Un espacio para la reflexión filosófica y teológica

martes, 5 de septiembre de 2023

Dios justo y salvador: Una perspectiva veterotestamentaria

 


Por

Mauricio A. Jiménez

 

Aún recuerdo cuando hace algunos años, en una muy concurrida conferencia en Temuco de Chile en que participaron conocidos expositores de fuera del país, uno de los invitados citó ese conocido pasaje de Isaías 45:21, en donde leemos:

 

“Y no hay más Dios que yo; Dios Justo y Salvador; ningún otro fuera de mí.”

 

«Nuestro Dios es Justo y Salvador», repitió el expositor enseguida, y añadió:

 

«¿Ustedes no ven ningún problema en ese texto? Porque hay un problema en ese texto. ¿Cómo puede ser Dios Justo y Salvador al mismo tiempo? O es Justo y nos condena; o es amoroso y nos salva; pero ¿Cómo se puede ser justo y salvador a la vez? … Mis hermanos, ¿Cómo resolvemos ese problema?» (énfasis mío)

 

Para ser justos con el expositor, sus palabras estaban insertas en el contexto de su muy bien abordada exposición acerca del evangelio y la doctrina de la justificación. La pregunta de fondo que aparentemente tenía él en mente era: ¿Cómo puede Dios ser Justo y Salvador a la vez, si partimos desde la base de que todos los hombres son unos pecadores culpables que no merecen salvación, sino precisamente que Dios les juzgue y condene, como el Juez Justo que es? Obviamente, nuestro hermano expositor estaba pensando en la justicia retributiva de Dios, lo que podríamos también denominar la «justicia punitiva» y «la justicia del juez». Bajo esa concepción, si Dios es Justo (lo dice el versículo), se sigue entonces que debe castigar al pecador y no simplemente eximirlo de su merecido castigo.

En mi libro sobre la doctrina de la justificación yo mismo afirmo sin tapujos: «la conciencia humana estará de acuerdo con la idea de que un Juez justo es el que condena al malvado, y que condenar al malvado es una cosa justa. Porque, ¿Qué otra cosa sino castigar al malvado es lo que corresponde hacer? ¡Es lo justo, es lo que corresponde!» (La justicia de Dios revelada: Hacia una teología de la justificación, 2017:103-04). En este mismo libro hablo también acerca este aspecto de la justicia de Dios; allí explico que en las Escrituras hay también ese sentido en el que podemos hablar de Dios como un Juez que juzga las acciones de los impíos, por la sencilla razón de que Él es un Dios Justo (y Santo), y se espera que, como tal—esto es, como Juez que es—, juzgue la maldad y condene al malvado. Dice, pues, el salmista: «Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días» (Sal 7:11) —«… Es un Dios que sentencia cada día», dice incluso otra versión. Esto se hace evidentemente claro también en Pablo, cuando alude al justo juicio de Dios, al escatológico evento del juicio final en el que Él pagará a cada hombre de este mundo conforme hayan sido sus obras (Ro 2: 5 y ss.).

Ahora bien, ¿era acaso respecto de esta clase de atributo de justicia de lo que hablaba Isaías en la cita del inicio? Nuestro expositor vio una aparente paradoja en ese texto en que se afirma tanto que Dios es Justo como que es Salvador, y esto debido a que de inmediato asumió que Isaías se estaba refiriendo al atributo de Dios de ser Justo en un sentido judicial y retributivo; esto es, la justicia en virtud de la cual Dios es Justo en sí mismo (como pensaba al principio Martín Lutero acerca de Romanos 1:17). Asumió que aquí «ser Justo» significaba aquella facultad en virtud de la cual Dios juzga las acciones justamente, como el Juez Justo que es. De ahí entonces que él pregunta desconcertado: ¿Cómo puede Dios ser Justo y Salvador al mismo tiempo?

Pero Isaías no estaba hablando acerca de eso. No estaba utilizando el adjetivo «Justo» (el hebreo tsaddíq) significando lo anterior. Y es que es habitual, incluso entre los predicadores más experimentados, a veces leer conceptos en la Biblia y entenderlos desde una óptica diferente a la propia del autor; a menudo influenciada por las propias ideas con las que uno va al texto bíblico, o porque simplemente se desconoce el uso de las terminologías dentro de ciertos contextos semánticos distintos al nuestro.

Pero, de nuevo, el uso que hace Isaías del término «Justo» (lo mismo que hace con «Justicia»—los sustantivos hebreos tsaddíq y eḏāqâ—prácticamente todas las veces que aparece el término a lo largo de los capítulos 40-66), no tiene aquí el sentido de rectitud retributiva; tampoco el de ser equitativo o ser una persona ética o moralmente recta, ni menos un sentido forense (como cuando se dice del que ha obedecido la ley de Dios y cumplido sus mandamientos), todos diferentes usos del término en otros contextos y lugares de la Biblia. Más bien es un adjetivo que alude a la fidelidad pactual de Dios. La idea aquí, en este versículo y en el contexto de este capítulo, no es que Dios es Justo y también Salvador, sino más bien la de que Dios es Justo y, por consiguiente, Salvador. De otro modo: Dios es Salvador por cuanto es Justo, significando con ello que es Misericordioso y Fiel a su pacto. Su justicia—ahora como sustantivo— se interpreta entonces por su actividad redentora, no solo en el sentido de que va en liberación de su pueblo y/o sus siervos cada vez que sufren a causa de sus enemigos, sino también, en varios otros casos, en un sentido escatológico, como apuntando hacia su vindicación futura por medio del Mesías (Is. 46:13; 59:17ss; Jer. 23:6). Es el Dios del pacto que, fiel a sus promesas y a la palabra de su pacto, rescata a su pueblo y trae salvación. Es, en otras palabras, el Justo Dios de la gracia y la misericordia; como también se dice de Él en otro lugar: «Justo es Yahvé en todos sus caminos, Y misericordioso en todas sus obras» (Sal 145:17, cf. Sal 36:5-6; 103:17). Y lo es no únicamente porque rescata a su pueblo, sino también porque lo preserva aun a pesar de sus pecados y del juicio que Él ha hecho venir sobre ellos (ver, p. ej., Lm 3:22-23).

Por supuesto que el contexto del capítulo 45 de Isaías respalda toda esta significación. Dios había anunciado la restauración nacional de Israel (cap. 40-44) y presagiado el levantamiento de Ciro de Persia (41:2, 25), a quien llamó «mi pastor» (44:28) y «ungido» (45:1), para que por medio de él se cumpliera su promesa de restaurar, por amor a su pueblo (45:4), a la nación de Jacob, tras haber sido arrasada por los babilonios (y antes por los asirios en el norte). En un contexto como este, Dios mismo actúa como garante de que cumplirá lo anunciado, porque Él es «Dios Justo y Salvador», es un Dios fiel a su palabra; un Dios que no ha olvidado al pueblo de su heredad, ni desechado a los objetos de su pacto (41:8-10), sino que hará aquello que se ha propuesto (46:10, ss.); no fallará, sino que, por medio de su siervo Ciro, hará reconstruir su ciudad desde las ruinas (la Jerusalén destruida por los babilonios) y pondrá en libertad a los desterrados de Judá (45:13, 44:26-28). Es «Dios Justo y Salvador», porque hará lo que ha prometido por amor a su pueblo; salvará a Israel con salvación eterna (45:17) y vindicará a su descendencia para que toda ella se gloríe en Él (45:25, cf. 46:13).

Ante un escenario como este, ¿debemos ver entonces algún problema en que Dios sea Justo y Salvador al mismo tiempo? ¡De ninguna manera! Por el contrario, su salvación es una cosa cierta precisamente por el hecho de que Dios es Justo; significándose con eso que es un Dios que cumple su pacto y la palabra de su consejo. Podía su pueblo estar confiado en Él, porque Él es Justo; Dios Justo y Salvador. Como dijo Nehemías tiempo después: «y cumpliste tu palabra, porque eres Justo» (Neh. 9:8).

Dicho lo anterior, es importante entonces entender que las misericordias de Dios son también una expresión de su justicia fiel y redentora, como se lee en el Salmo 40:10: «No encubrí tu justicia dentro de mi corazón; He publicado tu fidelidad y tu salvación; No oculté tu misericordia y tu verdad en grande asamblea» (cf. Is 11:5, «Y será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura»). Para los antiguos israelitas, la justicia de Dios era, en determinados contextos, todo lo contrario de una justicia que sentenciara o castigara. Era más bien la intervención redentora de Dios en la historia, en el cumplimiento de sus promesas y como prueba de su fidelidad pactual; era su justicia como actos de salvación y vindicación de su pueblo frente a sus enemigos nacionales. En tales contextos, la justicia de Dios, contrariamente a la idea de que fuera algo amenazante, era aquello en lo que los israelitas podían regocijarse y descansar confiadamente. Esta correspondencia entre la justicia de Dios y sus actos de salvación es especialmente notoria en aquellos pasajes cuyo sentido depende de ese paralelismo, ya sea en contextos muy específicos en donde se clama por su intervención, ya sea en el contexto de su propia fidelidad y compromiso con el pacto, como se puede apreciar en los siguientes ejemplos:


«Con tremendas cosas nos responderás tú en justicia,

Oh Dios de nuestra salvación,

Esperanza de todos los términos de la tierra,

Y de los más remotos confines del mar.» (Salmos 65:5)

 

«En ti, oh Yahvé, me he refugiado;

No sea yo avergonzado jamás.

Socórreme y líbrame en tu justicia;

Inclina tu oído y sálvame.

[…]

Mi boca publicará tu justicia

Y tus hechos de salvación todo el día,

Aunque no sé su número.

Vendré a los hechos poderosos de Yahvé el Señor;

Haré memoria de tu justicia, de la tuya sola.» (Salmos 71:1-2, 15-16)

 

«Yahvé ha hecho notoria su salvación;

A vista de las naciones ha descubierto su justicia(Salmos 98:2)

 

«Rociad, cielos, de arriba, y las nubes destilen la justicia; ábrase la tierra, y prodúzcanse la salvación y la justicia; háganse brotar juntamente. Yo Yahvé lo he creado.» (Isaías 45:8)

 

«Haré que se acerque mi justicia; no se alejará, y mi salvación no se detendrá. Y pondré salvación en Sion, y mi gloria en Israel.» (Isaías 46:13)

 

«Cercana está mi justicia, ha salido mi salvación, y mis brazos juzgarán a los pueblos; a mí me esperan los de la costa, y en mi brazo ponen su esperanza. Alzad a los cielos vuestros ojos, y mirad abajo a la tierra; porque los cielos serán deshechos como humo, y la tierra se envejecerá como ropa de vestir, y de la misma manera perecerán sus moradores; pero mi salvación será para siempre, mi justicia no perecerá. Oídme, los que conocéis justicia, pueblo en cuyo corazón está mi ley. No temáis afrenta de hombre, ni desmayéis por sus ultrajes. Porque como a vestidura los comerá polilla, como a lana los comerá gusano; pero mi justicia permanecerá perpetuamente, y mi salvación por siglos de siglos.» (Isaías 51:5-8)

 

«En gran manera me gozaré en Yahvé, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas.» (Isaías 61:10)

 

«Por amor de Sion no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación se encienda como una antorcha. Entonces verán las gentes tu justicia, y todos los reyes tu gloria; y te será puesto un nombre nuevo, que la boca de Yahvé nombrará. Y serás corona de gloria en la mano de Yahvé, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo.» (Isaías 62:1-3)

 

Y no es que en el trasfondo veterotestamentario deban entenderse las palabras «justicia» y «salvación» como palabras sinónimas, sino que, dentro de la amplia gama de significados que tiene el término (ver excurso al final), esta relación en paralelo es una de las más comunes y más abundantes, en especial en los textos que están revestidos de ese lenguaje escatológico que tiene carácter redentor. Y es que, en momentos de gran aflicción, la esperanza judía reposaba sobre esta actividad divina a la que ellos se referían a menudo como «la justicia de Dios» o simplemente «su justicia». En lo escatológico, ellos confiaban que llegaría ese día en que el Dios Omnipotente sacaría a relucir Su justicia, lo que era, por antonomasia, el día en que Su salvación sería manifestada en la liberación y vindicación de su pueblo y en la victoria definitiva sobre los enemigos de Israel (cf. Sal 97:1-3; Is 59:17-20). Sería el día en que la gloria de Dios se posaría nuevamente sobre Sión y Su salvación vendría a ellos para siempre (p. ej. Is 46:13[1]; 51:5-8). Y si bien los israelitas ya habían sido testigos de un cumplimiento parcial de esta esperanza en tiempos de Nehemías, su cumplimiento pleno aún esperaría hasta la llegada del Mesías y el establecimiento del Reino escatológico de Dios (cf. Dn 7:13-14), cuando la justicia de Dios sería perfectamente revelada (Ro 1:17; 3:21-22).

 


EXCURSO: EL USO DE «JUSTICIA» EN LA BIBLIA

 

Cuando la Biblia habla de la «justicia de Dios» (o de «su justicia», en donde Dios es el antecedente) o simplemente de la «justicia» en general, tenemos siempre que tener en cuenta que la «justicia» funciona como un término polivalente (tiene varios significados), por lo que cobra generalmente alguno de los siguientes significados según su uso y contexto en que aparezca (los siguientes casos corresponden únicamente a los usos del hebreo Ṣeḏeq y Ṣeḏāqâ, y del griego dikaiosúne):

 

1. La justicia de Dios en cuanto atributo suyo (y de aquí: 1.A: Su fidelidad a sus promesas y al pacto [en este mismo sentido se dice que Dios es justo, significando que es fiel al pacto, como en Is. 45:21]; 1.B: Su integridad y rectitud moral. Ambos en la forma de un genitivo posesivo). Ej. 1.A: Salmo 40:10; ej. 1.B: Deuteronomio 32:4 (aquí expresada su justicia como adjetivo).

 

2. La justicia de Dios como acto retributivo/punitivo (la justicia de Dios en cuanto Juez de cielos y tierra. Siempre vinculado a la idea de juicio y de la mano con 1.B.). Ej. Isaías 10:22-23.

 

3. La justicia de Dios como acto salvífico, redentor y vindicativo (siempre de la mano con 1.A. y en la forma de un genitivo subjetivo. Muy abundante en los Salmos y en Isaías, principalmente. [Este es también el sentido favorito dentro de la literatura de Qumrán]). Ej.: Salmo 98:2; Isaías 51:5-8.

 

4. La justicia de Dios en el sentido de un ablativo de origen (la justicia que proviene de Dios para justificarnos, como un don que Él nos concede para ese fin. Aquí, es la justicia que Dios regala e imputa a los que creen, y, a ese mismo respecto, es también justicia forense). Ej.: Filipenses 3:9b y, probablemente en parte, Romanos 1:17; 3:21-22.

 

5. La justicia en un sentido social/servicial (preocupación por los débiles, por el menesteroso, el extranjero, el huérfano y la viuda; actos diligentes de ayuda hacia los más necesitados. Una justicia que es también justicia de Dios y que Dios demanda que las personas practiquen, y en ese sentido es también la justicia del Reino). Ej.: Deuteronomio 10:18-19.

 

6. La justicia como acción vindicativa: ir en socorro del desprovisto, corregir el abuso de los opresores y suplir las necesidades de quienes sufren injusticia (aquí la justicia va muy de la mano con la acepción 5). Ej.: Isaías 1:17.

 

7. La justicia como conducta y actos de rectitud que los hombres de Dios deben manifestar en su anhelo por agradarle y obedecerle (aquí la justicia generalmente toma la forma de un genitivo objetivo, y es justicia relacional; es la justicia de los justos en uno de estos dos sentidos [aunque no de una forma necesariamente excluyente]: 7.A: justicia en un sentido ético-moral; 7.B: justicia como sinónimo de la propia Ley de Dios a la que los actos de rectitud deben su obediencia; de ahí una justicia forense). Ej.: 7.A: Isaías 33:15; ej. 7.B: Romanos 10:5.

 

8. La justicia como expresión de lo que es recto, imparcial y ajustado a la verdad (vinculado al rol del juez que debe administrar e impartir la justicia). Ej.: Levítico 19:15.

 

9. La justicia en cuanto a virtud o disposición habitual de hacer el bien o lo que es correcto en un sentido cívico (parecido a la idea grecorromana de la justicia). Este concepto es menos habitual por sí solo, pero suele encontrarse integrado dentro de alguna de las otras acepciones (principalmente en 5 y 7).



[1] Aunque en el pasaje citado se contrapone la justicia de Dios a la justicia de la cual los hombres se encuentran distantes, por lo que la «justicia» de Dios que se acerca, se refiere también al juicio divino en contra de los tales, los que según el contexto son los idólatras de quienes habla el profeta en los versos anteriores. Por tanto, hay un doble sentido en esta acción de Dios; por un lado, el juicio ya mencionado; y por otro lado, la salvación de quienes esperaban en Él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario