viernes, 17 de enero de 2020

El ladrón de la cruz y la esperanza mesiánica


Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino


A veces pensamos en el ladrón de la cruz, según el relato de Lucas 23:40-43, como alguien que en el último momento tuvo un acto de justicia y honestidad al admitir su culpabilidad y pedir a Jesús que se acordara de él. Ciertamente, este malhechor mostró un cierto respeto y temor hacia Dios, a diferencia del otro malhechor que estaba crucificado del otro lado e insultaba a Jesús. Pero lo que debemos notar aquí, es que el acto mayormente significativo del ladrón no fue tanto el de un reconocimiento de que él estaba justamente allí porque había cometido un delito, ni aun la afirmación de que quien estaba crucificado a su lado era un Justo, sino algo todavía más profundo que eso: la declaración de que este Justo era el Mesías que Dios había prometido por sus profetas a su pueblo. 

Las palabras «acuérdate de mi cuando vengas en TU REINO», son una petición que, por un lado, apunta evidentemente hacia el día de la resurrección final y, por otro, presupone un reconocimiento respecto de la identidad mesiánica de Jesús; y todo esto en su conjunto resulta interesante si lo analizamos desde el punto de vista de la esperada consolación de Israel en el contexto del judaísmo palestino del período del segundo templo. Implícitamente, el ladrón rogó a Jesús que le resucitara en el día postrero («acuérdate de mí...»), que lo hiciera como el Rey escatológico que es («... cuando vengas en TU REINO»); esto es, como el Mesías que es el Mesías de Dios, el hijo y heredero del trono de David que había sido prometido por Dios bajo la palabra de su pacto; aquel que se sentaría en el trono de David para siempre, vindicaría a los justos de entre su pueblo y levantaría de las ruinas a la aplastada y subyugada nación de Israel, destruiría a sus enemigos y traería tiempos de paz y resplandeciente justicia. Si este ensangrentado y casi moribundo hombre era en verdad el Mesías de Dios, entonces toda la esperanza de la gloria de Israel se encontraba precisamente en Él. Esto, desde luego, le da especial significado al ruego del ladrón.
     La sola petición «acuérdate de mí cuando vengas en tu reino» es extraordinaria, porque a pesar de que toda la esperanza de Israel estaba allí siendo crucificada en ese preciso momento, ante lo cual el pensamiento humano podría haber caído preso de la idea de que entonces la esperanza se había acabado o bien este no era el Ungido de Dios, este malhechor en cambio todavía confío y declaró que el Reino de Dios ciertamente sería restablecido en la tierra, y que este Justo crucificado retornaría en la plenitud de ese Reino. En otras palabras, la petición del malhechor de la cruz, cuyo nombre no nos fue consignado en el propio único relato evangélico pero ciertamente está escrito en el Libro de la Vida del Cordero (aunque la tradición posterior lo llamará Dimas), supone la aceptación y la confianza de que, Primero, Jesús es el Cristo (el Mesías, el Ungido); y segundo, Jesús volverá en la plenitud de su Reino.
     El ladrón de la cruz no necesitó pasar por un curso intensivo de teología bíblica, ni tampoco precisó de conocimientos precisos sobre escatología, soterología, pneumatología, teología propia, o sobre cualquier otra materia a fin para que el Hijo de Dios respondiera a su ruego prometiéndole la vida. Sólo la fe, esa que se aferra a la cruz del crucificado y ruega por su alma convencido de que Jesús es el Cristo de Dios, el Salvador y Redentor que puede darle vida a pesar de su condición deplorable, fue suficiente para que el Señor atendiera a su súplica con las siguientes reconfortantes palabras: «con total certeza te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso»


Mauricio A. Jiménez