Por Mauricio A. Jiménez
PRIMERA PARTE: TEOLOGÍA CRISTOLÓGICA. DEFINICIONES
Voy a comenzar esta entrada con la pregunta: ¿Es
correcta la expresión: «María, madre de Dios»? La respuesta: ¡Afirmativamente!
Sí, es correctísimo, pero esto precisa ser explicado con mucho cuidado para
evitar malos entendidos. ¿Es legítimo su uso en el ámbito de las discusiones sobre cristología? Absolutamente, pues, y como veremos a continuación, el concepto pertenece a esa área de estudio; es un concepto entera y exclusivamente cristológico.
María es la madre de Dios (o Theotókos, como
se suele decir teológicamente, lit.: «La que dio a luz a Dios»)[1],
pero no por supuesto en el sentido de que sea antes que Dios o coeterna con el
Padre, o superior al Hijo en cuanto a dignidad (y ni aun igual a Él); ni
tampoco en el sentido de que haya sido la madre de la naturaleza divina del
Hijo encarnado; sino en cuanto a que lo que de ella nació fue en verdad el
Verbo Eterno de Dios hecho carne, y por tanto «madre de Dios» hecho hombre. No
nació de María solamente un hombre—esto es, un hombre que luego asumió una
naturaleza divina—sino que el mismo Verbo Eterno (o Palabra Eterna, el Lógos
Eterno), que incorporó a su eterna naturaleza divina—y desde la concepción—una
naturaleza verdaderamente humana, por unión de hypóstasis; sin dejar de
ser, al mismo respecto y al mismo tiempo, verdadero Dios (contra el
kenosticismo). Y así permanecieron unidas ambas naturalezas, la humana y la
divina, en una sola Persona (o hypóstasis): Jesús de Nazaret;
inconfundibles e incambiables (contra el eutiquianismo), indivisibles e
inseparables (contra el nestorianismo).
Nótese que el apóstol Juan no dice que «la carne se
hizo Verbo», como si hubiese sido primero la humanidad y más tarde la filiación
divina (como propone el adopcionismo)[2]. Tampoco dice, como bien observa Raymond
Brown, «que la Palabra entrara en la carne o morase en la carne» (El
Evangelio de Juan I - XII, 1999, p. 231), sino que: «el Verbo se hizo
carne»[3] (Juan 1:14, cf. con la afirmación
cristológica de Pablo en 1 Timoteo 3:16: «Él [Dios] fue manifestado en carne»),
lo cual sólo puede significar una única cosa para efectos de nuestro presente
tema: Que si Jesús es el Verbo de Dios que se hizo carne, el Hijo del Dios
Eterno que es Dios eterno (de la misma sustancia del Padre en cuanto a la
Deidad), se sigue entonces que María fue la «madre de Dios» (o «la que dio a
luz a Dios») en cuanto a su encarnación; no puede ser de otro modo, porque lo
que ella dio a luz fue en verdad el Verbo de Dios hecho carne (la Persona del
Hijo de Dios encarnada), y no nada más un hombre que más tarde se identificó
místicamente con la Deidad.
Esta ha sido una doctrina aceptada transversalmente
por la Iglesia como verdadera señal de ortodoxia y dogma de fe—desde antes
de la Reforma Protestante—por oriente y occidente (salvo unas pocas
excepciones, como es el caso de la casi desaparecida iglesia persa). Así pues,
acerca de la encarnación del Hijo, el Concilio de Éfeso del año 431, en su
primera sesión adoptó y aprobó de Cirilo de Alejandría la siguiente
declaración:
«...Porque no nació primeramente un hombre vulgar,
de la santa virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde
el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace
suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera [los Santos Padres] no
tuvieron inconveniente en llamar MADRE DE DIOS [Gr. Theotókos] a la
santa virgen.»
—Enrique Denzinger, El Magisterio de la Iglesia
(Barcelona: Helder, 1955), 46.
Más tarde, en la “Fórmula de unión” del año 433, en
que se restableció la paz entre Cirilo de Alejandría y los padres antioquenos,
se estableció de mutuo acuerdo que:
«Confesamos, consiguientemente, a nuestro Señor
Jesucristo Hijo de Dios unigénito, Dios perfecto y hombre perfecto, de alma
racional y cuerpo, antes de los siglos engendrado del Padre según la divinidad,
y el mismo en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, nacido de
María Virgen según la humanidad, el mismo consustancial con el Padre en cuanto
a la divinidad y consustancial con nosotros según la humanidad. Porque se hizo
la unión de dos naturalezas, por lo cual confesamos a un solo Señor y a un solo
Cristo. Según la inteligencia de esta inconfundible unión, confesamos a la
santa virgen por MADRE DE DIOS [Gr. Theotókos], por haberse encarnado y
hecho hombre el Verbo de Dios y por haber unido consigo, desde la misma
concepción, el templo que de ella tomó...»
—Denzinger, p. 54.
Esta reafirmación del Theotókos, aparece
nuevamente en el Credo de Calcedonia del año 451:
«Siguiendo, pues, a los santos Padres, todos a una
voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor
Jesucristo [...] engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la
divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra
salvación, engendrado de María virgen, MADRE DE DIOS [Gr. Theotókos], en
cuanto a la humanidad...»
—Denzinger, p. 57.
(Si bien en algunas traducciones protestantes del Credo se ha omitido la
palabra Theotókos, esto sólo ha sido al parecer para evitar confusión y
otras doctrinas erradas que puedan surgir de esa verdad; sin embargo, está
bastante bien atestiguada la aparición de esa palabra en las copias antiguas
del Credo).
Debe quedar muy en claro que todo esto que se ha
dicho hasta aquí, no consiste por supuesto en una defensa a la veneración de
María como «madre de Dios», o en un intento por exaltar su imagen; ni tampoco
de una reivindicación de ciertas doctrinas marianas que—creemos—no tienen
respaldo bíblico, ni son representativas de las iglesias protestantes (doctrinas
como la «Inmaculada Concepción» o la «Asunción de la Virgen», entre otras
varias más). Debe entenderse que lo que estamos tratando aquí—o lo que está
en juego en verdad—es un asunto cristológico, y nada más que
cristológico. El asunto mismo de la controversia teológica del siglo V, y que
llevó a la condena de Nestorio en el Concilio de Éfeso, no era, como dice Justo
González en su Historia del Cristianismo, un asunto de carácter
mariológico, sino cristológico. «Lo que estaba en juego no era quién era la
Virgen María, o qué honores se le debían, sino quién era el que había nacido de
María, y cómo debía hablarse de él» (González, 2008:358). María es la «madre de
Dios», porque Jesús—quien de ella nació—es Dios aun desde antes de la
concepción misma. En definitiva, Theotókos NO es una doctrina sobre
María, sino más bien una doctrina acerca de Jesús.
Y aunque es cierto que los reformadores del siglo
XVI fueron más reticentes o cautelosos en el uso de este término (con excepción
de Lutero), nunca negaron el contenido mismo del concepto implicado allí, ni
invalidaron los Concilios de Éfeso y Calcedonia. De manera entonces que, ante
la repetida objeción de algunos cristianos modernos de que esta doctrina es una
doctrina católica y no evangélica, baste sólo decir que sí, es católica, pero
no exclusivamente romana.
SEGUNDA PARTE: UNA
OBJECIÓN AL USO DE ESTA TERMINOLOGÍA
En un artículo escrito con posterioridad a la
publicación de la primera parte de nuestra presente entrada, y que lleva por
título «¿Es correcta la expresión “María, ¿madre de Dios” para adoptarla como
parte de la jerga teológica protestante?» (véase el artículo completo aquí),
su autor—J.A. Torres—responde con un rotundo «no», y a continuación presenta
una serie de argumentos que él considera que son determinantes para fundamentar
esa respuesta. En esta segunda parte nos enfocaremos en responder a esos
argumentos, pues en cierto sentido representan también la razón por la que
tantos protestantes se han visto inseguros en el uso de esta terminología—y aun
todavía hay los que niegan su veracidad, lamentablemente.
Una
de las primeras cosas que dice J.A. Torres con respecto al uso actual de la expresión
«María, madre de Dios», es que:
«...creemos su uso
actual, claramente ha demostrado ser motivo de confusión, aun procurando sus
adherentes más entusiastas evitar los malos entendidos que genera por sí mismo
su sentido llano. Además, no debemos ignorar el efecto no esperado que trajo consigo
esta definición...»
Lo
primero que hay que observar aquí, es el error de atribuir el mal entendido del
término al sentido llano del mismo. En el mismo párrafo de la cita anterior, se
responde a mi pregunta de si acaso es correcta la expresión «María, madre de
Dios», explicando que la respuesta a la misma es doble: ilocutivamente, sí;
pero locutivamente, no, que no es adecuado. (Ahora bien, no sé si con “adecuado”
se quiere decir “correcto” o sólo “conveniente”, pero como la pregunta mía
utiliza “correcto”, asumo que se usa “adecuado” en el mismo sentido). El
problema con esa respuesta, es que se genera un falso dilema entre lo que sería
un enunciado ilocutivo y un enunciado locutivo. Se acepta, por una parte, que
ilocutivamente es correcta la expresión, pero se niega que lo sea
locutivamente; sin embargo, no convence su explicación de porqué locutivamente
no sea correcta, porque el argumento que utiliza es un argumentum ad consecuentiam
(y es lo segundo que hay que observar aquí), y no un argumento a partir del
significado mismo de la expresión. Desde mi punto de vista, locutivamente el
enunciado es tan correcto como su intención original, porque es un enunciado
que depende enteramente de un contexto para su entendido, y de ahí se sigue que
la intención del mismo, su finalidad―o “ilocutivamente” para usar sus mismas
palabras―, explica al enunciado mismo. En otras palabras, no es correcto
separar el enunciado entre actos locutivos e ilocutivos, y atribuir los errores
de aplicación del término (del término Theotókos) a su sentido llano (o
locutivo), ese es un error de perspectiva, porque en última instancia el
sentido llano del término―o de la expresión al español―está perfectamente
integrado en su propósito, son inseparables. Esto me lleva a lo segundo.
Es un principio del razonamiento lógico en el arte de
la argumentación que no se puede juzgar una proposición de esta naturaleza como
correcta o incorrecta (como válida o inválida), argumentando sobre la base de
las consecuencias que dicha proposición ha generado en el tiempo (sean buenas o
malas). Dice más abajo en el artículo: «¿Fue la idea de Éfeso promover la
adoración a María? No era la intención, sin duda, pero devino en ello...»
[énfasis mío], y absolutamente ningún historiador o teólogo protestante va a
negar ese hecho; sin embargo, como ya he dicho, no es correcto invalidar (o
validar) una proposición inicial como esta («María, la que dio a luz a Dios» o «María, madre de Dios») sólo por las consecuencias negativas que de ella pudieron
devenir. En otras palabras, ese tipo de argumentos constituyen una falacia, lo
que se llama un «argumentum ad consecuentiam», y una buena porción del artículo
está orientado a explicar las consecuencias negativas o indeseables que tuvo
esta doctrina desde ese primer momento hasta nuestros días, lo cual, por lo
mismo que acabo de decir, no sirve como argumento para invalidar su veracidad,
y ni aun su uso. En todo caso, parece claro que la intención de este artículo
no ha sido invalidar el término, sino sólo explicar el porqué su autor no cree que
sea correcto que el término se use como parte de la jerga teológica
protestante; sin embargo, aduce a otras consideraciones que tampoco son
determinantes para favorecer su caso. De esto hablaré más adelante.
«Cabe señalar que,
posteriormente al concilio de Éfeso (431 d.C.) donde se esgrimió el término, y
ya en tiempos de la Reforma con excepción del luteranismo, ninguna confesión
protestante, utilizó o preservó el concepto; nada se dice de ello en la
confesión de Augsburgo (1530), la confesión Escocesa (1560), la confesión
Helvética (1566), la confesión de Heidelberg (1576), los 39 artículos de la
iglesia Anglicana (1571), Westminster (1646), los cánones de Dort (1619), como
tampoco en la Confesión Bautista de 1869.»
Esto—lo
anterior—es medianamente cierto. Es decir, aunque es verdad que en ninguna de
las confesiones protestantes históricas (con excepción de la Fórmula de
Concordia) se utilizó Theotokos (o su significado respectivo: «madre de
Dios» o «la que dio a luz a Dios») en los artículos sobre cristología, esto no
nos debe parecer tan extraño o ser una razón para suponer que el significado y
contenido de la frase haya sido desechado por los reformadores. Por el
contrario, como dice Justo González en su Historia del Cristianismo:
«[...] debemos
señalar que la mayoría de los reformadores protestantes del siglo XVI, al
tiempo que se lamentaba del excesivo culto a María en la iglesia que trataban
de reformar, aceptaba como válido este Tercer Concilio Ecuménico, y por tanto
estaba dispuesta a llamar a María “madre de Dios”. Esto lo hacían aquellos
reformadores porque se percataban de que lo que se discutía en el siglo quinto
no era el lugar de la devoción a María en la vida cristiana, sino la relación
entre la humanidad y la divinidad de Jesucristo.» (González 2009:295)
Charles Hodge, a quien se cita también en el artículo,
dice que:
«En la época
de la Reforma, los Reformadores se adhirieron estrictamente a la
doctrina de la Iglesia Primitiva. Esto es evidente en las diferentes
Confesiones adoptadas por los varios cuerpos Reformados, especialmente en la
Segunda Confesión Helvética, que revisa y rechaza todas las antiguas herejías
acerca de esta cuestión, y adopta el lenguaje de los antiguos credos. [...] Así
se hace patente que los Reformadores rechazaron de manera concreta todos los errores
de Arrio, de los Ebionitas, de los Gnósticos, del Apolinarismo, Nestorianismo,
Eutiquianismo, y el Monotelitismo [...]. Los Reformadores enseñaron lo
que enseñaron los seis primeros concilios generales, y lo que recibió la
Iglesia universal: ni más, ni menos.» (Hodge 2010:570) [Énfasis mío]
Entonces,
cuando en el artículo se dice: «...y aunque la iglesia cristiana temprana no
negó lo que el concilio de Éfeso quiso defender (la deidad de Cristo), hoy la
iglesia protestante no se adhiere oficialmente a este dogma...»; lo de «no se
adhiere OFICIALMENTE» [énfasis mío], sin duda, no puede entenderse como «niega
el dogma», sino solamente como que “no se pronuncia de manera explícita”
respecto del dogma. Y como dije más atrás, aunque es cierto que los reformadores
del siglo XVI fueron más reticentes o cautelosos en el uso de este término (con
excepción de Lutero), nunca negaron el contenido mismo del concepto implicado
allí, ni invalidaron los Concilios de Éfeso y Calcedonia. De manera entonces
que ante la repetida objeción de algunos cristianos modernos, de que esta
doctrina es una doctrina católica y no evangélica, baste sólo decir que sí, es
católica, pero no exclusivamente romana.
Luego
de una larga introducción al tema, J.A. Torres introduce tres argumentos de por qué el concepto de «María
madre de Dios» no es adecuado como dogma protestante. Cito del artículo y
respondo:
«1. Primero: porque el énfasis del concilio no fue María,
sino Cristo»
Eso es imposible de negar. En nuestra primera parte
lo afirmo cuando digo: El asunto mismo de la controversia teológica del siglo
V, y que llevó a la condena de Nestorio en el Concilio de Éfeso, no era un
asunto de carácter mariológico, sino cristológico. [...] En definitiva, Theotókos
NO es una doctrina sobre María, sino más bien una doctrina acerca de Jesús.
Ahora bien, en el artículo
se hace la siguiente pregunta:
«¿Por qué entonces “¿María, madre de Dios” se usó como
paradigma apologético para defender la divinidad de Cristo si no evoca
justamente una locución cristológica rigurosa?»
Es
una pregunta con algunos desaciertos, porque, primero, Theotókos no se
usó como paradigma apologético; segundo, tampoco se usó para defender la
divinidad de Cristo, por el contrario, fue la divinidad de Cristo desde la
concepción lo que se usó para defender el concepto de Theotókos. El
alegato nestoriano en contra del uso de ese término tenía que ver con las
implicaciones cristológicas a las que el término hacía referencia, así que lo
importante no era si María era la madre de Dios, sino si acaso era Dios quien
había nacido de ella y no simplemente un hombre vulgar o corriente al que sólo
después descendió el Verbo. Para Nestorio, el problema con ese término no era
María, sino la confusión de lo divino y lo humano en la Persona de Jesucristo,
de ahí que él sólo admitió y defendió en su momento como correcta la palabra Christótokos—esto
es, «madre de Cristo».
De todo esto, no se sigue que el término no sea
adecuado como dogma protestante, pero sí se sigue que es un término que sólo
debemos abordar dentro del contexto de las discusiones cristológicas acerca de
las naturalezas divina y humana en la unidad de la Persona de Jesús. Esto no
hace que el término sea necesariamente anacrónico (como también dice el artículo
en este punto), aunque no cabe duda de que el término fue más necesario en ese
entonces que ahora (PERO NO SER NECESARIO Y NO SER ADECUADO SON DOS COSAS
DIFERENTES).
«2.
Segundo: porque el uso de María, “la madre de Dios” fue un término anacrónico
auxiliar»
Eso
ya está respondido más arriba.
«3.
Tercero: porque “María, la madre de Dios” no es un término escritural»
Que
una palabra o expresión no aparezca en la Biblia, no significa necesariamente
que no sea “bíblica”, ni menos aún que sea “antibíblica”. Puede que algo “no
sea bíblico” en el sentido de que no tiene respaldo o apoyo bíblico, o incluso
en el sentido de que es contrario al testimonio bíblico; pero si se dice que
algo “no es bíblico” únicamente para significar que aquello que se afirma no
aparece en la Biblia de manera textual, entonces no es “bíblico” únicamente en
ese sentido literal, pero eso no implica que no pueda ser “bíblico” en otro
sentido—en un sentido teológico, por ejemplo. A este último respecto, hay
muchas palabras y expresiones que no son “bíblicas”—¡como la propia palabra “Biblia”!
o como la palabra “Teología”. Lo cierto, es que en teología se ocupan muchas
palabras y expresiones para definir ciertos conceptos bíblicos o teológicos;
son palabras o expresiones que, se sabe, no aparecen textualmente en la
Biblia y, sin embargo, son palabras o expresiones construidas para dar
significado a ciertas doctrinas cuyo contenido es perfectamente bíblico.
Búsquese, por ejemplo, «pacto de gracia» en una concordancia bíblica y espérese
el resultado. La cantidad de veces que aparece esa expresión en la Biblia es
igual a cero. Sin embargo, ningún cristiano consciente del
significado de estas palabras podría decir que la expresión no es “bíblica” por
el sólo hecho de que no aparece en la Biblia con esas palabras, porque en
última instancia lo importante no es si la expresión aparece literalmente en la
Biblia, sino si acaso su contenido y significado tiene en verdad algo que ver
con la Biblia, y si es respaldado por ella. Lo mismo pudiéramos decir de las
frases «unión hipostática» y «Santísima Trinidad», o de otras expresiones como: «pecado original» o «Sola Escritura». NO aparecen en
la Biblia; sin embargo, son expresiones perfecta y consistentemente “bíblicas”
en cuanto al significado que envuelven. De manera entonces que, aunque es completamente
reconocido por todos que la palabra Theotókos (lit. «la que dio a
luz a Dios») no aparece en la Biblia, la cuestión a discutir no es esa,
sino si acaso la palabra es o no “bíblica” en el sentido de lo que significa
desde un punto de vista cristológico. De nuevo: la discusión no consiste en si
acaso la palabra aparece o no en la Biblia (y discutirlo sería una verdadera e
innecesaria pérdida de tiempo), sino si acaso es consistentemente bíblica en lo
que respecta a su significado. ¿Es, la palabra Theotókos, una palabra “bíblica”
en el sentido ya explicado más arriba? Sí, absolutamente, aunque la misma no
sea “bíblica” en el sentido literal (no aparece Theotókos en la Biblia,
así como tampoco aparece la frase sugerida por Lacueva «Madre de aquel que es
Dios» y que J.A. Torres parece
preferir). Ahora bien, en lo que respecta a esta cuestión de si el
término es o no “bíblico”, en su artículo no se muestra contrario a la
afirmación de que Theotókos es una palabra “bíblica” en el sentido
teológico (y por lo tanto llano en esos mismos términos), pero sí contrario a
decir que es una palabra “bíblica” en el sentido literal; pero eso es algo en
lo que hasta ahora, en los casi 1600 años que han transcurrido desde los
Concilios de Éfeso y Calcedonia, ningún teólogo se ha manifestado
contrario. Todos estamos de acuerdo que no es una palabra que aparece en la
Biblia, pero como ya hemos dicho, esa no es la cuestión fundamental del debate.
Para
finalizar, estoy de acuerdo con el autor del artículo en lo que dice ya para el
final del mismo, en que es mejor ser precavidos en el uso del término para
evitar confusión en los hermanos y no hacerlos caer en errores y herejías marianas.
Sin embargo, pienso que evitar su uso tampoco es la solución, menos en un
contexto de diálogo teológico—entre estudiosos, o en las discusiones en el
seminario. Además, creo que es conveniente que, antes de evitar el término, sea
aclararlo para que su significado esencial sea entendido correctamente.
Notas:
[2] Para
una contundente respuesta al adopcionismo, véase la excelente obra de Michael
F. Bird: “Jesús el Eterno Hijo de Dios: Una respuesta a la cristología
adopcionista” (Salem. Oregon: Publicaciones Kerigma, 2018).
[3] Prefiérase aquí “se hizo carne” antes que “fue hecho carne”, pues
el verbo gínomai (“llegar a ser”),
aquí en aoristo de indicativo de la tercera persona singular (egéneto) no corresponde a
un verbo en la voz pasiva, sino que a un verbo en voz media.
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