Un espacio para la reflexión filosófica y teológica

martes, 4 de septiembre de 2018

ΘΕΟΤΟΚΟΣ (THEOTÓKOS)



Por Mauricio A. Jiménez


PRIMERA PARTE: TEOLOGÍA CRISTOLÓGICA. DEFINICIONES

Voy a comenzar esta entrada con la pregunta: ¿Es correcta la expresión: «María, madre de Dios»? La respuesta: ¡Afirmativamente! Sí, es correctísimo, pero esto precisa ser explicado con mucho cuidado para evitar malos entendidos. ¿Es legítimo su uso en el ámbito de las discusiones sobre cristología? Absolutamente, pues, y como veremos a continuación, el concepto pertenece a esa área de estudio; es un concepto entera y exclusivamente cristológico.
María es la madre de Dios (o Theotókos, como se suele decir teológicamente, lit.: «La que dio a luz a Dios»)[1], pero no por supuesto en el sentido de que sea antes que Dios o coeterna con el Padre, o superior al Hijo en cuanto a dignidad (y ni aun igual a Él); ni tampoco en el sentido de que haya sido la madre de la naturaleza divina del Hijo encarnado; sino en cuanto a que lo que de ella nació fue en verdad el Verbo Eterno de Dios hecho carne, y por tanto «madre de Dios» hecho hombre. No nació de María solamente un hombre—esto es, un hombre que luego asumió una naturaleza divina—sino que el mismo Verbo Eterno (o Palabra Eterna, el Lógos Eterno), que incorporó a su eterna naturaleza divina—y desde la concepción—una naturaleza verdaderamente humana, por unión de hypóstasis; sin dejar de ser, al mismo respecto y al mismo tiempo, verdadero Dios (contra el kenosticismo). Y así permanecieron unidas ambas naturalezas, la humana y la divina, en una sola Persona (o hypóstasis): Jesús de Nazaret; inconfundibles e incambiables (contra el eutiquianismo), indivisibles e inseparables (contra el nestorianismo).
Nótese que el apóstol Juan no dice que «la carne se hizo Verbo», como si hubiese sido primero la humanidad y más tarde la filiación divina (como propone el adopcionismo)[2]. Tampoco dice, como bien observa Raymond Brown, «que la Palabra entrara en la carne o morase en la carne» (El Evangelio de Juan I - XII, 1999, p. 231), sino que: «el Verbo se hizo carne»[3] (Juan 1:14, cf. con la afirmación cristológica de Pablo en 1 Timoteo 3:16: «Él [Dios] fue manifestado en carne»), lo cual sólo puede significar una única cosa para efectos de nuestro presente tema: Que si Jesús es el Verbo de Dios que se hizo carne, el Hijo del Dios Eterno que es Dios eterno (de la misma sustancia del Padre en cuanto a la Deidad), se sigue entonces que María fue la «madre de Dios» (o «la que dio a luz a Dios») en cuanto a su encarnación; no puede ser de otro modo, porque lo que ella dio a luz fue en verdad el Verbo de Dios hecho carne (la Persona del Hijo de Dios encarnada), y no nada más un hombre que más tarde se identificó místicamente con la Deidad.
Esta ha sido una doctrina aceptada transversalmente por la Iglesia como verdadera señal de ortodoxia y dogma de fedesde antes de la Reforma Protestantepor oriente y occidente (salvo unas pocas excepciones, como es el caso de la casi desaparecida iglesia persa). Así pues, acerca de la encarnación del Hijo, el Concilio de Éfeso del año 431, en su primera sesión adoptó y aprobó de Cirilo de Alejandría la siguiente declaración:

«...Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera [los Santos Padres] no tuvieron inconveniente en llamar MADRE DE DIOS [Gr. Theotókos] a la santa virgen.»
—Enrique Denzinger, El Magisterio de la Iglesia (Barcelona: Helder, 1955), 46.

Más tarde, en la “Fórmula de unión” del año 433, en que se restableció la paz entre Cirilo de Alejandría y los padres antioquenos, se estableció de mutuo acuerdo que:

«Confesamos, consiguientemente, a nuestro Señor Jesucristo Hijo de Dios unigénito, Dios perfecto y hombre perfecto, de alma racional y cuerpo, antes de los siglos engendrado del Padre según la divinidad, y el mismo en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, nacido de María Virgen según la humanidad, el mismo consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad y consustancial con nosotros según la humanidad. Porque se hizo la unión de dos naturalezas, por lo cual confesamos a un solo Señor y a un solo Cristo. Según la inteligencia de esta inconfundible unión, confesamos a la santa virgen por MADRE DE DIOS [Gr. Theotókos], por haberse encarnado y hecho hombre el Verbo de Dios y por haber unido consigo, desde la misma concepción, el templo que de ella tomó...»
—Denzinger, p. 54.

Esta reafirmación del Theotókos, aparece nuevamente en el Credo de Calcedonia del año 451:

«Siguiendo, pues, a los santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo [...] engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María virgen, MADRE DE DIOS [Gr. Theotókos], en cuanto a la humanidad...»
—Denzinger, p. 57.

(Si bien en algunas traducciones protestantes del Credo se ha omitido la palabra Theotókos, esto sólo ha sido al parecer para evitar confusión y otras doctrinas erradas que puedan surgir de esa verdad; sin embargo, está bastante bien atestiguada la aparición de esa palabra en las copias antiguas del Credo).

Debe quedar muy en claro que todo esto que se ha dicho hasta aquí, no consiste por supuesto en una defensa a la veneración de María como «madre de Dios», o en un intento por exaltar su imagen; ni tampoco de una reivindicación de ciertas doctrinas marianas que—creemos—no tienen respaldo bíblico, ni son representativas de las iglesias protestantes (doctrinas como la «Inmaculada Concepción» o la «Asunción de la Virgen», entre otras varias más). Debe entenderse que lo que estamos tratando aquío lo que está en juego en verdades un asunto cristológico, y nada más que cristológico. El asunto mismo de la controversia teológica del siglo V, y que llevó a la condena de Nestorio en el Concilio de Éfeso, no era, como dice Justo González en su Historia del Cristianismo, un asunto de carácter mariológico, sino cristológico. «Lo que estaba en juego no era quién era la Virgen María, o qué honores se le debían, sino quién era el que había nacido de María, y cómo debía hablarse de él» (González, 2008:358). María es la «madre de Dios», porque Jesús—quien de ella nació—es Dios aun desde antes de la concepción misma. En definitiva, Theotókos NO es una doctrina sobre María, sino más bien una doctrina acerca de Jesús.
Y aunque es cierto que los reformadores del siglo XVI fueron más reticentes o cautelosos en el uso de este término (con excepción de Lutero), nunca negaron el contenido mismo del concepto implicado allí, ni invalidaron los Concilios de Éfeso y Calcedonia. De manera entonces que, ante la repetida objeción de algunos cristianos modernos de que esta doctrina es una doctrina católica y no evangélica, baste sólo decir que sí, es católica, pero no exclusivamente romana.


SEGUNDA PARTE: UNA OBJECIÓN AL USO DE ESTA TERMINOLOGÍA

En un artículo escrito con posterioridad a la publicación de la primera parte de nuestra presente entrada, y que lleva por título «¿Es correcta la expresión “María, ¿madre de Dios” para adoptarla como parte de la jerga teológica protestante?» (véase el artículo completo aquí), su autor—J.A. Torres—responde con un rotundo «no», y a continuación presenta una serie de argumentos que él considera que son determinantes para fundamentar esa respuesta. En esta segunda parte nos enfocaremos en responder a esos argumentos, pues en cierto sentido representan también la razón por la que tantos protestantes se han visto inseguros en el uso de esta terminología—y aun todavía hay los que niegan su veracidad, lamentablemente.
            Una de las primeras cosas que dice J.A. Torres con respecto al uso actual de la expresión «María, madre de Dios», es que:

«...creemos su uso actual, claramente ha demostrado ser motivo de confusión, aun procurando sus adherentes más entusiastas evitar los malos entendidos que genera por sí mismo su sentido llano. Además, no debemos ignorar el efecto no esperado que trajo consigo esta definición...»

Lo primero que hay que observar aquí, es el error de atribuir el mal entendido del término al sentido llano del mismo. En el mismo párrafo de la cita anterior, se responde a mi pregunta de si acaso es correcta la expresión «María, madre de Dios», explicando que la respuesta a la misma es doble: ilocutivamente, sí; pero locutivamente, no, que no es adecuado. (Ahora bien, no sé si con “adecuado” se quiere decir “correcto” o sólo “conveniente”, pero como la pregunta mía utiliza “correcto”, asumo que se usa “adecuado” en el mismo sentido). El problema con esa respuesta, es que se genera un falso dilema entre lo que sería un enunciado ilocutivo y un enunciado locutivo. Se acepta, por una parte, que ilocutivamente es correcta la expresión, pero se niega que lo sea locutivamente; sin embargo, no convence su explicación de porqué locutivamente no sea correcta, porque el argumento que utiliza es un argumentum ad consecuentiam (y es lo segundo que hay que observar aquí), y no un argumento a partir del significado mismo de la expresión. Desde mi punto de vista, locutivamente el enunciado es tan correcto como su intención original, porque es un enunciado que depende enteramente de un contexto para su entendido, y de ahí se sigue que la intención del mismo, su finalidad―o “ilocutivamente” para usar sus mismas palabras―, explica al enunciado mismo. En otras palabras, no es correcto separar el enunciado entre actos locutivos e ilocutivos, y atribuir los errores de aplicación del término (del término Theotókos) a su sentido llano (o locutivo), ese es un error de perspectiva, porque en última instancia el sentido llano del término―o de la expresión al español―está perfectamente integrado en su propósito, son inseparables. Esto me lleva a lo segundo.
Es un principio del razonamiento lógico en el arte de la argumentación que no se puede juzgar una proposición de esta naturaleza como correcta o incorrecta (como válida o inválida), argumentando sobre la base de las consecuencias que dicha proposición ha generado en el tiempo (sean buenas o malas). Dice más abajo en el artículo: «¿Fue la idea de Éfeso promover la adoración a María? No era la intención, sin duda, pero devino en ello...» [énfasis mío], y absolutamente ningún historiador o teólogo protestante va a negar ese hecho; sin embargo, como ya he dicho, no es correcto invalidar (o validar) una proposición inicial como esta («María, la que dio a luz a Dios» o «María, madre de Dios») sólo por las consecuencias negativas que de ella pudieron devenir. En otras palabras, ese tipo de argumentos constituyen una falacia, lo que se llama un «argumentum ad consecuentiam», y una buena porción del artículo está orientado a explicar las consecuencias negativas o indeseables que tuvo esta doctrina desde ese primer momento hasta nuestros días, lo cual, por lo mismo que acabo de decir, no sirve como argumento para invalidar su veracidad, y ni aun su uso. En todo caso, parece claro que la intención de este artículo no ha sido invalidar el término, sino sólo explicar el porqué su autor no cree que sea correcto que el término se use como parte de la jerga teológica protestante; sin embargo, aduce a otras consideraciones que tampoco son determinantes para favorecer su caso. De esto hablaré más adelante.

«Cabe señalar que, posteriormente al concilio de Éfeso (431 d.C.) donde se esgrimió el término, y ya en tiempos de la Reforma con excepción del luteranismo, ninguna confesión protestante, utilizó o preservó el concepto; nada se dice de ello en la confesión de Augsburgo (1530), la confesión Escocesa (1560), la confesión Helvética (1566), la confesión de Heidelberg (1576), los 39 artículos de la iglesia Anglicana (1571), Westminster (1646), los cánones de Dort (1619), como tampoco en la Confesión Bautista de 1869.»

Esto—lo anterior—es medianamente cierto. Es decir, aunque es verdad que en ninguna de las confesiones protestantes históricas (con excepción de la Fórmula de Concordia) se utilizó Theotokos (o su significado respectivo: «madre de Dios» o «la que dio a luz a Dios») en los artículos sobre cristología, esto no nos debe parecer tan extraño o ser una razón para suponer que el significado y contenido de la frase haya sido desechado por los reformadores. Por el contrario, como dice Justo González en su Historia del Cristianismo:

«[...] debemos señalar que la mayoría de los reformadores protestantes del siglo XVI, al tiempo que se lamentaba del excesivo culto a María en la iglesia que trataban de reformar, aceptaba como válido este Tercer Concilio Ecuménico, y por tanto estaba dispuesta a llamar a María “madre de Dios”. Esto lo hacían aquellos reformadores porque se percataban de que lo que se discutía en el siglo quinto no era el lugar de la devoción a María en la vida cristiana, sino la relación entre la humanidad y la divinidad de Jesucristo.» (González 2009:295)

Charles Hodge, a quien se cita también en el artículo, dice que:

«En la época de la Reforma, los Reformadores se adhirieron estrictamente a la doctrina de la Iglesia Primitiva. Esto es evidente en las diferentes Confesiones adoptadas por los varios cuerpos Reformados, especialmente en la Segunda Confesión Helvética, que revisa y rechaza todas las antiguas herejías acerca de esta cuestión, y adopta el lenguaje de los antiguos credos. [...] Así se hace patente que los Reformadores rechazaron de manera concreta todos los errores de Arrio, de los Ebionitas, de los Gnósticos, del Apolinarismo, Nestorianismo, Eutiquianismo, y el Monotelitismo [...]. Los Reformadores enseñaron lo que enseñaron los seis primeros concilios generales, y lo que recibió la Iglesia universal: ni más, ni menos.» (Hodge 2010:570) [Énfasis mío]

Entonces, cuando en el artículo se dice: «...y aunque la iglesia cristiana temprana no negó lo que el concilio de Éfeso quiso defender (la deidad de Cristo), hoy la iglesia protestante no se adhiere oficialmente a este dogma...»; lo de «no se adhiere OFICIALMENTE» [énfasis mío], sin duda, no puede entenderse como «niega el dogma», sino solamente como que “no se pronuncia de manera explícita” respecto del dogma. Y como dije más atrás, aunque es cierto que los reformadores del siglo XVI fueron más reticentes o cautelosos en el uso de este término (con excepción de Lutero), nunca negaron el contenido mismo del concepto implicado allí, ni invalidaron los Concilios de Éfeso y Calcedonia. De manera entonces que ante la repetida objeción de algunos cristianos modernos, de que esta doctrina es una doctrina católica y no evangélica, baste sólo decir que sí, es católica, pero no exclusivamente romana.

Luego de una larga introducción al tema, J.A. Torres introduce tres argumentos de por qué el concepto de «María madre de Dios» no es adecuado como dogma protestante. Cito del artículo y respondo:

«1. Primero: porque el énfasis del concilio no fue María, sino Cristo»

Eso es imposible de negar. En nuestra primera parte lo afirmo cuando digo: El asunto mismo de la controversia teológica del siglo V, y que llevó a la condena de Nestorio en el Concilio de Éfeso, no era un asunto de carácter mariológico, sino cristológico. [...] En definitiva, Theotókos NO es una doctrina sobre María, sino más bien una doctrina acerca de Jesús.
Ahora bien, en el artículo se hace la siguiente pregunta:

«¿Por qué entonces “¿María, madre de Dios” se usó como paradigma apologético para defender la divinidad de Cristo si no evoca justamente una locución cristológica rigurosa?»

Es una pregunta con algunos desaciertos, porque, primero, Theotókos no se usó como paradigma apologético; segundo, tampoco se usó para defender la divinidad de Cristo, por el contrario, fue la divinidad de Cristo desde la concepción lo que se usó para defender el concepto de Theotókos. El alegato nestoriano en contra del uso de ese término tenía que ver con las implicaciones cristológicas a las que el término hacía referencia, así que lo importante no era si María era la madre de Dios, sino si acaso era Dios quien había nacido de ella y no simplemente un hombre vulgar o corriente al que sólo después descendió el Verbo. Para Nestorio, el problema con ese término no era María, sino la confusión de lo divino y lo humano en la Persona de Jesucristo, de ahí que él sólo admitió y defendió en su momento como correcta la palabra Christótokos—esto es, «madre de Cristo».
De todo esto, no se sigue que el término no sea adecuado como dogma protestante, pero sí se sigue que es un término que sólo debemos abordar dentro del contexto de las discusiones cristológicas acerca de las naturalezas divina y humana en la unidad de la Persona de Jesús. Esto no hace que el término sea necesariamente anacrónico (como también dice el artículo en este punto), aunque no cabe duda de que el término fue más necesario en ese entonces que ahora (PERO NO SER NECESARIO Y NO SER ADECUADO SON DOS COSAS DIFERENTES).


«2. Segundo: porque el uso de María, “la madre de Dios” fue un término anacrónico auxiliar»

Eso ya está respondido más arriba.


«3. Tercero: porque “María, la madre de Dios” no es un término escritural»

Que una palabra o expresión no aparezca en la Biblia, no significa necesariamente que no sea “bíblica”, ni menos aún que sea “antibíblica”. Puede que algo “no sea bíblico” en el sentido de que no tiene respaldo o apoyo bíblico, o incluso en el sentido de que es contrario al testimonio bíblico; pero si se dice que algo “no es bíblico” únicamente para significar que aquello que se afirma no aparece en la Biblia de manera textual, entonces no es “bíblico” únicamente en ese sentido literal, pero eso no implica que no pueda ser “bíblico” en otro sentido—en un sentido teológico, por ejemplo. A este último respecto, hay muchas palabras y expresiones que no son “bíblicas”—¡como la propia palabra “Biblia”! o como la palabra “Teología”. Lo cierto, es que en teología se ocupan muchas palabras y expresiones para definir ciertos conceptos bíblicos o teológicos; son palabras o expresiones que, se sabe, no aparecen textualmente en la Biblia y, sin embargo, son palabras o expresiones construidas para dar significado a ciertas doctrinas cuyo contenido es perfectamente bíblico. Búsquese, por ejemplo, «pacto de gracia» en una concordancia bíblica y espérese el resultado. La cantidad de veces que aparece esa expresión en la Biblia es igual a cero. Sin embargo, ningún cristiano consciente del significado de estas palabras podría decir que la expresión no es “bíblica” por el sólo hecho de que no aparece en la Biblia con esas palabras, porque en última instancia lo importante no es si la expresión aparece literalmente en la Biblia, sino si acaso su contenido y significado tiene en verdad algo que ver con la Biblia, y si es respaldado por ella. Lo mismo pudiéramos decir de las frases «unión hipostática» y «Santísima Trinidad», o de otras expresiones como: «pecado original» o «Sola Escritura». NO aparecen en la Biblia; sin embargo, son expresiones perfecta y consistentemente “bíblicas” en cuanto al significado que envuelven. De manera entonces que, aunque es completamente reconocido por todos que la palabra Theotókos (lit. «la que dio a luz a Dios») no aparece en la Biblia, la cuestión a discutir no es esa, sino si acaso la palabra es o no “bíblica” en el sentido de lo que significa desde un punto de vista cristológico. De nuevo: la discusión no consiste en si acaso la palabra aparece o no en la Biblia (y discutirlo sería una verdadera e innecesaria pérdida de tiempo), sino si acaso es consistentemente bíblica en lo que respecta a su significado. ¿Es, la palabra Theotókos, una palabra “bíblica” en el sentido ya explicado más arriba? Sí, absolutamente, aunque la misma no sea “bíblica” en el sentido literal (no aparece Theotókos en la Biblia, así como tampoco aparece la frase sugerida por Lacueva «Madre de aquel que es Dios» y que J.A. Torres parece preferir). Ahora bien, en lo que respecta a esta cuestión de si el término es o no “bíblico”, en su artículo no se muestra contrario a la afirmación de que Theotókos es una palabra “bíblica” en el sentido teológico (y por lo tanto llano en esos mismos términos), pero sí contrario a decir que es una palabra “bíblica” en el sentido literal; pero eso es algo en lo que hasta ahora, en los casi 1600 años que han transcurrido desde los Concilios de Éfeso y Calcedonia, ningún teólogo se ha manifestado contrario. Todos estamos de acuerdo que no es una palabra que aparece en la Biblia, pero como ya hemos dicho, esa no es la cuestión fundamental del debate.

Para finalizar, estoy de acuerdo con el autor del artículo en lo que dice ya para el final del mismo, en que es mejor ser precavidos en el uso del término para evitar confusión en los hermanos y no hacerlos caer en errores y herejías marianas. Sin embargo, pienso que evitar su uso tampoco es la solución, menos en un contexto de diálogo teológico—entre estudiosos, o en las discusiones en el seminario. Además, creo que es conveniente que, antes de evitar el término, sea aclararlo para que su significado esencial sea entendido correctamente.




Notas:



[1] Theotókos, literalmente «la que alumbró a Dios».
[2] Para una contundente respuesta al adopcionismo, véase la excelente obra de Michael F. Bird: “Jesús el Eterno Hijo de Dios: Una respuesta a la cristología adopcionista” (Salem. Oregon: Publicaciones Kerigma, 2018).
[3] Prefiérase aquí “se hizo carne” antes que “fue hecho carne”, pues el verbo gínomai (“llegar a ser”), aquí en aoristo de indicativo de la tercera persona singular (egéneto) no corresponde a un verbo en la voz pasiva, sino que a un verbo en voz media.

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