables cuando se trataba de asuntos filosóficos. Una persona con buena capacidad oratoria podía persuadirles sin mucha dificultad acerca de sus propias ideas, aun cuando su oratoria no fuera más que palabrerías sin sentido. Y no es que los griegos fueran ingenuos o estúpidos, sino que lo que muchos de ellos buscaba era la exploración de nuevas ideas; les fascinaba escuchar a quienes venían de lejos con alguna nueva filosofía (cf. lo que se dice de los atenienses y demás residentes en Hechos 17:19-21). Pues bien, cuando Pablo fue a los corintios con el evangelio, procuró no acudir a ese viejo recurso retórico típico de los que se mostraban como sabios ante su audiencia, sino que presentó el evangelio de la cruz acompañándose del poder de Dios, evidencia palpable de que lo que venía hablando no era mera palabrería sin contenido. Ahora bien, aunque la alusión al poder de Dios no excluye las demostraciones mencionadas más arriba, con todo, es importante señalar que el poder de Dios, en lo tocante a la obra de la cruz, encuentra su forma más sublime en el acto de vencer al pecado, a Satanás y a la muerte. Quien padeció por los pecados en esa cruz, fue también levantado con poder de entre los muertos por la mano poderosa de Dios (cf. Hch 2:33).
     Mientras algunos afanosamente buscan “fórmulas” y “estrategias” para “evangelizar con poder”, nosotros no debemos perder de vista el hecho indudable de que el evangelio de Cristo es, en sí mismo, poder de Dios para salvación (Ro 1:16). Es el evangelio el que cambia a las personas, es su mensaje el que transforma y trae novedad de vida. No es nuestra retórica, ni cuánto alzamos la voz; no consiste en la belleza del mensaje, ni en lo adornado que lo presentemos. Es la potencia de su contenido la clave para su eficacia en los corazones y su impacto permanente en la vida de los escogidos. Como diría Dwight L. Moody, el evangelio es como un león. Lo único que el predicador tiene que hacer es abrir la jaula y quitarse del medio.
     Debemos predicar el evangelio sin los atavíos de la mente mundanal, pues que no hay poder en ello. Me uno a las palabras del difunto teólogo alemán Wolfhart Pannenberg, cuando dijo: “Mi preocupación más grande por la Iglesia es que siga predicando el Evangelio y que no se conforme a los estándares seculares. Algunas iglesias y muchos ministros piensan que tienen que asimilar las inquietudes seculares para poder alcanzar a las personas. Yo creo lo contrario. […] La Iglesia tiene que proclamar algo diferente: la esperanza de vida eterna”.

     Mientras algunos predicadores y líderes de iglesia en Chile y Latinoamérica han exhortado durante años confundiendo "avivamiento" con "manifestaciones espirituales", temo porque se pierda de vista que lo que la Iglesia del Señor necesita, hoy más que nada, es un avivamiento, pero un avivamiento por el evangelio, que es donde está el poder de Dios para transformación y salvación de las vidas. No existe verdadero avivamiento sin el evangelio de Jesucristo, así cómo no existe manifestación del Espíritu Santo si Cristo, y sólo Cristo, no es exaltado por sobre todas las cosas.
     ¡Cuán importante es que tomemos en serio el mensaje de la cruz y lo expongamos en todas sus letras, aunque este moleste y resulte en el rechazo de los hombres! El éxito de la predicación evangelística no consiste en llevar la mayor cantidad de almas a Jesús, pues Dios es quien traerá consigo a los que han de creer, cautivando sus mentes y disponiendo sus corazones a la fe y a la verdad. Nuestra labor en el reino no es llenar nuestras iglesias de gente vacía creyendo ser salva, sino predicar el mensaje de la cruz y dejar que sea el impacto de la gracia y el arribo del Espíritu Santo lo que sacuda el corazón de los que han de ser salvos.




Sólo de Dios es la Gloria




viernes, 16 de octubre de 2015

ACERCA DEL LIBRE ALBEDRÍO Y LA LIBERTAD DE LA VOLUNTAD




Por
Mauricio A. Jiménez



    Si tener libertad de elección significa la facultad para escoger cualquier cosa según sea la propia voluntad, entonces esa libertad de elección no es libre en un sentido absoluto (autónoma), sino que depende de cuál sea la inclinación de esa voluntad en el momento de realizarse la elección. En otras palabras, nuestras elecciones no son meras proyecciones aleatorias sin una guía que las gobierne o dirija, sino que son la expresión y la realización de una voluntad antecedente. ¿Por qué escogemos (o elegimos) lo que escogemos? ¿Qué es lo que hace que nuestras elecciones tengan la dirección que tienen, o que bajo ciertas circunstancias escojamos en un determinado sentido?
     Absolutamente todas las elecciones que un individuo toma durante su vida están determinadas por alguna causa que inclina o dirige su voluntad hacia alguna opción por sobre otra, a esto lo llamamos: «autodeterminación”. Incluso en las elecciones más triviales, como comprar un helado de fresa o de chirimoya, nuestra decisión será el resultado de una motivación o deseo previo (¿por qué escogiste el de fresa y no el de chirimoya, por ejemplo?). Este es un hecho para lo cual ni siquiera debiéramos argumentar demasiado, pues es evidente que nunca estamos en un estado de completa neutralidad a la hora de realizar una elección. Las opciones siempre están delante de nosotros, no obstante la decisión que tomemos, la elección que hagamos, necesariamente será el resultado de una causa que dirige a la voluntad y a la determinación. El hecho es que siempre escogemos según es el deseo más intenso en el momento, eso es algo que todos sabemos y experimentamos a diario. En las palabras del profesor John H. Gerstner: «escoger es inclinarse, es preferirlo, y si yo en realidad escojo; me inclino o prefiero cierto curso de acción, es positivamente porque las razones de este curso de acción me parecen más poderosas que otras razones en otro curso de acción que me pueda aparecer.»[1]
     Incluso si fuéramos forzados a una elección, nuestra decisión será el resultado de una preferencia. Por ejemplo, si alguien le apuntara a usted con un arma para hacer lo que no desea, digamos entregar todo su dinero a cambio de no morir asesinado, aun tiene la opción de escoger entre entregar o no su dinero, todavía puede elegir entre vivir y no vivir. Desea vivir, por tanto entrega su dinero. Quizás no le resultará fácil comprenderlo en el momento, pero no puede negar que su deseo más intenso en ese momento, bajo esas circunstancias tan particulares, era seguir viviendo. Ese era su deseo más intenso, o «más poderoso» si se prefiere otro término con igual significado.
     El profesor Gerstner ilustró esta idea de una manera muy similar:

suponga que el autor de este libreto está en este momento parado delante de usted con una pistola en su mano y su cañón apuntándole, diciéndole: "Lea este escrito mío o va a ver". Suponga ahora que bajo esas condiciones usted procede a la lectura. Usted puede estar tentado a creer que está siendo forzado en una situación como esa. Ahora, para estar seguro, usted tiene un delicado instrumento de persuasión apuntándole, pero ese cañón no le fuerza realmente a usted a escoger leer lo que está escrito. Usted escoge leer lo que yo he escrito porque le parece bien hacerlo así. Ahora, admitámoslo, la razón de que le parezca bien a usted hacerlo así, bajo estas circunstancias, es que ello le parece preferible en vez de tener sus sesos derramados sobre el escritorio. Pero, si por alguna extraña razón le pareciera mejor tener su cerebro desparramado en el escritorio en lugar de leer este libro en particular, usted no leería este libro. Así que la razón por la que usted está leyendo este escrito particular, bajo estas circunstancias, es que usted prefiere leerlo que dejar la existencia de este mundo en esta forma particular y en este momento en especial. […] no somos realmente forzados a escoger aun cuando una pistola nos apunte a la cabeza. Está todavía dentro de nuestro poder de escoger el dejar que la pistola dispare. No hay poder en este mundo capaz de realmente forzar nuestro deseo. Puede forzar nuestro cuerpo. Una persona puede atarnos, inmovilizarnos y llevarnos a donde no escogemos ir. Puede quitarnos la vida aun contra nuestra voluntad. Los poderes de este mundo pueden hacer virtualmente todo lo que quieren, pero esta única área es invulnerable e inconquistable ante cualquiera o cualquier cosa, digamos, la soberanía de nuestro propio deseo.[2]

     No es un tema a discutir si acaso los hombres tomamos decisiones libres, tampoco si acaso esas decisiones son voluntarias. En palabras del profesor Anthony Hoekema:

la capacidad de elegir (o la capacidad para escoger) […] es un aspecto inseparable de la naturaleza humana normal.  […] la capacidad para elegir se presupone en el hecho de que el ser humano es una «persona creada». […] la capacidad de elegir es un aspecto de la imagen de Dios en su sentido más amplio o estructural. Entender que los seres humanos tienen esta capacidad para elegir y que conservan dicha capacidad incluso después de la caída, es, por tanto, un énfasis esencial en la doctrina cristiana del hombre. […] Dios no trata con los seres humanos como si fueran un «palo» o una «piedra»; trata con el ser humano como una persona que debe responderle, y al que se le pide cuentas por la naturaleza de su respuesta.
     Desde la perspectiva cristiana, el ser humano es y sigue siendo, como lo plantea Leonard Verduin, «una criatura de opciones, alguien que se encuentra constantemente ante alternativas entre las cuales elige, diciendo sí a una y no la otra».[3] 

     Pero la voluntad humana nunca es libre, i.e. no es autónoma ni libertaria. La voluntad humana no existe ni opera extraña e independientemente de nosotros mismos. Los deseos y las intenciones son una expresión de nuestra naturaleza, de lo que somos como agentes morales, tanto en nuestra condición caída como en cualquier otra faceta humana en donde exista la participación de alguna volición. Tampoco nuestras voluntades se encuentran en estado de completa neutralidad, pues de lo contrario jamás escogeríamos nada en lo absoluto. Debemos entender estos principios, pues, como dije antes, todas las elecciones que un individuo toma durante su vida están determinadas por alguna causa que inclina o dirige su voluntad hacia alguna opción por sobre otra, y esa causa que gobierna a la voluntad se halla en la propia naturaleza humana. Los tres ejemplos anteriores servirán como argumento para esta premisa, por lo que no estimo necesario volver a ese punto.
     Ahora bien, cuando tratamos con el no tan sencillo asunto del libre albedrío y de la «libertad de la voluntad» en el contexto de la antropología bíblica y la soterología, una cuestión que debemos saber responder, es: ¿poseen los hombres una voluntad libre para desear o anhelar cualquier cosa, en cualquier dirección y sentido? O más importante aún para efecto de nuestro estudio: ¿cómo están determinadas las elecciones que el hombre toma en el ámbito moral y espiritual?
     Antes de responder a esas preguntas, quiero señalar que el problema con el libre albedrío no es si somos libres para hacer lo que queramos, sino qué es lo que queremos hacer.
     ¿Quiere el hombre natural buscar a Dios? ¿Desea conocerle o incluso amarle de todo su corazón, mente y alma? La pregunta más importante es: ¿Tiene el hombre caído la potencia para anhelar esa comunión, y la libre determinación para llevarlo a cabo? La respuesta desde la propia Escritura es una absoluta negación (Gn. 6:5; 8:21 cf. Ro. 3:11-12; 8:5-8). El hombre caído ha perdido toda capacidad de anhelar por sí mismo la comunión con Dios y todo interés de conocerle en los propios términos de Dios.
     Tras la caída, no hay lugar en el hombre que no haya quedado afectado y corrompido, de modo que sus elecciones, aunque aparentemente libres, sólo son la expresión de una voluntad ahora cautiva y esclava del pecado. En este sentido, podemos afirma que el hombre perdió la verdadera libertad, i.e. su capacidad de agradar a Dios y actuar en obediencia a Él. Esta noción respecto de las consecuencias intensivas o profundas de la caída no es una idea sostenida únicamente por los calvinistas reformados, pues incluso el propio Jacobo Arminio entendió estos efectos de igual manera: «En este estado el libre albedrío del hombre hacia el verdadero bien no solo está herido, tullido, enfermo, deformado y debilitado, sino también encarcelado, destruido, y perdido. Y, hasta que llega la asistencia de la Gracia, sus poderes no solo están debilitados e inútiles, sino que no existen excepto cuando los estimula la Gracia divina: Puesto que Cristo ha dicho: “Separados de mí, nada podéis hacer”.»[4]
     Entonces, no es que el hombre no tenga libertad para escoger lo que ha de hacer, sino que no es verdaderamente libre para desear hacer otra cosa distinta a lo que por naturaleza es. Nuestra voluntad es dirigida por lo que somos, y si el apelativo de «seres radicalmente corruptos» describe lo que somos luego de la caída, entonces no se puede esperar que nuestras voluntades tengan la misma disposición e inclinación hacia el bien que hacia el mal. «El hecho de que los seres humanos hayan perdido la verdadera libertad» comenta Hoekema «no significa que hayan perdido la capacidad de elegir. Ahora pecan en forma voluntaria; eligen hacerlo. Siguen eligiendo, pero en forma equivocada Ahora son esclavos del pecado.»[5]
     Todos los hombres son esclavos del pecado y de concupiscencia, en otras palabras: son esclavos de corrupción y de sus deseos y/o apetitos pecaminosos. Por cuanto su naturaleza es pecaminosa, las intenciones de su corazón son de continuo solamente el mal, no busca a Dios, no entiende lo que es del Espíritu de Dios y tampoco puede someterse a la ley de Dios.
      En lo que se refiere a la naturaleza espiritual del hombre, esta no es moralmente neutra, sino positivamente pecaminosa, a la vez que privada de toda justicia original. Todas las áreas de su ser (mente, espíritu, voluntad y corazón) están afectadas por el pecado original, en consecuencia sólo es realmente libre para escoger cómo va a pecar, pero no es verdaderamente libre para nunca hacerlo. Jesús mismo refutó la pretendida idea de libertad que tenían los judíos cuando les dijo: «todo aquel que hace pecado ESCLAVO es del pecado […] si el Hijo les libertare serán verdaderamente libres» (Juan 8:34, 36). Pablo define la condición anterior de los creyentes, antes de haber sido regenerados, del siguiente modo: «Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, ESCLAVOS de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros» (Tito 3:3, cf. Ro. 6:17). La fuerza de sólo estos dos pasajes aniquila esa inadmisible idea de absoluta libertad que algunos han pretendido defender. Por lo demás, la libertad que Cristo nos promete sólo tiene sentido si consideramos al hombre natural como un verdadero esclavo de Satanás, de la muerte, de la ley y del pecado.
      Cuando el apóstol Pablo afirma que: «no hay justo, no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios […] No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» (Ro. 3:10-12), o cuando dice que: «La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios» (NVI, Ro. 8:7-8), no está simplemente exagerando como para enfatizar una idea, ni tampoco tiene a algunas cuantas personas en mente (véase Ro. 3:9, 23). Pablo en realidad está completamente convencido de que el hombre no regenerado (judío y gentil) está absoluta y radicalmente corrupto, de modo tal que no es verdaderamente capaz de realizar ningún bien espiritual, no es en lo absoluto libre para buscar a Dios y agradarle. Misma idea se expresa en Romanos 1:21-22 respecto de la humanidad pasada: «Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios». A los de la iglesia de Éfeso Pablo les exhorta diciendo: «Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón».
     A esta condición humana se la ha conocido comúnmente con el nombre de «depravación total». Es una doctrina bíblica, como hemos visto, pero lamentablemente ha sido mal interpretada por algunos cristianos y convertida en una caricatura que no define lo que realmente quiere significar[6]. Esta doctrina, negativamente hablando, no quiere decir que no puede el hombre realizar actos de “genuina bondad” (cf. Mt. 7:11), de hecho vemos a hombres diariamente haciendo cosas moralmente correctas a los ojos de la sociedad. Tampoco significa que ha quedado impedido de tomar decisiones libres y moralmente responsables. No quiere tampoco decir que no pueda tener conciencia acerca de Dios; ni que todo el tiempo y a cada momento va a estar pecando, que hará todo lo malo que pueda hacer o que cometerá toda forma y tipo de maldad mientras viva. Positivamente, lo que se significa con esta doctrina es que: 1º, la corrupción se extiende a cada faceta de la naturaleza del hombre y a todas sus facultades espirituales (es «total» o, lo que es lo mismo, «radical»); y 2º, que el hombre natural es incapaz de realizar algún bien espiritual que acompañe a la salvación o le signifique el favor de Dios, es incapaz de vivir en total y perfecta obediencia a Dios. Todos sus actos de bondad no glorifican a Dios porque no proceden de la fe, ni como para Dios; esto explica la máxima de que «no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro. 3:12 cf. Ecl. 7:20).
     Esta incapacidad humana de buscar a Dios o de responder al evangelio sin el auxilio de la gracia, no tiene que ver entonces con una inhabilidad inmanente de la naturaleza humana (o relativa a su constitución), sino con una perversión de la misma. De manera entonces que el hombre natural no sólo no tiene el interés ni la intención de creer en Dios para perdón de sus pecados, tampoco es capaz de percibir la revelación especial de Dios, porque le es locura y no posee la espiritualidad que aquello demanda para su comprensión (1 Co. 2:14).
      Una vez alguien me replicó a todo esto, diciendo: «decir que por naturaleza el hombre jamás podría elegir a Dios ¿no implicaría que por naturaleza el hombre puro (Adán) tampoco podría haber elegido jamás pecar?»
      Pero esta objeción, aunque parece tener mucho sentido, esconde una falacia interesante. Si por «hombre puro» se quiere decir: «hombre impecable», entonces es lógicamente aceptable que Adán y Eva jamás habrían escogido pecar; no obstante, ni Adán ni Eva eran «impecables» (Jesús, y sólo Jesús, fue impecable). Ahora bien, si por «hombre puro” sólo se quiere decir: «hombre no esclavo del pecado», entonces es lógicamente posible que jamás hubieran pecado, aunque era igualmente posible que lo hicieran (de hecho lo hicieron). Lo explico de otro modo para que se entienda aún mejor:
      Antes de la caída, el hombre tenía la misma capacidad para pecar y para no pecar. Adán y Eva tenían la posibilidad de obedecer o no obedecer a Dios. Podían no pecar (posse non peccare, diría Agustín de Hipona), pero en el momento de la prueba su deseo más intenso se vio inclinado a la desobediencia la voluntad para desobedecer fue más poderosa que su determinación de no hacerlo, dado que el elemento de la tentación (ser como Dios) pareció más agradable o codiciable que el abstenerse de pecar. Luego de la caída, el hombre sigue siendo capaz de pecar, pero ahora es incapaz de no hacerlo (non posse non peccare). La voluntad del hombre luego de la caída ha quedado esclavizada a los deseos pecaminosos, y por tanto el dejar de pecar no es una opción real para él, en tanto no sea su corazón recalcitrante transformado en uno nuevo, por el poder y la obra del Espíritu de Dios. Ahora bien, el hombre que ha sido regenerado, es capaz de pecar y capaz de no pecar (libertad similar a la de Adán y Eva). Para eso vino Cristo, para darnos libertad, de manera que ahora podamos obedecer a Dios, libres de las ataduras del pecado. En el estado eterno (cuando seamos glorificados) seremos absolutamente capaces de no pecar e incapaces de hacerlo (non posee peccare). Sólo en ese estado podremos decir con absoluta certeza: el pecado ya no es una “opción” para nosotros, ahora somos absolutamente libres de la potencialidad del pecado.
      Hay, pues, una diferencia entre «capacidad volitiva» y «libertad volitiva», y esto debe servir como resumen para lo que se ha dicho hasta ahora: Todos los hombres tienen capacidad volitiva, esto es, la capacidad de desear alguna cosa, pero no la libertad para desear cualquier cosa en todas las direcciones y sentidos. De otro modo: todos los hombres son libres para escoger cualquier cosa según sea la propia voluntad, pero no poseen una voluntad verdaderamente libre para desear cualquier cosa. Por otra parte, la verdadera libertad sólo es posible en Cristo, y aun así los creyentes no gozamos todavía plenamente de ella sino hasta cuando seamos glorificados; sólo entonces seremos, finalmente, totalmente libres y adoraremos a Dios en perfecta libertad.

NOTAS:


[1] John H. Gerstner, Una Introducción a la Predestinación, [en línea] [Consulta: 15 Noviembre de 2015]. Disponible en la Web: 
http://thirdmill.org/files/spanish/67476~6_14_01_1-49-23_PM~Predestination.html.
[2] Ibíd.
[3] Anthony A. Hoekema, Creados a imagen de Dios (Grand Rapids, Michigan: Libros Desafío, 2005), p. 295.
[4] Disputation 11, «On the Free Will of Man and its Powers», en The Works of James Arminius, London ed., traducida por James Nichols y William Nichols, 3 vols. (London: Longerman, Hurts, Rees, Orme, Brown & Green, 1825-75; repr., Grand Rapids: Baker, 1996), 2:192. La porción citada corresponde a la exposición de Stephen M. Ashby para el punto de vista arminiano reformado del libro La seguridad de la salvación: Cuatro puntos de vista, editado por J. Mathew Pinson (Barcelona: CLIE, 2006), p. 149.
[5] Ibíd., p. 300.
[6] Por ejemplo, David Hunt escribió: “Tome una comprensión humana de ´muerto`, mézclela con la comprensión inmadura de la Palabra de Dios por parte del joven Juan Calvino, contaminada con filosofía agustiniana, agítelo todo y obtendrá la teoría de la Depravación Total”. What Love is this? Calvinism´s misrepresentation of God (¿Qué amor es ese? Calvinismo: Una falsa representación de Dios), p. 119.







martes, 31 de marzo de 2015

Si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo…

Por
Mauricio A. Jiménez


“Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado.”
2 Pedro 2:20-21


      En nuestro tema de hoy analizaremos el significado de estos pasajes de la segunda epístola de Pedro, en relación con la doctrina de la "perseverancia de los santos". Hay que señalar que este es uno de esos lugares de la Biblia al cual no pocos creyentes recurren para apoyar la antítesis a la doctrina de la seguridad eterna de salvación. Según la tesis defendida por algunos, un verdadero creyente podría caer de la gracia y cometer apostasía, lo que significaría no sólo alejarse de la comunión con otros hermanos en la fe, sino también dejar de ser salvo y, en consecuencia, quedar expuesto a juicio de condenación eterna. 
      A primera vista, pareciera que aquí estamos frente a una advertencia, respecto de la cual los objetos aludidos son creyentes que podrían eventualmente abandonar su profesión de fe en Cristo y cometer total apostasía, esto es, caer en el pecado de una renuncia sin retorno a la fe y a la perseverancia cristiana, repudiando y/o renegando contra Jesús el Salvador. No obstante aquello, una lectura detenida de los textos implicados nos podría ayudar a entender qué es lo que realmente dijo Pedro y a qué clase de personas se estaba refiriendo, si acaso estaba hablando de verdaderos creyentes o no.
      Quisiera, pues, llamar primeramente vuestra atención al contexto en el cual se insertan los versículos citados. Cuando leemos el capítulo completo, de pronto se hace tremendamente claro que las personas de las que se está hablando no eran realmente creyentes, sino de hecho, falsos profetas y falsos maestros (con especial atención en los últimos); hombres injustos que, “siguiendo la carne, andan en concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío” (vv. 9-10).

"Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. ... Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme. ... éstos, hablando mal de cosas que no entienden, como animales irracionales, nacidos para presa y destrucciónperecerán en su propia perdición, recibiendo el galardón de su injusticia, ya que tienen por delicia el gozar de deleites cada día. Estos son inmundicias y manchas, quienes aun mientras comen con vosotros, se recrean en sus errores. Tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia, y son hijos de maldición. … Estos son fuentes sin agua, y nubes empujadas por la tormenta; para los cuales la más densa oscuridad está reservada para siempre.(vv. 1, 3, 12, 13, 14, 17)

      Es fácil notar que en ningún lugar se dice que estos fueran cristianos que se "descarrían" (hago aquí uso del término más popular para indicar la apostasía de la fe). No existe modo en que advirtamos que las personas referidas aquí sean hombres regenerados, hijos de Dios que luego dejan de serlo. Sólo se nos señala que son, en pocas palabras, unos charlatanes, farsantes, embusteros y despiadados; unos renegados y rebeldes, cuyo único propósito es introducirse en medio de la congregación con el objeto de torcer la sana doctrina y engañar a aquellos que no estén firmes o que no sean constantes (lit. “no fijos”, “vacilantes”).
      Es respecto a estos falsos creyentes que el apóstol Pedro continúa diciendo:

"Si habiendo escapado de la contaminación del mundo por haber conocido a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, vuelven a enredarse en ella y son vencidos, terminan en peores condiciones que al principio. Más les hubiera valido no conocer el camino de la justicia, que abandonarlo después de haber conocido el santo mandamiento que se les dio." (vv. 20-21) (NVI)

      Esta sentencia, lo que intenta comunicar, es que si (nótese el uso de la partícula condicional "sí", Gr. ei) aquellos que han conocido el evangelio (lo que corresponde a la frase "huido de las contaminaciones del mundo por haber conocido a nuestro Señor y Salvador Jesucristo") luego lo rechazan (la frase "enredándose otra vez" en esas contaminaciones), su estado de pecado viene a ser aun peor que antes, porque ahora incurrirían en el error a sabiendas de cuál es la verdad. La relación entre la apostasía de estos que se resisten y rehuyen del santo mandamiento que les es dado, y lo que sucede con el perro y la puerca lavada (v. 22), simplemente ilustra la realidad de aquellos que, por instinto y por naturaleza, incurren en lo que simplemente les es propio a su ser. “Perros y puercos eran antes, y perros y puercos seguirán siendo”. Ambos animales, inmundos para los judíos, simplemente se comportan conforme a su naturaleza; no se puede esperar, por tanto, que hagan algo diferente de lo que verdaderamente son. Así también, estos falsos maestros simplemente seguirán en las disoluciones propias a su estado de natural corrupción (v. 12), el cual no cambió aunque tuvieron alguna aproximación con el evangelio y con el entorno cristiano del cual se rodearon (hablo ahora en términos pasados). De estos se dice: “si habiendo escapado de la contaminación del mundo” (cf. v. 15), de lo cual no hemos de entender, por todas las consideraciones anteriores, que esto significa que llegaron a ser verdaderos hermanos en la fe y hombres nacidos de nuevo, sino simplemente que, como ya se dijo, tuvieron alguna clase de acercamiento o contacto con el evangelio, pudieron gustar del buen mensaje de salvación y hasta anduvieron en medio de los hermanos, pero nunca fueron verdaderos creyentes, de hecho, como hemos visto, eran hostiles a Cristo. Incluso se dice que son “esclavos de corrupción” (v. 19). Como dice Norman Geisler: «…su “conocimiento” del Señor (v. 20) era obviamente un asentimiento mental y no el que surge de un corazón comprometido. Conocían meramente a Cristo como “Señor y Salvador” (v. 20), no como su Señor y Salvador. Eran lobos vestidos de ovejas (Mateo 7:15)»[1]
      Es importante entender correctamente la expresión del versículo uno: "aun negarán al Señor que los rescató". Esto pudiera generar la impresión de que estas personas verdaderamente fueron rescatadas en el sentido salvífico, es decirrealmente experimentaron la redención y la salvación. Pero lo que tenemos que considerar aquí es más bien la idea de que en la cruz hubo real provisión para el perdón de los pecados de todos los hombres del mundo (1Jn 2:2) y, en consecuencia, la redención era, aunque no un hecho consumado para cada ser humano, sí una cosa potencial para estos falsos profetas y falsos maestros, entre otras gentes.
      No obstante esta aclaración, aún hay quienes insisten en entender estas palabras en un sentido diferente. Por ejemplo, las notas al pie de página de la "Biblia de Estudio de la Vida Plena", publicada por las Asambleas de Dios, dejan ver esta idea cuando dice sobre el texto: "Es evidente que los vv. 20-22 quieren decir que algunos de los falsos maestros fueron una vez redimidos del poder del pecado y luego perdieron la salvación (cf. v. 1,15)"[2].
      Es interesante el que a pesar de que en esta Biblia comentada se reconoce que los aludidos aquí son falsos maestros, todavía se piense que entre ellos hubo verdaderos creyentes. Pero cabe preguntarse si acaso es realmente posible que alguien sea un falso maestro y, no obstante, un verdadero creyente al mismo tiempo. Eso no se corresponde con la enseñanza bíblica acerca de lo que es propio del proceder de los creyentes cristianos. Es importante recalcar que aquí no se está hablando de simples hermanos que habrían de cometer algún error en la exposición de la doctrina, sino de hombres que encubiertamente introducirían en la iglesia herejías destructoras (v. 1), intencional y premeditadamente. Es cierto que este comentario bíblico no habla en términos de "verdaderos creyentes", pero sí habla de ser redimidos y de haber sido salvos, lo cual únicamente es posible si se es un verdadero creyente (a menos que se piense que se puede ser un falso creyente y un redimido a la vez, pero eso no tiene apoyo por las Escrituras). Es pertinente entonces volver a preguntar: ¿Es verdaderamente viable que un nacido de nuevo incurra en acciones de esta índole? Según 1 Juan 3:8-9 la respuesta es una terminante y contundente negación.  
      Podemos entonces comenzar a comprender que cuando Pedro hace estas declaraciones (vv. 20-21), nunca tuvo en mente expresar la posibilidad de que alguien pudiera llegar a ser salvo y luego dejara de serlo, ese es un prejuicio teológico y no una conclusión fundada en la exégesis del texto. Estas palabras de Pedro, por tanto, sólo dejan en evidencia la posibilidad de tener un acercamiento con el evangelio y a la vez nunca haber tenido un encuentro personal con Dios. Una cosa es haber sido parte o miembro de una congregación cristiana, y otra muy distinta es haber sido incorporado al Cuerpo de Cristo. Una cosa es haber sido incluso persuadido por el evangelio durante algún tiempo, y otra diferente es haberse convertido por el evangelio. Por cierto que no debemos olvidar que estos de quienes se habló eran los falsos maestros que se introducirían en la congregación de los redimidos cristianos, lo cual en el tiempo del escrito aparece como una advertencia de cosas que han de venir, y sobre las cuales se exhorta a estar apercibidos (3:1-2).   
      Estos falsos maestros de los que habla Pedro son el fiel equivalente de las palabras de Jesús: "Cuídense de los falsos profetas. Vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los cardos?" (Mt 7:15-16, NVI). También el apóstol Pablo habló acerca de ellos a los de Mileto: “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos.” (Hch 20:29-30). Y a los de Roma les advierte: “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos.” (Ro 16:17-18). Cuando Pablo les dice a los de Mileto que “y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas”, una parábola conocida de Jesús nos sugiere de qué clase de hombres se trata (Mateo 13:24-30, cf. 1Jn 2:19: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros”).
      Una reflexión que podemos hacer, a propósito de lo que dice Pedro en el versículo uno tocante a estas personas ("introducirán encubiertamente herejías destructoras"), es el modo como operan a veces los falsos maestros. Muy a menudo los falsos maestros introducen sus enseñanzas no de manera abierta ni directamente al principio, sino a la larga. A veces las herejías no son tan evidentes en un inicio, por ir mezcladas con algo de verdad. "Introducirán encubiertamente" traduce un único verbo compuesto, pareiságo (aquí en modo indicativo y voz activa, pareisanxousin), que literalmente sería: "introducir al lado"; "traer adentro al lado", con el significado de "meter a hurtadillas". La idea expresada aquí es la de hacerlo "con disimulo" (DHH), "sin que ustedes se den cuenta" (BLS, TLA), furtiva e inobservablemente (cf. Jud 1:4). Es la forma oculta como se manejan las "herejías" (Gr. háireseis, primeramente "una creencia elegida" o simplemente "elección", posteriormente "una creencia errada" en contraste con una correcta revelada por Dios), y que a la postre causan apoleia, esto es, destrucción o perdición; primeramente para quienes las sostiene, pero también y extensivamente para quienes las abrazan (v. 2a). Muy rara vez los herejes y falsos maestros darán a conocer su herejía de manera inmediata (aunque no es esta, desde luego, una regla y pueden haber excepciones, como de hecho las hay), sino hasta cuando esta ya ha calado hondo en la conciencia de los ingenuos e inconstantes; sólo entonces,  una vez que la mentira ha sido mezclada con la verdad, las falsas enseñanzas salen a la luz, pero a esas alturas son muchos los que ya ha sido seducidos y sacarlos del error puede llegar a ser una tarea difícil. Tal es el caso de muchas sectas, y aun dentro de congregaciones cristianas en donde se ha permitido la entrada de enseñanzas erróneas y perversas. El Señor nos manda a estar apercibidos de estas cosas y a combatir contra ellas "ardientemente" (Jud 1:3-4).        

     En conclusión, no hay lugar a dudas de que aquí estamos frente a otro de aquellos lugares de la Biblia que nada tienen que ver con la doctrina de la seguridad de la salvación. Es importante insistir en el contexto de las afirmaciones y no dejar que sea el prejuicio doctrinal lo que le dé significado a lo que primeramente debiera comenzar con una hermenéutica adecuada. Por supuesto que hay casos, en especial con los textos más "oscuros" o de difícil interpretación, en donde se hace necesaria una interpretación desde la teología, pero siempre que esta halle perfecto respaldo en el resto de las Escrituras.  



Sólo a Dios sea la Gloria


NOTAS:
[1] J. Mathew Pinson, ed. La Seguridad de la Salvación. Cuatro puntos de vista (Barcelona: CLIE, 2006), p. 101.
[2] Biblia de Estudio de la Vida Plena (Miami, Florida: Vida, 2003), p. 1805.