Un espacio para la reflexión filosófica y teológica

lunes, 6 de julio de 2020

LA FE JUSTIFICADORA: NOTITIA, ASSENSUS Y FIDUCIA




Por
Mauricio A. Jiménez


¿Qué es, pues, la fe justificadora? En esta entrada nos enfocaremos en entender cómo es esa fe que justifica y en qué consiste esta en cuanto acción subjetiva, i.e., la fe entendida desde el punto de vista del sujeto de la fe.
Existen varias maneras de definir la fe justificadora, unas más extensas que otras, pero para efectos de nuestro presente estudio, pienso que la siguiente definición que nos entrega John Murray es de lo más precisa:

la fe […] es un movimiento del alma entera en entrega propia a Cristo para salvación del pecado y de sus consecuencias.[1]

De esta breve, pero no menos acertada definición, podemos concluir al menos tres cosas que son fundamentales:

1º La fe es una actividad o ejercicio de la voluntad humana que involucra todo su ser;
2º tiene como objeto a Cristo; y
3º su propósito es alcanzar la salvación y el perdón de los pecados.

Pero, si pudiéramos ahora ahondar en la fe misma en cuanto acción subjetiva, ¿cómo la definiríamos? O, más precisamente, ¿cuáles son los “ingredientes” que conforman la fe en cuanto causa instrumental de la justificación? Con estas preguntas en mente, podemos comenzar definiendo la fe para justificación como: el asentimiento de la mente y el consentimiento de la voluntad respecto de lo que Dios ha revelado en Cristo y por el evangelio (Ro 10:17). Pero, y aquí es necesario que hagamos la correcta distinción, la fe justificadora no consiste únicamente en una aceptación mental de las verdades evangélicas, no es simplemente decir «sí, de acuerdo» a lo que está escrito y es anunciado respecto de la Persona de Jesús. Hay un grado de importancia en la aceptación a premisas tales como que: Jesús es el Hijo de Dios, el Señor y Mesías prometido; murió en una cruz para redimirnos de nuestros pecados; fue resucitado al tercer día por el poder de Dios, en cuya diestra está ahora sentado. Todas esas cosas son ciertas y deben ser creídas y confesadas para recibir salvación (cf. Ro 10:9), pero aún hay algo más que eso. Bien lo dice John Murray, a quien leímos en la cita anterior: «la fe no consiste en creer cierto número de proposiciones verdaderas acerca del Salvador, por más que éstas sean ingredientes esenciales de la fe. La fe consiste en confiar en una persona, la persona de Cristo, el Hijo de Dios y Salvador de los perdidos. Consiste en entregarnos a él. No es simplemente creer en él. Es creer y confiar en él.»[2]
Esta idea, esta fe fiducial (fidem fiduciam), por supuesto, no debe conducirnos a un rechazo a las proposiciones de la fe como tal. Razón hay también en las palabras del doctor Erickson, cuando explica que «el tipo de fe que se necesita para la salvación tiene que implicar creer que y creen en, o asentir a hechos y confiar en una persona.»[3] A decir verdad, la fe para justificación contempla ambos aspectos, y cuando lo primero —creer que; asentir a hechos revelados— ha de comprometer no sólo al intelecto, sino también a la voluntad y a la determinación de aquel que ha sido llamado por Dios al encuentro espiritual con su Hijo, lo segundo —creer en, confiar en Aquel— se transforma en una consecuencia necesaria e inevitable. De otra manera: el que tiene fe cree y confía, ambas cosas siempre están presentes y compenetradas en toda fe verdadera, no se pueden separar[4].
De gran valor son aquí las palabras de Herman Ridderbos:

Ni por un momento debemos aceptar la idea de que la fe —debido a que está tan ligada a la tradición y consiste en la obediente sujeción a la doctrina apostólica de la salvación— resida solamente o en primer lugar en la esfera cognitiva y no afecte desde el comienzo al hombre en la totalidad de su existencia.[5]

Contrario a esta idea fue la opinión que tuvo William R. Newell (entre otros teólogos), para quien «La fe no es confianza, [...]. La fe es simplemente nuestra aceptación del testimonio de Dios como verdadero.»[6] Fe es creer lo que Dios ya ha hecho por nosotros en la cruz de Cristo, y sólo eso. La confianza y la fe deben entonces distinguirse cuidadosamente, siendo la primera aquello que «siempre mira lo que Dios hará; mientras que la fe ve lo que Dios dice que fue hecho y cree la Palabra de Dios con convicción de que es verdadera, y verdadera para nosotros mismos»[7]. Para Newell, la confianza es la experiencia de vida a la que nos lleva la fe, pero no define a la fe misma[8]. Sin embargo, creo que Newell no estaba definiendo a la confianza en el mismo sentido como la han definido y aún la definen los que utilizan (utilizamos) el término para hablar de la fe justificadora o salvífica. Para él la confianza consiste en esperar que Dios haga algo por nosotros, mientras que la fe salvífica consiste en creer lo que ya ha hecho en la cruz para salvarnos[9]. Pero en nuestra definición de fe, no estamos con ella significando precisamente la esperanza de lo que Dios va a hacer aunque también eso se implica dentro del mismo concepto[10], sino más bien la seguridad de que Dios en Cristo es quien dice ser, esto es, nuestro salvador y redentor, una convicción que no sólo involucra a nuestro entendimiento, sino también a nuestro ser en entrega plena a esa verdad. De otra manera: no sólo somos persuadidos a aceptar tal verdad, sino que también nos fiamos de ella y nos apoyamos en Aquel que la declaró primero: Dios en Cristo.
Charles Hodge, siguiendo a la tradición reformada, escribió acertadamente:

El elemento primario de la fe es confianza. [...] La idea primaria de verdad es aquello que es digno de confianza; aquello que sustenta nuestras expectativas, que no frustra porque realmente es aquello que se supone o que se declara ser. Se opone a lo engañoso, lo falso, lo irreal, lo vacío y lo carente de valor. Considerar algo como verdadero es considerarlo como digno de confianza, como siendo lo que declara ser. Por tanto, fe, en el sentido global y legítimo de la palabra, es confianza.[11]

Ahora bien, tal definición que limita la fe a sólo creer en algo aceptar como verdadero lo que Dios ya ha hecho por nosotros, por ejemplo, no es distinta a la de la mera creencia y aceptación del intelecto de otras afirmaciones proposicionales, como por ejemplo que dos más dos es igual a cuatro; o que el azul es un color distinto del naranja. Pero la aceptación de tales verdades no amerita —ni requieren de— la participación de mi voluntad ni mi compromiso personal con el objeto en sí, ni menos aún pueden involucrar mi alma en subordinación absoluta de a quien le creo esas verdades. La fe cristiana, no obstante, y contrario a eso, nos impele a la dependencia del Cristo en quien creemos como salvador, y esa sola diferencia hace que el mero «creer en algo» no agote en realidad el contenido del concepto de fe que estamos aquí considerando. Sí, creemos en lo que Dios nos ha dicho por su Palabra y creemos también en Aquel de quien se dice eso, lo que no sólo ha sido significativo para nuestra mente con la cual asentimos a esa revelación —a ese conocimiento, sino que también ha movido nuestra voluntad en entrega y dependencia del objeto Aquel que es presentado como nuestro salvador y redentor. Esto es, en esencia, la confianza de la que hemos venido hablando.
Ciertamente, la fe, en cuanto a la participación del intelecto se refiere, requiere de ciertos conocimientos de tipo proposicional acerca de los cuales se nos demanda responder y también obedecer. De ninguna manera la fe cristiana es un salto al vació o a lo desconocido, por mucha confianza que pueda haber en esa acción. Tal clase de fe es a la verdad ingenua y carente de razón. En este sentido, y como bien señaló Ridderbos: «el conocimiento ocupa un lugar importante en el concepto paulino de la fe. No podemos aproximarnos a la fe desde la esfera de las emociones o los sentimientos en el sentido del misticismo pagano. Tampoco podemos definir a la fe como un acto de entrega o Entscheidung (decisión, resolución) sin una clara noción de aquello a lo que uno se entrega o por lo que se decide. La fe presupone más bien un conocimiento sobre el cual descansa y del cual deriva siempre su poder. [...] El conocimiento califica a la fe como una fe consciente, dirigida y, por lo tanto, convencida y segura.»[12]
A ninguna persona inconversa se le puede exigir que crea en Jesús sin saber quién es Jesús y qué ha hecho por el hombre, pues de lo contrario su fe carecería de solidez y fundamento. Sólo conociendo quién es el Cristo en quien creemos es que la fe supera a la mera superstición y vaguedad de la mente. Esto, por supuesto, debe implicar a nuestro intelecto. Es así, pues, que podemos hablar de una fe que no es ni ciega ni insensata, que no mutila nuestro entendimiento ni nos obliga al abandono de la razón. Quien así cree al Salvador, i.e. con una fe consciente, dirigida, convencida y segura, puede entender a Pablo cuando dijo a Timoteo: «no me avergüenzo, porque sé a quién he creído» (2Ti 1:12).
En conclusión, la fe salvífica y justificadora no solo implica confianza (fiducia) en Aquel en quien se cree para salvación (confianza en sus promesas y entrega confiada a lo que Dios ya ha hecho), sino también conocimiento proposicional (notitia) respecto de lo que Dios ha llevado a cabo por medio de Jesús (esto es, la acción de Dios en el acontecimiento de Cristo); y asentimiento (assensus) a esa revelación, i.e., el consentimiento de la voluntad y aceptación del intelecto respecto de aquella verdad tocante a Jesucristo que nos es comunicada por el Evangelio. Necesitamos, pues, conocer aquello en lo que ponemos nuestra confianza y asentir a aquella verdad en la cual confiamos, de otro modo no hemos creído en verdad todavía.

[Adaptado de mi libro La justicia de Dios revelada: Hacia una teología de la justificación]

Notas:



[1] John Murray, La Redención: Consumada y Aplicada (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2007), p. 106.
[2] Ibíd., p. 110. Negrillas añadidas.
[3] Millard Erickson, Teología Sistemática, 2 edición, CTC (Barcelona: CLIE, 2008), p. 949.
[4] A este mismo respecto haremos bien en señalar que, a diferencia de otros idiomas como el latín, el francés, el inglés y el castellano, en donde el verbo «creer» y el sustantivo «fe» proceden de diferentes raíces (credere - fides; croice - foi; believe - faith; creer - fe, respectivamente), en el griego en cambio el verbo «creer» (πιστεύω, pisteúoo) y el sustantivo «fe» (πίστις, pístis) provienen de la misma raíz pist, de manera que un estudio sobre el sustantivo fe en el NT tiene, al menos en este caso, el mismo efecto que un estudio acerca del verbo creer.
[5] Herman Ridderbos, El pensamiento del apóstol Pablo (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2000), p. 322.
[6] William R. Newell, Romanos, versículo por versículo (Grand Rapids, MI: Portavoz, 1949), p. 92.
[7] Ibíd.
[8] «Después de la fe salvadora principia la vida de confianza», ibíd.
[9] Ibíd.
[10] Como cuando leemos a Pablo acerca de la fe de Abraham en Romanos 4:18-21 —y que es el modelo de fe por el cual somos justificados nosotros. No cabe duda de que su fe y su confianza —confianza de que Dios iba a hacer lo que le había prometido— estaban entretejidas y enlazadas formando una misma cosa en realidad. Dice Pablo: «Él creyó en esperanza contra esperanza» (v. 18), «Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo... o la esterilidad de la matriz de Sara» (v. 19), «Tampoco dudó... de la promesa de Dios» (v. 20), por el contrario, estaba «plenamente convencido de que [Dios] era poderoso para hacer lo que había prometido» (v. 21). Hebreos 11 contiene varios otros ejemplos que vienen a ratificar esta noción de la fe. La fe salvífica y justificadora tiene también, por supuesto, ese elemento de confianza en lo que Dios hará. No podemos perder de vista el hecho de que la propia salvación y justificación tienen también un aspecto escatológico claro en la Escritura, de manera que no solamente creemos lo que Dios ya ha hecho por nosotros en la cruz de Cristo, sino que también esperamos y aguardamos —en fe— el día en que Dios redima finalmente nuestros cuerpos mortales en la glorificación y venga a nuestro encuentro final para salvación y justificación en el día del juicio venidero.
[11] Charles Hodge, Teología sistemática (Barcelona: CLIE, 2010), p. 713.
[12] Herman Ridderbos, El pensamiento del apóstol Pablo, pp. 317 y 318. Para una exposición acerca de la fe —del concepto paulino de la fe— vista esta como «obediencia», «conocimiento» y «confianza», en perspectiva con la nueva vida en Cristo, léase la citada obra de Ridderbos, pp. 310-329.

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